tag:blogger.com,1999:blog-61637854101494921092024-02-20T19:56:31.744+01:00Paralelo Aurelia y otros pensamientos...En este blog podréis encontrar parte de mis escritos. Algunos os llevarán a las obras de teatro que he ido viendo. Otros a mis pensamientos personales y otros, los más abundantes hasta la fecha, os contarán la historia de Celia y Aurora, dos mujeres que se amaron en 1914 y que conocimos de la mano de la serie Seis Hermanas de tve.
Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.comBlogger120125tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-7457354972949562112020-03-24T12:54:00.003+01:002020-03-24T12:54:57.731+01:00Cadena de información <div dir="ltr" id="docs-internal-guid-033d29f2-7fff-9d0c-70c7-e7ad73d71a77" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<br /></div>
<div dir="ltr" id="docs-internal-guid-033d29f2-7fff-9d0c-70c7-e7ad73d71a77" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; white-space: pre-wrap;">CADENA DE INFORMACIÓN </span></div>
<div dir="ltr" id="docs-internal-guid-033d29f2-7fff-9d0c-70c7-e7ad73d71a77" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;"><br /></span></div>
<div dir="ltr" id="docs-internal-guid-033d29f2-7fff-9d0c-70c7-e7ad73d71a77" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;"><br /></span></div>
<div dir="ltr" id="docs-internal-guid-033d29f2-7fff-9d0c-70c7-e7ad73d71a77" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;">El mundo está siendo atacado desde hace meses por el coronavirus. Todos los países estamos en guerra contra él. La única manera que tenemos de sobrevivir es luchar, quedarnos en casa es la única forma de ganar la batalla. Ataque. Guerra. Lucha. Batalla. </span></div>
<br />
<div dir="ltr" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;">Estas son algunas de las palabras que más se repiten en los medios de comunicación. Algunas de las que más se repiten en las redes sociales. </span></div>
<br />
<div dir="ltr" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;">Estado de alarma. Lo están haciendo mal. Lo están haciendo bien. </span></div>
<br />
<div dir="ltr" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;">¡Ni siquiera ellos saben cómo lo están haciendo!</span></div>
<br />
<div dir="ltr" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;">Esto, no había pasado antes. No con los medios que tenemo ahora. Y hablo de los de comunicación. </span></div>
<br />
<div dir="ltr" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;">Nos hablan de lo importante que es romper la cadena de contagio. No se me ocurre discutirlo, pero ¿Y la cadena de información? ¿En qué momento debemos romperla? Por supuesto todos tenemos que tener acceso a ella, pero está en nuestra mano decidir la manera de hacerlo. Que la información sea cierta, no quiere decir que automáticamente sea útil. En estas semanas, por nuestras manos, están pasado un sin fin de dudas sobre el verdadero alcance de esta pandemia. Noticias absolutamente devastadoras, imágenes durísimas y un sin fin de elucubraciones y acontecimientos que en nada ayudan a tranquilizar a la población. Enlaces, vídeos, artículos, estudios… Toda la información al alcance de nuestra mano y, queramos o no, es difícil no caer en la tentación de querer hacer a los nuestros partícipes de nuestros hallazgos informativos. </span></div>
<div dir="ltr" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;"><br /></span></div>
<div dir="ltr" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;">En los grupos de whatsapp y redes sociales, la información se extiende como la pólvora. ¿Por qué si no se terminó el papel higiénico con esa histeria? ¿Por qué todos nos enteramos que el ibuprofeno era malísimo? ¿Por qué aplaudimos todos a las ocho de la tarde desde nuestras ventanas? ¿O intentamos ser el vecino más guay en busca de un momento de gloria? La información se mueve a toda velocidad, pero no a todos nos afecta de la misma manera. Por eso es importante, a la hora de transmitir la información, tener en cuenta a qué tipo de personas, se lo estamos transmitiendo. </span></div>
<br />
<div dir="ltr" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;">Centrándonos en nuestra propia responsabilidad, sería importante tener en cuenta qué tipo de información transmitimos a nuestro entorno. Que todos podamos mantener el equilibrio, depende de lo que aportemos o dejemos de aportar a la ola social en la que nos estamos viendo envueltos. Hay determinadas informaciones que lo único que pretender generar es miedo y el miedo nunca ha sido buen consejero de nadie. Cuando tenemos miedo nuestras defensas bajan. Nuestro sistema inmune se vuelve más vulnerable. La cabeza puede jugarnos muy malas pasadas y dependiendo de con qué la estemos alimentando puede mantenernos firmes o terminar de hacernos caer. </span></div>
<div dir="ltr" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;"><br /></span></div>
<div dir="ltr" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;">La duda constante de si nuestro bienestar y el de los nuestros está a salvo, termina generando en nosotros un miedo real ante algo invisible que sentimos la necesidad de compartir. Pero, ¿qué pasaría si no lo compartieramos? Cuando el miedo se genera de manera individual o por un motivo personal, compartirlo no tiene por qué involucrar a la otra persona, aunque solamos escoger al interlocutor en función de la capacidad que le atribuyamos para empatizar con el temor que les estamos mostrando como si fuera propio, pero ¿si el miedo es generalizado? ¿A quien deberías escoger para aliviar tus miedos? En un estado de alarma como el de ahora, tenemos que tener claro que lo más importante que vamos a tener que hacer, es mantener la compostura. Cuando nos comuniquemos con las personas que nos importan, podemos, evidentemente, hacerles partícipes de nuestros temores, porque teniendo en cuenta el desarrollo de las conversaciones que personalmente mantengo, nada más descolgar, llames a quien llames, va a querer saber cómo estás y qué información tienes. Es normal, podemos darnos información, pero no nos quedemos ahí. No soltemos las noticias, los vídeos, los artículos y un largo etc, en los grupos esperando que los demás entiendan… ¿Qué? ¿Que estás de acuerdo con lo que pone? ¿Que no lo estás? Qué te parece interesante, que te asusta, que es mentira, que es horrible. ¡Comunícate! Aprovecha este momento para hacerlo.</span></div>
<br />
<div dir="ltr" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;">Ahora estamos mucho más en contacto que hace dos semanas, tres, un mes, dependiendo de quién esté leyendo esto, pero todos hemos hecho aparición de una u otra manera en el mundo “social” por lo que todos estamos siendo responsables, en cierta manera, de todos los demás. Si expresamos nuestra opinión estando fuera de control conscientemente, no podremos recibir ninguna información que nos ayude a mantener la calma que necesitamos y por tanto no podremos transmitir la calma que a la vez necesita nuestro entorno. Una bola de caos rueda incluso cuesta arriba. </span></div>
<br />
<div dir="ltr" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;">El miedo es un mecanismo de defensa que nos mantiene alerta y de ese modo a salvo. Pero en este caso el miedo puede asfixiarnos -que se lo pregunten si no a la mujer del supermercado con la bolsa en la cabeza. Las personas tenemos miedo a lo desconocido, está en nuestra naturaleza, pero no todos somos capaces de controlarlo, por eso, quienes sean capaces de hacerlo, deberían intentar ayudar a los que no pueden, transmitiendo la información de tal manera que se entienda y explicando de qué manera la gestionan para que todos podamos superarlo. </span></div>
<br />
<div dir="ltr" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt;">
<span style="font-family: Arial; font-size: 11pt; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; vertical-align: baseline; white-space: pre-wrap;">Adriana Marquina</span></div>
<br /><br /><br />Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-10183412798210700302019-03-22T21:35:00.000+01:002019-03-22T21:35:08.873+01:00Impresiones Bailar en la oscuridad<br />
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD">Antes de escribir estas opiniones, me he
informado un poquito mejor sobre Bailar en la Oscuridad, porque sí, no había
oído hablar de esta película hasta que comenzó a fraguarse la obra teatral
homónima que se esta representando actualmente en el Fernán Gómez de Madrid. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD">Evidentemente voy a hablar de la segunda,
porque la primera sigo sin verla y, sinceramente, tampoco es que quienes me han
hablado de ella me hayan despertado demasiadas ganas. El sábado pasado tuve el
gusto de poder verla y tengo que decir que no sé ni lo que voy a decir, porque
solo me han quedado preguntas que empiezan por porqués que no tienen final y
que se convierten poco a poco en defensa o juicio de una situación que espero
no tener que vivir nunca y que siguen dando vueltas desde entonces.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD">Me pregunté por qué una mujer le
ocultaría a su hijo una y otra vez dónde se encuentra su padre si el motivo de
la desaparición del mismo no lo decidió él. Si seguro que hubiera preferido
volver para estar que no hacerlo. Me pregunté por qué una mujer le ocultaría a
todo el mundo una enfermedad que va a ser, irremediablemente, inocultable. Por qué
no se dejaría ayudar cuando era obvio que necesitaba ayuda. Por qué prefería
tener un hijo enfadado, frustrado, deshecho, que contarle la verdad. Por qué
bailaba cuando yo gritaría. Por qué pactaría con el diablo. Por qué se dejaría
encerrar. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD">Intenté ponerme en su lugar, pero me
sacaba de quicio. Marta Aledo, consiguió que Selma, me sacase de quicio. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Uno de los papeles de Luz Valdenebro, el de la
amiga fiel que no falla, hasta que lo hace, pero por ti, fue para mí mucho más
comprensible. Me dio la sensación de que fue su actitud quien generó todas las
preguntas, pues paciente, va viendo lo que su amiga no quiere ver (y para ver
esto a lo que me refiero no hacen falta los ojos), sin lograr que a esta se
altere lo más mínimo. Era como si nada le removiera, como si solo viviera para
lo que nos decía que vivía. ¡Y nosotras ahí, sin entender absolutamente nada! Pero
es que solo vivía para eso. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD">Los papeles que interpretan Jose Luis
Torrijo, Fran Calvo e Inma Nieto, tampoco te dejan tranquila del todo. Todos
ellos tienen una parte inquietante, independientemente de quién sean en cada
escena. Cada uno en su lugar y con su sombra, y no, no estoy hablando de la de
los focos. Todos ellos son personajes encerrados, quizá, irónicamente, se
librase de esta afirmación la carcelera. Encerrados en sus miedos, en sus
dudas, en los noes que no son capaces de decir, en los te quiero que dejan
escapar o en el materialismo de quien se siente nada cuando lo es todo, cuando
eres tanto que todo lo demás importa poco, hasta la vida. La tuya, esa que
crees que amas y las que arrastres contigo para seguir haciendo cierta la
mentira. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD">Y si ya tenía preguntas antes de que
Selma se viera arrastrada, se multiplicaron cuando tras las rejas, seguía
cantando. Viendo, sin ver, que no era capaz de ver nada, de darse cuenta de
nada. Álvaro de Juana, que interpreta a su hijo, empezó a provocar en mí una
especie de rabia contenida que se mezclaba con tristeza, decepción y esperanza.
Pero no la esperanza de que todo saliera bien con su madre, si no sobre la
libertad que supondría la pena impuesta por la cabezonería incontrolada. Porque
sí, para mí, la lealtad había perdido el sentido tras las rejas y permanecer
ahí por no fallarle a quien no estando te lo está arrebatando todo, no tenía
sentido. O sí, porque quizá esa fuera su manera de regalarle a su hijo la
libertad que ella le estaba robando convencida de que lo importante está en lo
que se puede ver. Y es que, yo sentía a través de él, la impotencia que aprieta
cuando ni lo que se dice, ni lo que se hace, ni lo que se siente, merece la
pena lo suficiente como para que a quien tú más quieres considere la
posibilidad de quedarse a tu lado, aunque no os vayáis a poder ver.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD">Yo resumiría todo este embrollo con una
frase: La vista o la vida. Porque desde el sábado me pregunto, si es que la
historia va de eso ¿a qué le daría más valor? Pero es que aún no sé de que va
la historia, porque hay tantas preguntas que pueden hacerse acerca de ella, que
estoy segura de que para cada espectador será una historia diferente. Yo solo
me quedé con la sensación de que cuando las sombras de las personas bailan
entre sí, nada bueno puede salir de ellas. Que apagan la luz más cegadora e
incendian el infierno más congelado con melodías pegadizas de las que no puedes
salir. Que hacen que nos preguntemos, sin haber estado ahí, lo que hubiéramos
hecho nosotros. Lo que hubiéramos sentido nosotros. Qué canciones hubiéramos cantado
nosotros. Me pregunté muchas cosas viendo la obra de teatro. La magnitud del
escenario permitía que las interrogaciones de las decisiones que no comprendía se
fueran arremolinando en los rincones sin luz. El cambio de personajes sin que
para ello fuera necesario el cambio físico de las actrices, o de los actores, demostraba
que la misma persona puede ser muchas a la vez dependiendo de lo que se espere
de ella en según qué momentos. Las canciones te sacaban del drama sin que el
drama dejase de estar presente. Me pregunté muchas cosas viendo la obra de
teatro, respondí otras, comprendí una, y fue que hay batallas, por las que
morir, no merece la pena. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span style="mso-spacerun: yes;"><br /></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: right;">
Adriana Marquina</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: right;">
<br /></div>
<br />Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-37228718831407579142018-03-19T00:37:00.001+01:002018-03-19T08:03:50.365+01:00Solo mío. <div class="MsoNormal" style="text-align: right;">
<span style="font-size: x-small;">Burgos 18-Marzo-2018</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: right;">
<span style="font-size: x-small;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
Como un ciprés tumbado por un rayo, se ha reflejado en la
carretera la luz del semáforo por el que no ha pasado ningún vehículo para
convertirse a los pocos segundos en un charco de sangre vencida que ni la
lluvia que cae constante es capaz de arrastrar. Ha ocurrido casi en un
parpadeo. Cuando volvía del paseo que estaba dando con mis perros. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
¡A ellos el tiempo que haga fuera, les da igual!<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Ha sido un cambio de luces hipnótico. Un cambio de realidad.
Un cambio de perspectiva. De la esperanza al tedio, a la depresión, a la
muerte. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Las luces de un coche que subía la calle que baja en
diagonal hacia el centro, le han robado al rojo el alma y lo han transformado
en un naranja parpadeante a punto de rendirse de nuevo a la vida. Como un ave Fénix.
Para después, volver a morir. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Mientras avanzaba hacia el paso de cebra y el reflejo se
achantaba ante mi presencia, me he fijado en que toda la calle era una estela
de luces de escaparates, de carteles luminosos, de ventanas iluminadas dándole
sentido a la palabra hogar. Luces calientes tras cristales fríos en la calle en
la que no vivo. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La mía estaba completamente a oscuras. Solo a unos cien
metros, el cartel de la tienda de bicicletas que hay enfrente de mi portal,
iluminaba la fachada con timidez. Los bloques de edificios del fondo eran una
sombra desenfocada hacia la que he sentido la necesidad de ir. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Tango y Bruja me miraban como si no estuvieran entendiendo
nada. Él, agradecido. Con nada disfruta tanto como con el agua, venga de donde
venga. Ella, asqueada. Cuando se moja el pelo se le queda lacio y se le hace una
raya en medio de la cabeza que a mi me resulta adorable pero que a ella le debe
hacer sentir como una vagabunda. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Cuando hemos doblado la esquina que le da ángulo a la calle,
la hilera de luces difuminada por la intensa lluvia, anunciaba que las farolas
estaban comenzando a calentarse. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El sonido de las ruedas de un coche pasando por encima del
torrente de agua que baja de la carretera que da a la parte más alta de la
subida de San Miguel, ha hecho que me diera cuenta de que a lo largo de toda la
calle, no había habido ninguna otra señal de vida. Estaba completamente
desierta. Solo una pareja entrando en un portal de la acera de enfrente
indicaba que seguía estando en el plano adecuado. Por un momento he sentido que
estaba dentro de uno de los cuadros que el deshollinador amigo de Mery Poppins
pinta en las baldosas de la entrada al parque. Solo que con menos luz. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La capucha de la cazadora ha comenzado a gotear sobre mis
cejas en el preciso instante en el que el sonido del agua cayendo por los
canalones se unía en mi cabeza a la que salía de entre las piedras de los muros
de las casas para formar una evocadora melodía de historia sórdida en noche
fría. Me he sacudido como se sacuden los perros y he escondido las manos un
poco más bajo las mangas. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Un hombre ha salido corriendo de un portal en dirección a su
coche. Al ir a abrir la puerta se ha dado cuenta de nuestra presencia y se ha
quedado paralizado bajo la lluvia un segundo. Estoy segura de que se ha preguntado
por qué no corríamos con la que estaba cayendo como suele hacer la gente
normal, pero ha encontrado la respuesta en una mirada desaprobatoria hacia mí,
hacía mis perros y hacía mí otra vez mientras que en el vaho de su respiración
casi podía leerse la palabra loca.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Le he sonreído. Hacia años que no me detenía a pasear bajo
el silencio de la lluvia y él no me lo iba a estropear. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Cuando he vuelto a mirar hacía delante. La sombra de la
fachada de un monasterio derruido que hay en el ultimo cruce antes de llegar al
final de la calle, se ha dibujado ante mí más entera que nunca. Tras el
rosetón, el cielo negro me ha hecho dudar del tiempo, pero entre la silueta de
las dos cigüeñas que inmóviles discutían sobre el cambio climático y lo bien
que se hubieran quedado unos días más en su residencia de invierno, ascendía la
sombra de una grúa que me ha devuelto al mío en un instante. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Al final de la calle estaban detenidos todos los coches que
no me había encontrado por el camino, como si formasen parte del encanto del
centro de la ciudad en un día de lluvia y he tenido que detenerme en un
semáforo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
He mirado hacía el arco de San Gil y me he imaginado
adentrándome en la magia de las calles del centro reflejadas por completo en
las baldosas empapadas del suelo mientras el tañer de las campanas de la majestuosa catedral se perdía
por ellas en sabe quién qué siglo. Una mueca de satisfacción previa a algo que
sabes que va a ocurrir se estaba dibujado en mi cara cuando he hecho lo que
no tenía que haber hecho. Los he mirado a ellos. Ellos miraban al parque, al
otro lado de la calle, en otra dirección. He querido negarme, pero un pino de
tronco inabarcable me ha hecho levantar la cabeza casi completamente para
permitirme que le viera la copa, y he tenido que cruzar para ponerme bajo esa sabiduría que le dan a la naturaleza los siglos de historia vivida. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="mso-spacerun: yes;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal">
A Tango eso, le ha dado completamente igual, pero yo no he
podido evitar preguntarme qué quedaría de la realidad en la que se fundamenta
la humanidad si ellos pudieran hablar.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El sonido de una fuente ha llamado mi atención haciendo que
me olvidase si quiera de la posibilidad de darme una respuesta. Los chorros
iluminados sobresalían por encima de la barandilla de hierro del muro de piedra
que separaba el parque en dos alturas. No he podido evitar aprovechar que ellos
podían estar sueltos para hacer un par de fotos.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Nunca tan buenas como las imagino, pero evocan el mismo
recuerdo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
No ha sido sencillo. Las mangas de la cazadora goteaban agua
a chorro, el pantalón del chándal empapado no secaba a la pantalla asustada que
al sentir que la estaban tocando en demasiadas partes a la vez se negaba a
trabajar. Un perro de marcada musculatura ha ascendido corriendo las escaleras
y se ha puesto tenso al ver que los míos iban a presentarse como se presentan
las personas que no entienden lo que significa el espacio vital porque para
ellos lo vital es entrar en ese espacio.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Aún sigue lloviendo. Yo hace más de tres horas que intento
contaros mi maravilloso paseo bajo la lluvia sin que os deis cuenta de que este
relato no tiene ningún fin. De que es un relato sin un solo ápice de intriga o
de sentido. Que es un relato solo mío. </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: right;">
<span style="font-size: x-small;">Adriana Marquina</span> </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<br />Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-41925679520124375122018-03-04T01:37:00.001+01:002018-03-04T01:37:11.587+01:00En sueños<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: right;">
<span style="font-size: x-small;">Burgos 04 - Marzo - 2018</span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
¿Por qué no sales y te me abrazas a la espalda? Hace una
noche preciosa. La luna está llena, dos locas más no van a llamar la atención.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
¿Por qué no sales y te me abrazas a la espalda? ¿Y me besas
el cuello despacio? El aire apenas se mueve, pero me imagino tus labios en mi
piel y se me eriza hasta el último vello del cuerpo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
¿Por qué no sales y te me abrazas a la espalda? ¿Y me besas
el cuello despacio? ¿Y rodeas con tus brazos mi cintura? Inmóvil, intentando no
ceder ante el deseo en tu aliento cálido. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
A veces no sé distinguir los sueños de la realidad. <o:p></o:p></div>
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<br /></div>
<div class="MsoNormal">
¿Por qué no sales y te me abrazas a la espalda? ¿Y me besas
el cuello despacio? ¿Y rodeas con rus brazos mi cintura? ¿Y me giras con cariño
para que pueda morderme el labio al saber que esa sonrisa que me robó la cordura
el primer día que la vi por fin va a ser mía? ¿Y me derrita en el momento justo
en el que eso ocurra?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Miro al cielo y me imagino el calor de tu boca en mi boca.
La pasión de tu mano perdiéndose en mi pelo. La otra en mi pecho. Las mías en
tu espalda, por debajo de ese pijama que ya te he quitado cuando has entrado al
salón con él. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Te busco a través de las cortinas, pero no te encuentro.
Suspiro, porque entraría para ver si me cruzo contigo en el pasillo y me atrevo
a cortarte el paso con un beso. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
¿Y si estuvieras en el pasillo pensando por qué no entro y te
abrazo por la espalda? ¿Y te beso el cuello despacio? ¿Y te rodeo con los
brazos la cintura? ¿Y te giro con cariño para robarte la cordura que
apuntalaste el primer día en el que deseaste mi boca? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
¿Por qué no entro?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
¿Por qué no sales? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
¿Por qué no dejamos que nuestras manos dibujen nuestros
cuerpos? ¿Qué nuestros besos los midan? ¿Qué las caderas encajen? ¿Qué nuestros
labios se besen? Al galope.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Quiero perder. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Quiero perder el aliento. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Quiero perder el aliento contigo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
¿Para qué sirve el aire que tu no respiras?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Me decido a entrar y te veo aparecer por la puerta dispuesta
a salir. Nuestras miradas ya se habían cruzado así en otras ocasiones. Ellas se
conocen mejor de lo que nunca nos conoceremos nosotras. Ellas, no nos entienden.
Creo que no son las únicas.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
¡Y no! No vas a abrazarme por la espalda. Ni a besarme el cuello
despacio. Ni a rodearme la cintura con los brazos. Ni a girarme con cariño para
que pueda morderme el labio sabiendo que esa sonrisa que me robó la cordura el
primer día por fin va a ser mía. Ni me voy a derretir. Pero lo haría. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
¡Y no! Tú tampoco te vas a derretir. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Pero lo haremos. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Aunque solo nos atrevamos en sueños. <o:p></o:p></div>
<br /><br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: x-small;">Adriana Marquina</span></div>
Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-23573291146217148172018-02-24T22:34:00.003+01:002018-02-24T22:49:06.028+01:00El tiempo que.<div style="text-align: right;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: x-small;">Liencres 24-Febrero-2018</span></div>
<br />
Es maravilloso escuchar y ver el mar.<br />
Siempre tan imponente.<br />
Esté en calma, o agitado como hoy.<br />
<br />
Su color verde guarda la esperanza del regreso de todos los que lo surcan. Sean hombres o mujeres, porque el mar, no hace distinciones.<br />
<br />
Es lo más libre que existe.<br />
Nadie puede atraparlo.<br />
Nadie puede pararlo.<br />
Nadie puede decirle lo que tiene que hacer o donde tiene que ir.<br />
<br />
¡Qué envidia!<br />
<br />
Puede hacer lo que le venga en gana.<br />
Si quiere comerse una ciudad se la comerá.<br />
Tarde los siglos que tarde.<br />
Ya lo ha hecho en otras ocasiones.<br />
<br />
Si mañana decidiera comerse la duna en la que estoy sentada, podría hacerlo sin problema.<br />
Llevarse la arena.<br />
Devolverla al fondo del que la desterró una vez.<br />
<br />
¡Tú vas a ser mi duna!<br />
Voy a convertirme en mar y te voy a comer entera.<br />
Tarde los años que tarde.<br />
<br />
Quiero tu arena.<br />
Tus matorrales.<br />
Tus arbustos y cada una de las hierbas que lucha por sobrevivir bebiendo del agua salada que trae el viento.<br />
<br />
Voy a ser una ola lenta.<br />
Esa que te mojará los pies cuando observes desde tu segura orilla el horizonte azul mientras tu mirada golpea el muro de nubes que hay al fondo.<br />
<br />
No te asustes porque no voy a ahogarte.<br />
<br />
Dejaré que te metas despacio cuando llame a tu puerta.<br />
Todo lo despacio que necesite entrar tu piel desnuda.<br />
Tardes el tiempo que tardes.<br />
<br />
Seré azul.<br />
Calma.<br />
Marcaré con boyas el camino seguro y las moveré cuando quieras salirte de él, porque tu brújula, no tiene norte.<br />
<br />
¡El mar!<br />
¡Cuántas ideas trae en su melodía!<br />
¡Cuántas se lleva en la blanca espuma de sus inquietas olas!<br />
<br />
Somos ciudades sin mar.<br />
<br />
Orillas sin arena.<br />
<br />
Arena sin grano.<br />
<br />
Sal.<br />
<br />
<br />
Pero no te alejes.<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: x-small;">Adriana Marquina</span></div>
<br />Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-79058664128735963752017-10-17T23:44:00.002+02:002017-10-17T23:46:08.516+02:00Impresiones de Souvenir Por fin ha llegado el día en el que puedo hablar de Souvenir sabiendo de lo que hablo, porque tengo que reconocer que las veces que la he recomendado, que he hablado de ella o que me he alegrado con las buenas críticas y opiniones que estaba (está y estará) recibiendo, lo hacía desde la confianza ciega que tenía en su director, Fran Perea. Quienes no hayáis seguido su carrera (yo estaba en esa lista hasta hace cosa de tres años y no sabéis cuanto me alegra haber salido de ella), quizás os sorprendáis al ver su nombre debajo de la palabra “director” y tal vez os haga plantearos si no habrá carteles con otros nombres que le den a esa palabra la experiencia necesaria como para haceros ir a ver otra obra y no ésta, pero sería un juicio injusto, porque si algo caracteriza a Fran es el esfuerzo por alcanzar la perfección, sea la primera vez que hace algo, como es el caso, o repita cada noche, como fue, por poner un ejemplo, el caso de La Estupidez. Igual que sería injusto que al buscar los nombres de los tres actores que dan vida a los personajes no encontraseis detrás la amplitud experimental suficiente como para darles la oportunidad de ver su “debut”, porque todos hemos tenido nuestros inicios y este comienzo es de notable alto.<br />
<br />
Ángel Velasco nos regala a un Solomon Shereshesvki entre loco y cuerdo al que dan ganas de robarle todas las palabras con las que describe el mundo que le rodea para hacerlas tuyas. Que te llega a hacer sentir envidia de la hipermnesia y, en mi caso, de la maravillosa sinestesia con la que vive el personaje, con la que lo percibe todo, con la que te lo describe todo, con la que ama a esa Magda que se derrite en el cuerpo de Esther Lara cada vez que le explica a qué le huele el cabello, aunque en ocasiones esas descripciones salgan de la boca invisible de Steve Lance y su Doctor Luria, un psiquiatra, ¡no! ¡El mejor psiquiatra del país! Ese al que va a visitar con un propósito imposible y con el que se queda aun sabiendo que el éxito, es improbable.<br />
<br />
Los nudos de la memoria, las puertas de los recuerdos, la mesa de la desesperación y la cama del desconcierto que te encuentras nada más sentarte en la butaca, se van tiñendo durante la obra de un verde esperanza que hace que llegues a creer que Shereshesvki va a lograr su objetivo… ¿O es Luria quien al verle entrar descubre el suyo? Porque si hay algo que destacar de Souvenir es lo curioso que resulta ver como Solomon, que lo sabe absolutamente todo porque lo recuerda todo; todo lo leído, todo lo visto, todo lo vivido, todo lo escuchado, todo lo sentido, todo lo palpado, todo lo olido, todo lo disfrutado, todo lo sufrido, ¡Todo! Se desespera al darse cuenta de que no entiende absolutamente nada, mientras que Luria, creyendo saber de todo, se desespera al darse cuenta de que, sabe tan poco que, por no saber, no sabe ni siquiera en que día ha de comprar un simple ramo de flores.<br />
<br />
Pero no solo ese conflicto entre el que sabe y el que cree saber es destacable. También lo son los sentimientos de Magda que lucha constantemente contra lo que la enamora, lo que la preocupa, lo que es y lo que podría ser. Lo son la puesta en escena, el vestuario, la música, la iluminación y la participación, porque sí, en la obra se participa para que tu memoria no olvide, que estuviste viendo Souvenir.<br />
<br />
Así que sí. Por fin ha llegado el día en el que puedo hablar de Souvenir sabiendo de lo que hablo, porque tengo que reconocer que las veces que la he recomendado, que he hablado de ella o que me he alegrado con las buenas críticas y opiniones que estaba (está y estará) recibiendo, lo hacía desde la confianza ciega que tenía en su director, Fran Perea, al que desde aquí vuelvo a agradecer la apuesta, al que vuelvo a agradecer este regalo que no es un regalo porque en realidad es y será, el recuerdo inolvidable de un día maravilloso en el que retumbarán incesantes las teclas de una vieja máquina de escribir con olor a piedra antigua.<br />
<br />
Adriana MarquinaAdriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-52358659826918615342017-10-01T23:09:00.000+02:002017-10-01T23:09:12.311+02:00Recibiendo La LlamadaAcabo de salir de ver La Llamada y quiero volver a entrar. Esta sensación de que me he perdido cosas me está pudiendo y es que cada personaje tiene tanto que dar que tengo la sensación de que necesitaría conocerlos un poco más. Quiero entrar en La Brújula y dormir en alguna de las literas de la cabaña solo para encontrar un momento en el que detenerme a mirar todo lo que ponía en la tabla sobre la que duerme María, esa madera bajo la que duerme Susana. Ver las fotos y sentir en sus miradas que son la misma persona dividida por la mitad. Observarlas, envidiarlas y, por qué no, desearlas desde la culpabilidad adolescente que te hace espiar a través de una ventana o arrodillarte ante un desconocido que te canta canciones de Whitney Houston. Quisiera abrir la maleta de Milagros, esa en la que guarda todo cuanto es porque cuando se dio cuenta de que había elegido mal se persignó por los demás y se olvidó de ella. Abrirla y colocar cada recuerdo en un mural que pudiera construirla de nuevo, que pudiera devolverle las palabras que se le atascan porque tiene tanto que decir y ha dicho tan poco que se ha olvidado de cómo utilizarlas. Y aunque los secretos de Bernarda no es que me intriguen en exceso… por si acaso, reconozco que me encantaría verla en su habitación empezando desde cero alguna de sus coreografías.<br />
<br />
Tengo que admitir que he oído a mi amiga Marina hablar de La Llamada hasta la saciedad. Y que conocerla y saber con qué pasión escribe sobre las cosas que le gustan, que la hacen sentir, que la hacen olvidarse de este mundo que se derrumba y le sacan una sonrisa, o una lágrima de emoción, hizo que comenzase a preguntarme qué tendría la historia para que le gustase tanto, creo que ahora lo entiendo. Entiendo que cuando creces rodeada de personas que te comen la cabeza, encontrarte con una representación de ellas que te deja ser, te haga recuperar un poco la fe que te hicieron perder. Pero no la fe en Dios, esa decisión a estas alturas me da que ya es irrevocable, si no la fe en ti misma. Es como si te hiciera sentir bien descubrir que a pesar de todo puedes cogerle cariño a un hábito. Que incluso podrías ponerte a bailar con ellas, que la fuerza con la que te has enfrentado a la vida para ser quien eres, ya te permite reírte de todo cuanto te hicieron sentir.<br />
<br />
Lo mejor de la brújula de esta historia, sin lugar a duda alguna, es que elijas el punto cardinal que elijas, nunca vas en dirección contraria a nadie porque, en tu camino, hay sitio para quienes andando el suyo te quieren acompañar y en los suyos, hay un sitio para ti por si necesitan que seas quien acompañe. <br />
<br />
Era un poco reacia a recibir La Llamada y ahora me arrepiento de no haber ido a verla al teatro, pero me alegra haber caído al fin en ese campamento en el que quieras ser quien quieras ser, dejan que te des cuenta sola, o con la ayuda justa (Qué momentos los de Anna y Belén) (Que momentos los de Anna y Macarena) (Qué momento la última aparición), si la dirección que has escogido es la que te hará feliz o no y que si no lo es, NO PASA NADA porque en uno de los cruces que da la vida, siempre puedes cambiar el rumbo y abrazarte a la fe, pero a la fe de ser quien sientes ser.<br />
<br />
Adriana MarquinaAdriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-23450304860978765102017-09-25T14:47:00.000+02:002017-09-25T14:47:09.255+02:00San Junipero AurelierA Celia le encantaba ir al Ambigú a la hora del café. El humo de los puros de los hombres que leían con interés los periódicos que no habían podido leer por la mañana, hacía que el murmurar de las mujeres que cotilleaban con elegancia, pero sin discreción, llegase hasta ella con un halo de misterio que le era de mucha utilidad a la hora de ambientar el siguiente capítulo de su novela. Le gustaba sentarse en la mesa de al lado de la ventana, enfrente del piano que descansaba esperando que a las ocho de la tarde la clientela cambiase por completo de aspecto. Desde allí, con la silla puesta en el angulo exacto, podía ver todo el café a través de un enorme espejo que colgaba de la pared, casi a su suerte, sin que nadie la viera a ella.<br />
<br />
La rutina de aquel lugar le daba la tranquilidad necesaria para concentrarse en lo que se tenía que concentrar. Ella siempre llegaba a las tres y media, sabía que a esa hora la mesa que le gustaba estaba libre y había comprobado que las demás andaban un tanto escasas de musas. Diez minutos más tarde, mientras esperaba a que su té dejase de arder y ordenaba sobre la mesa los folios ya escritos, llegaban dos mujeres que aderezaban sus cafés con dos gotitas de licor que eran en realidad media taza. Pocos minutos después, disimulando como cada día el hecho de que esperaba en la esquina de la calle a verlas llegar, entraba un joven de buena planta y mejores modales que sin duda intentaba aparentar más años de los que su ingenua sonrisa era capaz de transmitir y que se sentaba en la mesa de al lado fingiendo un encuentro casual que provocaba en una de ellas una sonrisa pícara de esas que dejan claro que la culpa de lo que no ocurre, es de las circunstancias. Un señor de frondoso bigote se sentaba en la barra mirando hacia la puerta a eso de las cuatro menos diez. Su mirada profunda, se llenaba de anhelo cinco minutos más tarde, cuando saludaba con la cabeza a las tres señoras que le ignoraban con la dignidad de quienes se creen mejores que nadie mientras esperaban a que Enrique les retirase las sillas para poder sentarse. Celia, había llegado a la conclusión de que una de ellas le recordaba a aquel amor que un día se fue y no regresó y le regalaba una mirada cómplice que el señor agradecía justo antes de volver a la sección de economía que leía como si a él todo le diera igual. Para las cuatro en punto, todos los habituales ya habían llegado y Celia podía al fin dejar constancia sobre el papel del orden escogido para las palabras que se agolpaban en su cabeza y que poco a poco iban dándole forma a su segunda novela. La primera, la historia de su familia, de sus hermanas, había sido todo un éxito y aunque no estaba segura de que la sociedad fuera a entender la vida de la mujer a la que había hecho protagonista en aquella ocasión, sabía que no podía dejarla con la vida a medias.<br />
<br />
Aquella reflexión, que en un segundo y de un manotazo arrancó de su lado la inspiración, la hizo volver al mundo real. Volver a su espejo. A los murmullos que no habían cesado pero que habían desaparecido. Entre ellos, una voz que no reconoció pero que sintió no volvería a olvidar, pidió un café doble en la barra. Intrigada, se giró para buscar a la propietaria que, sentada en un taburete de la barra, erguía su postura cansada para ser la dama elegante que tenía que ser. Celia tuvo que mirar dos veces y parpadear cuatro. La capa azul que colgaba hasta el suelo ocultando el asiento, el recogido elegante pero sencillo de su pelo y las manos delicadas que sacaban del bolso unas monedas, la hicieron sentir que su protagonista se le había escapado. Celia sonrió incrédula y sintió dentro el calor que anuncia una locura. Se quitó las gafas y recogió un poco la mesa en un acto de nerviosismo que ni ella comprendía bien, pero cuando inhaló el aire que la levantaría de la silla, la vio pasar por el reflejo del espejo rumbo a la puerta sin darle la oportunidad ni siquiera de verla el rostro. <br />
<br />
—Enrique ¿Quién era esa enfermera? —preguntó curiosa a la par que decepcionada cuando el dueño del local pasó a su lado con la bandeja cargada de copas aún vacías.<br />
<br />
—No lo sé. ¿Quieres que le pregunte a Antonia? Está ordenando el almacén, pero ya sabes lo que le gusta un cotilleo. <br />
<br />
En un acto irracional, Celia negó y terminó de recoger sus papeles, los guardó junto a su pluma en la cartera de piel que la acompañaba fiel a todas partes y salió a la calle, miró hacía los lados y persiguió la única capa azul que vio sin contar con que a escasos diez metros, se toparía de frente con su hermana Adela que iba con calma a abrir su sombrerería.<br />
<br />
—¿Dónde vas tan despistada? —preguntó al ver que ni siquiera la había visto.<br />
<br />
—¡Adela! —exclamó apurada mirando por encima de su hombro para comprobar como la capa doblaba una esquina tirando por tierra su idea de preguntarle a aquella mujer si sería tan amable de regresar a su novela —Perdóname, iba pensando en mis cosas.<br />
<br />
—Ya veo, ya. ¿Qué tal lo llevas? —preguntó señalando la cartera.<br />
<br />
—Bien. Bien, bien. No sé si mi protagonista sigue ahí, pero lo llevo bien —respondió bromeando asumiendo con la mirada triste que no volvería a verla —. Te dejo, tengo que ir al periódico y ya llego tarde —añadió como excusa, aunque no le sirvió de nada.<br />
<br />
La enfermera había desaparecido. Adivinar por qué calle había podido ir teniendo en cuenta que había decenas de ellas a su alrededor que a su vez se bifurcaban en decenas más, era imposible, así que regresó al piso que no sin esfuerzo había comprado y arreglado con la venta de Seis Hermanas.<br />
Pasó el resto de la tarde releyendo lo que ya tenía escrito y se dio cuenta de que a su enfermera le faltaba voz y le faltaba vida. La vida que le daba vida a la capa que había perdido de vista horas atrás. Intentó inventarle una, pero no sonaba igual y quiso darle una historia más creíble de la que le había dado, pero todo cuanto se le ocurría la decepcionaba, la voz de aquella mujer guardaba el secreto de cientos de historias por descubrir. Cuando llegó la hora de irse a la cama, Celia se dio cuenta de que nada de todo cuanto había escrito tendría sentido sin saber, al menos, el nombre de aquella mujer que se le había escapado por su indecisión.<br />
<br />
Al día siguiente, la escritora pasó toda la tarde esperando a que el azar, o el destino, hicieran que la enfermera volviera a entrar en el Ambigú, pero fueron pasando las horas y a excepción de la camisa de cuadros de una mujer que se sentó al otro lado del café de espaldas a ella, nada llamó su atención. Comprobando con tristeza que se acercaba la hora de irse a dar una de sus clases particulares de inglés, pues, a pesar de que había tenido que dejar las aulas seguía adorando la docencia, recogió sus libros, se puso el abrigo y salió por la puerta con la cabeza en algún lugar al que no conseguía acceder.<br />
<br />
—¡Disculpe! ¡Disculpe!<br />
<br />
Aquella voz… La dejó paralizada de espaldas a medio metro de la puerta.<br />
<br />
—Disculpe, se le ha caído el libro…<br />
<br />
Celia, se giró despacio, como si de pronto su cartera pesase toneladas. Como si todo en cuanto creía se tambalease, como si sintiera que, al darse la vuelta, iba a estar tan sola que no podría soportar la locura.<br />
<br />
—¿Está bien? —escuchó mientras subía la mirada por la falda beige que acababa en un cinturón negro tras el que comenzaba una camisa de cuadros que le era familiar.<br />
<br />
—¡Eres tú! —exclamó boquiabierta.<br />
<br />
—Así es, soy yo —respondió divertida con el libro en la mano extendida hacia Celia —, igual que supongo que usted, es usted.<br />
<br />
La sonrisa que siguió a aquellas palabras, tan blanca y pura que parecía de mentira, le aceleró el corazón dejándola aún más bloqueada. Por un segundo sintió que volvía a ser aquella veinteañera temblorosa que temía reconocer que el camino que su corazón había escogido no se correspondía con el que habían escogido todas las mujeres que la rodeaban. Por un segundo recordó la mirada inquisidora del Doctor Uribe, un médico sin escrúpulos del que consiguió escapar a base de mentiras. Por un segundo sintió que todo cuanto había pasado para llegar a ser le recorría la columna vértebra a vértebra, haciéndola consciente de que hubiera dolido lo que hubiera dolido la fusta con la que tantas veces la golpeó o la corriente que tantas veces le atravesó, había merecido la pena cada segundo de lucha por estar en aquel momento allí, haciendo el ridículo ante la mujer más hermosa que había visto en su vida.<br />
<br />
—Orgullo y prejuicio —leyó en la tapa intentando hacer que Celia reaccionase —. Creo que el único hombre que me ha gustado en mi vida —comenzó a confesar llevándose el libro al pecho de forma cómplice —, ha sido Mr. Darcy.<br />
<br />
En aquel momento Celia creyó desmayarse. La mirada de la mujer tras decir aquello, se iluminó ante ella haciéndola comprender que todas las orillas en las que había desembarcado sin éxito tenían una cosa en común. Ninguna, tenía faro.<br />
<br />
—Lo utilizo para dar clases de inglés a una adolescente un tanto irreverente —reaccionó al fin extendiendo la mano para recuperar el libro—. ¿A qué adolescente no le gusta leer una historia de damiselas buscando el amor?<br />
<br />
—¿Es usted maestra? —preguntó alargando el momento en el que soltar la tapa intentando averiguar que era eso que la unía a aquella desconocida con tanta fuerza.<br />
<br />
—Lo fui. Ahora soy escritora, o lo intento —añadió modesta —. Soy Celia Silva, si suelta el libro será un placer saber quién es usted y estrechar su mano.<br />
<br />
Las tornas cambiaron en el momento en el que la enfermera escuchó su nombre. Hacía al menos siete años que no vivía en Madrid, pero sí estuvo cuando aquella mujer que tenía delante publicó bajo el seudónimo de Román Caballero una serie de artículos que levantaron más de una ampolla social y cuando se la acusó de haber atentado contra el mismísimo Ateneo.<br />
<br />
—No puedo creer que usted sea Celia Silva… Bueno, en realidad no puedo creer que no la haya reconocido. Yo soy Aurora, Aurora Alarcón, fui la jefa de enfermeras de la casa de socorro que consiguió que abrieran en Arganzuela, aunque no tuve la fortuna de llegar a conocerla.<br />
<br />
Celia arrugó el ceño haciendo memoria.<br />
<br />
—Me consta que hizo una gran labor allí, aunque si mal no recuerdo, no estuvo demasiado tiempo ¿verdad?<br />
<br />
Aquella pregunta apagó el brillo de una mirada que se perdió en el suelo de un pasado difícil de olvidar, aunque se volvió a iluminar al segundo, como si Aurora hubiera aprendido a salir del pozo de un solo salto.<br />
<br />
—Esa respuesta es digna de un buen licor, pero me temo que si acepta llegará demasiado tarde a su clase.<br />
<br />
—¡Mi clase! —exclamó Celia entregándose a un reloj que se rio con maldad —Acepto ese licor —dijo elevando la voz mientras se alejaba sin llegar a girarse del todo —, ¿Le parece si nos vemos aquí a las seis y media?<br />
<br />
—Como me siga tratando de usted, me temo que se quedará con la duda —gritó provocando que media calle se girase a observarla con desprecio —. La espero en este punto exacto, de hecho, puede que no me mueva de aquí hasta mañana —bromeó.<br />
<br />
Celia asintió con la cabeza, con la mirada, con la sonrisa y con el corazón que quería quedarse allí a toda costa. Aurora, con el dedo índice atrapado entre sus dientes en un gesto inconsciente, se quedó mirando cómo se alejaba divertida. Y aquel 24 de septiembre de 1922, se quedó mirándolas a ambas sabiendo que aquel encuentro, era lo más bello que le había ocurrido aquel día al mundo.<br />
<br />
La noche pasó muy despacio, como si todas las fases de la luna quisieran asomarse a las dos ventanas tras las que el insomnio anunciaba que algo había cambiado para finalmente dibujar una sonrisa entre las estrellas que compartiría el amanecer con los rayos de un sol que ansiaba traspasar la mitad del cielo para ser testigo del nuevo encuentro.<br />
<br />
—¿Siempre llega diez minutos antes a sus citas? —le susurró Aurora a Celia haciendo que esta se girase para mostrarle una sonrisa que no había perdido desde el día anterior.<br />
<br />
—¿Quiere que sea sincera?<br />
<br />
—Quiero que seas quien sientas ser —respondió Aurora enhebrando su brazo en el brazo de Celia con una complicidad y una energía que hizo que la escritora sintiera que podía serlo de verdad—, y por eso, me gustaría que aceptes la sugerencia de un cambio de lugar. <br />
<br />
—¿Dónde me quieres llevar? —preguntó intrigada mientras comenzaban a caminar.<br />
<br />
La sonrisa con la que Celia salió de la representación teatral a la que Aurora la llevó por sorpresa, hizo que la luna de aquella noche que se les echó encima desapareciera muerta de envidia.<br />
<br />
—¿Crees en la reencarnación? —preguntó Celia mientras Aurora se acababa de abrochar los botones del abrigo a la puerta del teatro.<br />
<br />
Aurora dudó un instante.<br />
<br />
—No sé si lo llamaría así, si te digo la verdad por razones obvias no soy muy creyente, pero pienso que tenemos poco tiempo para hacer todas las cosas que hay por hacer así que sí, digamos que creo que después de este tiempo, tendremos más tiempo. ¿Por qué?<br />
<br />
—Porque si vuelvo a nacer, me encantaría ser…<br />
<br />
—¡Actriz! —exclamó Aurora entusiasmada.<br />
<br />
—¡Sí! ¿Tú también? —preguntó siendo ella quien se agarró con fuerza a su brazo para comenzar el ascenso de la Gran Vía.<br />
<br />
—Me encantaría subirme a un escenario y hacer que la gente sienta cosas que de otro modo nunca serían capaces de sentir. Poder darle vida a personas imaginarias que seguramente existan en algún lugar. Aprenderme textos intensos, o mediocres, no me importa. Saber llorar o reír al antojo. Trasgredir sin que nadie pueda juzgarme porque no soy yo, es el personaje. El autor… O la autora —añadió clavando sus ojos en los ojos de Celia que la escuchaban con atención.<br />
<br />
—No creo que llegue nunca a escribir teatro si es lo que sugieres.<br />
<br />
—Tú harás todo lo que te propongas hacer y algo me dice que yo estaré ahí para verlo —añadió apoyando ligeramente y durante solo un segundo su cabeza en el hombro de Celia que torció levemente la suya como agradecimiento.<br />
<br />
Una carcajada de Aurora rompió aquel momento. Se paró y giró la cabeza para desafiar con la mirada a una pareja cincuentona que al pasar a su lado había murmurado algún improperio ante el gesto.<br />
<br />
—Me hace gracia lo vacías están las vidas de algunas personas —dijo respondiendo a la pregunta que Celia no llegó a hacer.<br />
<br />
—Y pensar que hace unos años me preocupaba tanto lo que pensasen de mí que era el miedo quien guiaba mis sentimientos…<br />
<br />
—¿Cómo cogiste las riendas?<br />
<br />
—Bueno, aprendí que la gente ve lo que quiere ver y que, si yo le daba importancia a lo que veían, veían precisamente lo que pretendía ocultar. No hay nada mejor escondido que lo que está al alcance de los ojos. ¿Y tú?<br />
<br />
—Yo aprendí a base de golpes —respondió con una sonrisa que traspasó a Celia de dolorosa que le pareció —. Tuve un marido, era lo que se esperaba de mí y cedí a ello. Era una mala persona. Demasiado para lo que puedas llegar a imaginar.<br />
<br />
—Puedo llegar a imaginar muchas cosas. ¿Puedo preguntar que fue de él?<br />
<br />
—Está en la cárcel. Pagando por el asesinato de nuestro hijo no nato.<br />
<br />
—Lo lamento.<br />
<br />
—Y yo, pero aprendí a salir de todo aun arrastrándolo todo.<br />
<br />
—¿Por eso te fuiste de Madrid?<br />
<br />
—No. De Madrid me fui porque a las pocas semanas de haber inaugurado la casa de socorro, incorporaron a la plantilla a una enfermera en la que confié más de lo que debía sin saber que todo cuanto le conté de mi lo utilizaría para atormentarme. Me fui a Austria. Bueno, en realidad regresé allí. A la ciudad que me formó como enfermera, como persona y como mujer. Hace cosa de un mes me enteré de que ese ser había fallecido. Su locura la llevó al manicomio y del manicomio salió con los pies por delante. Cuando te metes con quien no debes, terminas donde no quieres. Ella se creía inmortal y jugó con alguien que estaba muerto en vida y sin nada que perder.<br />
<br />
—¡Pues me alegro! —exclamó risueña golpeando con cariño la mano de Aurora que la miraba con el ceño fruncido —De que volvieras a Madrid… —aclaró con el toque de sarcasmo justo.<br />
<br />
Cuando dejaron de hablar, se dieron cuenta de que la noche estaba completamente en calma. La ciudad seguía viviendo, pero era como si su ruido estuviera en otra dimensión. Como si fuera el murmullo de la radio en una mañana fría de invierno en las que la leche se calienta poco a poco para darle temperatura al hogar. Disfrutando del silencio y sin rumbo, se vieron sorprendidas a la altura de la calle Hortaleza por un saludo mucho más cariñoso de lo que Aurora hubiera podido esperar jamás de una completa desconocida. Aquella mujer rubia que sujetando a Celia del brazo las había detenido, la miró de arriba abajo con total aprobación y le plantó dos besos en las mejillas que a punto estuvieron de ruborizarla.<br />
<br />
—¡Diana! ¡Salvador! ¿Qué hacéis por aquí?<br />
—preguntó Celia pasándose por encima el protocolo de las presentaciones.<br />
<br />
—Hemos salido a cenar —respondió Salvador —, ya sabes que tu cuñado es un hombre detallista —bromeó con la sonrisa de medio lado que tanto le caracterizaba y que tanto gustó a Aurora que acababa de atar todos los cabos.<br />
<br />
Diana le dio un manotazo cariñoso en el brazo antes de presentarse por sí misma y de dejar claro que estaba encantada del casual encuentro que sin duda quería repetir con más calma el siguiente fin de semana, en casa, con las demás hermanas.<br />
<br />
—No voy a aceptar un no por respuesta —sentenció antes de acercarse a Celia y susurrarle algo que sonrojó sus mejillas —. El sábado que viene a las nueve en casa Silva. Mi hermana le dará la dirección encantada.<br />
<br />
Aurora se quedó paralizada en medio de la calle mientras Celia comenzaba a andar y Diana y Salvador subían la Gran Vía como si nada de aquello hubiera sucedido.<br />
<br />
—¿Vienes?<br />
<br />
¡Claro que iba! ¿Cómo no iba a ir?<br />
<br />
—Tus hermanas saben…<br />
<br />
—¡Claro! A algunas les costó más que a otras, pero mereció la pena correr el riesgo de decirles quien soy. Aunque reconozco —comenzó a confesar en voz baja sujetándose de nuevo al brazo de Aurora —, que a lo mejor alguna se enteró al abrir en el momento equivocado la puerta sin haber llamado primero.<br />
<br />
Aurora tuvo que detenerse para reírse a gusto. Se imaginó la escena, se imaginó las reacciones escandalizas y agradeció no haber tenido que verse en esa tesitura con su hermano Camilo que hacía por lo menos diez años había abrazado la fe y había decidido aislarse en un pueblo lejos del ensordecedor ruido de los pecados del mundo. Secándose las lágrimas que ya no liberaba por nada más que por su propia felicidad, se incorporó con la intención de seguir andando, pero pronto se dio cuenta de que estaban en el cruce con la calle Alcalá y no pudo evitar quedarse admirando el edificio del recién construido Círculo de Bellas Artes.<br />
<br />
—Desde que volví y vi esa azotea, he querido subir a ella.<br />
<br />
Celia la acompañó en el sueño con la mirada dirigida al cielo de Madrid y aunque por un segundo pensó en que las probabilidades de que alguna de las personas que entraban y salían de él fueran conocidos del entorno del periódico, prefirió guardase el As y apostarlo todo al comodín al que sí tenía acceso.<br />
<br />
—¿Crees que esa copa de licor podríamos tomarla en mi casa? —preguntó Celia colocando con cuidado, y muy despacio, un mechón de pelo rebelde tras la oreja derecha de Aurora que no pudo evitar morderse el labio con suavidad antes de asentir con la cabeza.<br />
<br />
La enfermera tardó al menos un minuto en poder cerrar la boca después de que Celia abriera la puerta acristalada del pequeño salón de su pequeño piso. Los escasos veinticinco metros cuadrados de aquella guardilla que Celia había convertido en un hogar, pasaron a un segundo plano en cuanto el centro de Madrid apareció ante sus ojos. El ángulo recto de la terraza permitía ver la extensión en dirección al Teatro Real y a la Plaza Mayor. Como si el aire que apenas se movía la empujase hacia adelante, Aurora apoyó los brazos en la cornisa que ocultaba a los viandantes aquella maravilla.<br />
<br />
—Pero… ¿Tú cómo has conseguido esto? —preguntó girándose hacia una Celia que estaba mucho más cerca de lo que hubiera imaginado.<br />
<br />
—Digamos que estaba en el momento justo, en el lugar indicado.<br />
<br />
—¿Y cuan justo e indicado es el momento en el que me encuentro yo ahora?<br />
<br />
En ese instante, los cimientos de toda la sociedad se tambalearon bajo sus pies. Toda la prudencia y discreción que se les pedía a las damas bien educadas se tiraron desde el octavo piso de aquel edificio de siete. Detrás fueron las prohibiciones, las terapias, las mentiras y las lágrimas que se llevaron a la espalda las dudas, los amores no correspondidos y los que siéndolo acabaron ante el altar de la libertad cristiana. Celia nunca había besado a una mujer como Aurora y Aurora nunca había besado a una mujer como Celia, lo supieron en el momento en que sus labios se unieron en aquel beso que se llevó el pasado que habiéndolas creado había intentado destruirlas sin éxito.<br />
<br />
Por un segundo ambas tuvieron la necesidad de preguntarse si todo lo que les estaba ocurriendo no estaba ocurriendo demasiado rápido. Si el destino no estaría jugando con sus sentimientos de nuevo. Si aquello no sería otra trampa de esas de la vida que aparecen cuando más feliz eres para hacerte sentir que sigues siendo una simple mortal. Quisieron preguntarlo en voz alta, pero ambas sabían que las respuestas que se dicen con la boca son mucho menos sinceras que las que se dan con la mirada, así que se miraron hasta que dieron las doce, mientras las campanas de la ciudad repicaban y las nubes ejercían de hadas madrinas cubriéndolas con la lluvia de la primera vez eterna.<br />
<br />
<br />
—¡Buenos días remolona! —saludó Celia dejando el teléfono sobre la mesilla cuando vio que Aurora abría los ojos.<br />
<br />
—Buenos días amor —respondió Aurora desperezándose entre las sábanas hasta acabar abrazada a Celia que la observaba de reojo desde hacía rato —. ¡Mmm! Cómo me gusta acariciarte cuando aún no se te ha despertado la piel —farfulló colando las manos por su espalda desnuda —¿Qué hacías con el móvil tan temprano? —preguntó adoptando la postura de un gatito que necesita calor.<br />
<br />
—He soñado con nosotras y estaba anotándolo para que no se me olvide, creo que podría salir una gran historia de ahí.<br />
<br />
—¿Sobre nosotras? —preguntó Aurora mirándola con los ojos dormidos, pero con la atención alerta.<br />
<br />
—¡Sí! —afirmó sentándose de un salto con las piernas cruzadas de frente a ella —Pero no sobre nosotras ahora, si no sobre las nosotras que fueron otras… No sé, ha sido todo un poco extraño.<br />
<br />
—Extraño ¿Por qué? —preguntó Aurora que intentaba comprender pero que no llegaba a hacerlo mientras se incorporaba ligeramente para llegar a acariciarle los hombros con esa picardía mañanera que es incapaz de mantener la mano en el mismo lugar.<br />
<br />
—Vivíamos en los años veinte…<br />
<br />
—¿Aún vestíamos con corsé? —interrumpió torciendo la sonrisa.<br />
<br />
—¡Qué tonta eres! —respondió cariñosa siguiendo con la mirada el dedo índice de Aurora que merodeaba juguetón por el contorno de sus pechos —No, pero también éramos periodista y… bueno tu eres médico y la Aurora de mi sueño era enfermera, pero…<br />
<br />
—Bendita apendicitis la tuya.<br />
<br />
—¡Bendita, Bendita! —repitió divertida acariciándose la cicatriz del costado —Me sentía morir, pero si no hubiera estado a punto de estallarme, nunca te hubiera conocido.<br />
<br />
—¿Y cómo nos conocíamos en tu sueño?<br />
<br />
—Te escuchaba hablar en un café de la época al que al parecer acudía a escribir asiduamente. Nos había pasado de todo —comenzó a narrar entusiasmada —. A mí me habían sometido a terapia, detenido por un atentado que no cometí… Y tú, no solo habías tenido un marido muy cabrón, sino que además te había acosado una loca.<br />
<br />
—Habíamos tenido una vida feliz por lo que veo —ironizó recolocando las almohadas para poder apoyarse en ellas cómodamente.<br />
<br />
—También nos habían pasado cosas buenas, pero me ha dejado un poco así el hecho de que habíamos tenido una vida en la que podíamos habernos conocido muchos años antes, pero en la que no lo habíamos hecho.<br />
<br />
—No sería nuestro momento —dijo Aurora que era muy de creer en que las cosas suceden cuando tienen que suceder. Ni antes, ni después.<br />
<br />
—¿Te imaginas que hubiera sido así de verdad? ¿Qué no haya sido un sueño si no un recuerdo de nuestra vida anterior? Yo cuando te vi entrar en el box de urgencias y me llamaste María porque te habías confundido al coger la hoja de ingreso, sentí que eso, ya lo había vivido.<br />
<br />
—¿Ves? A eso me refería, si aquel día hubieras aparecido en el hospital media hora más tarde, quizá no nos hubiéramos conocido nunca.<br />
<br />
—O sí te hubieras quedado a trabajar para siempre en aquel hospital de Viena…<br />
<br />
—Era nuestro momento —susurró melosa tirando de las manos de Celia hacia ella para dejarla tumbada sobre sí —, pero vamos, que nunca me habías contado eso.<br />
<br />
—No quería parecerte una loquita —aclaró con un beso.<br />
<br />
—¿Cómo vas a parecerme una loquita si la que se volvió loquita al verte allí echa un trapo fui yo?<br />
<br />
—¡Que romántico fue todo!<br />
<br />
—Muy de nuestro estilo.<br />
<br />
—A mí, lo que más me gusta de nuestro estilo es la forma en que hacemos el amor… —ronroneó Celia perdiendo la lengua en la boca de Aurora que tiró del edredón hacía arriba cubriendo por completo la desnudez de sus cuerpos enlazados mientras la mano de Celia descendía por su vientre agitado dispuesta a perderse entre unas piernas que no opusieron resistencia alguna.<br />
<br />
—En eso —se escuchó bajo el blanco rallado por el sol que entraba por la persiana entrecerrada —, tengo que darte la razón. ¡Feliz aniversario Meine…! —un profundo gemido incontenible cortó el final de la frase.<br />
<br />
—Liebe...<br />
<br />
<br />
Adriana Marquina<br />
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Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-43736197638465980422017-09-19T23:06:00.000+02:002017-09-19T23:06:35.595+02:00El incendio de Incendios Quiero hablaros de Incendios, pero tengo que reconocer que no sé ni por dónde empezar. No sé si empezar poniendo una rama seca en el suelo o directamente quemando el bosque. No sé si empezar por el elenco, por el decorado, por el guion o por el argumento. No sé por dónde empezar, así que empezaré diciendo que, si todavía no la has visto, no te lo pienses. No mires el argumento, no te preocupes por quienes actúan, no leas más. Abre la página en la que se venden las entradas y compra la primera que puedas, si es que aún puedes, porque Incendios es una de esas obras desgarradoras que se te meten dentro y se quedan contigo, en tu garganta, como un cuchillo. Que se apodera de tu piel porque hacen que sientas su piel, la piel de personas invisibles a las que la parca persigue por diversión. Que te hace inhalar el humo de la hoguera en la que arde cada uno de sus protagonistas. Que te obliga a mirar por la mira de lo más ruin de la naturaleza humana y después hace que te pierdas en un silencio que llegas a sentir como tuyo, aunque no entiendas a que es debido.<br />
<br />
Incendios es una de esas obras que existen, pero que ojalá no existieran. Que ocurren encima de un escenario que abarca ciudades que se nos escapan, que dejamos que se escapen porque mirar hacia ellas hace que sintamos el temblor de los cimientos del mundo. De nuestros cimientos. De nuestro mundo impasible. De un mundo que sigue sin darse cuenta de que, sin amor, lo único que tiene cabida es el odio y el odio mata. Literalmente, o peor, no. Diversión.<br />
<br />
Incendios es algo que no se puede contar. Algo sobre lo que no se puede escribir porque, aunque quieras imaginarlo no alcanzas. Porque, aunque te pares y le des miles de vueltas, seguirías sin comprender como puede ser que, sobre ese escenario que te transporta poco a poco al centro de un infierno en el que se escucha un silencio ensordecedor, el resultado de la suma más básica de todas, esté equivocado.<br />
<br />
No puedo decir demasiado, porque a nada que diga llegaría al final de un incendio que hay que comenzar a ver arder desde el principio y no quiero, y tampoco sé si sé. Lo que sí os puedo decir, es que las tres horas que dura la obra, que son demasiado para sus protagonistas pero que fueron demasiado poco para mí, te llevan por un sinfín de sentimientos que llegan a hacerte dudar sobre tu propia respiración y es que a ratos sientes que el aire que debería llenar tus pulmones se está yendo con ellos y a ratos sientes que eres tú quien se lo está robando. Lo que si puedo decir es que Carlos Martos me hizo sentir la ira de quien no comprende nada, de quien no sabe que es lo que ha hecho mal para sentir que lo quieren tan poco. Que Jose Luis Alcobendas me mantuvo toda la obra preguntándome que era eso que Lebel sabía y yo no. Que sentí profundamente que Alberto Iglesias no me entregase a mí la caja con las quinientas horas porque hubiera perdido en ellas mi cordura con gusto. Que hubiera saltado al escenario para ir con Laia Marull y el corazón roto de la sonrisa de su Nawal hasta donde ella me hubiera querido llevar. Quizá de ese modo, lo hubiéramos encontrado a tiempo. Que me hubiera quedado toda la noche escuchando la voz de Lucia Barrado y de su Sawda, aunque tuviera que secar la lágrima que se me cayó cuando cantó. Que hubiera abrazado a Nuria Espert una y otra y otra vez, hasta que las manos de su Nawal hubieran dejado de temblar delante del jurado que se retorcía en sus butacas ante el dolor de ese talento añejo al que no le hace falta nadie más que ella. Que dejar de mirar a Candela Serrat se me hizo imposible, no por el cariño que le tengo, si no precisamente porque por más que la buscaba no la encontré en esa Jeanne que lo llenaba todo con el silencio incomprensible de la mujer dispuesta a perder por el camino el sentido de la vida para, precisamente, darle sentido a la vida. Que la fotografía que le hubiera sacado al Nihad de Germán Torres entre las dos cejas, no me hubiera pesado tanto como me pesa, cuando la recuerdo, la banda sonora que dejó tras su nariz de payaso. <br />
<br />
Adriana Marquina<br />
<br />
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Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-78486779203504381072017-08-08T14:49:00.002+02:002017-08-08T14:54:26.659+02:00Tu perfume<div class="MsoNormal">
<a href="https://www.blogger.com/null" name="_GoBack"></a>Necesito saber el nombre del perfume
que utilizas. Ese que me hizo girarme cuando pasaste a mi lado sin detenerte.
Ese por el cual recorrería tu piel en una noche endemoniada de insomnio sin tan
siquiera haberte visto, porque a veces andamos solos, aunque estemos rodeados
de gente y cuando quise darme cuenta, ya habías desaparecido tras la esquina de
la calle. Pensé en seguirte. En desandar mis pasos y ver como eras, pero en el
aire se había quedado pegado el aroma de tu piel y no pude evitar sentarme en
el banco verde que ajeno a ti me reclamaba a mí para cerrar los ojos y jugar
despacio. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Despacio cree un rostro que podría ser el de cualquiera pero
que terminó siendo el tuyo. Risueño, rosado, atravesado por una sonrisa curvada
por la dicha de una vida llena de anhelos de más. De más viajes, de más sueños,
de más conocimiento, de más tiempo para perder el tiempo pensando en qué
utilizarlo. De más películas, de más libros, de más música, de más cervezas con
amigas de esas por las que el tiempo pasa, pero con las que nunca pasa el
tiempo. De más miradas cruzadas, de más sonrisas cómplices, de más susurros gritados
en plena noche. Iluminado por unos ojos de esos que retan y yo, acepté el reto.
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Adiviné una infancia plena en la que la libertad se sentía
tan lejana que parecía inalcanzable. En la que siendo una niña como las demás
te sentías diferente. En la que aprendiste a jugar sola cuando jugabas
acompañada porque no entendías que entre las reglas del juego hubiera una que
dijera que eso era lo que los demás esperaban de ti. Se esperaba de ti que
fueras una más siendo única y empezaste a crecer acostumbrándote a callar lo
que pensabas, lo que sentías, lo que querías hacer, lo que necesitabas hacer
porque, para cuando pensaste en revelarte, ya habías crecido lo suficiente como
para saber que nada puede hacer más daño que una mirada reprobatoria y las
miradas de las personas que aceptan las reglas sin preguntar siempre lo son.
Seguiste creciendo entre las paredes de una habitación que te dejaba ser, que
te dejaba atravesar el campo interminable para marcar el gol de la victoria en
el último segundo, levantar la espada con la que salvar al mundo o solucionar
ese crimen que tuviste que dejar a medias porque tenías que salir de allí para
que quienes no eran en ninguna parte fueran contigo. Pensabas que formabas
parte de algo, pero era el algo el que formaba parte de ti y se convirtió en
una camisa de fuerza con los cinchos tan apretados que las hebillas marcaban tu
piel. La marcaron aquellas amigas sin las que no te imaginabas, pero de las que
apenas ha quedado una porque ellas si se imaginaban sin ti. Aquellas fiestas en
las que sonreías a quien te decían tenías que sonreír mientras mirabas de reojo
a quien te hacía sonreír a ti, ajena, inalcanzable, prohibida. Aquellas
conversaciones en pijama en las que escuchabas con atención la descripción de
sentimientos que se parecían a los tuyos mientras el humo de lo prohibido
inundaba tus pulmones cansados de suspirar porque se parecían, pero no eran
iguales. Aquellos besos socialmente bien
vistos en los que dabas lo mejor de ti, pero de los que te llevabas lo peor. El
miedo, la angustia, la rabia de que no fueran los de ella. Los de cualquier
ella. Me imaginé tu primer beso, el primero de verdad. Ese en el que los ojos
que te miraban te miraban a los labios dudando si caer en el pecado de tu
lengua paralizada, de tu respiración entrecortada, de tus ojos centelleantes al
intuir la luz que lo iluminaria todo cuando el muro de las reglas explotase
ante el pecado que estabas a punto de cometer, que ansiabas cometer, ese con el
que tantas y tantas veces habías soñado despierta, que tantas y tantas veces
habías pensado que nunca llegaría. El primer beso, la primera vez. Voy a
arriesgarme a decir que fue con una mujer que tenía más experiencia que tú, con
una a la que no le temblaron las manos al deshacerte de tu camiseta, con una
que sujetó las tuyas para regalarles una firmeza que desapareció en cuanto besó
tu cuello, en cuanto con cuidado te tumbó sobre la cama, quizá la suya, quizá
una que acababas de conocer, pero de la que ya no te podrías olvidar. Me imagino
sus labios recorriendo tu cuerpo, tus ojos luchando por no perder de vista el
techo segura de que, mirándolo a él, tu vergüenza desaparecería. Su mano perdiéndose
entre tus piernas, cortando tu respiración, tensando todo tu cuerpo, haciendo
que mordieras tu labio mientras tus manos se enredaban en las sábanas en vez de
en su piel. ¿Cuándo tardaste en darte cuenta de que la piel no se rompe? ¿Tal
vez fue cuando mordió tu pecho? ¿Cuándo arañó tu espalda? ¿Cuándo sentiste su
lengua perdida dentro de ti? Acabo de verte sonreír, aunque aquello no fuera lo
que esperabas, aunque los nervios no te permitieran mirarla a la cara sin que
el rubor te hiciera cerrar las piernas, sin mirar de nuevo al techo. Puede que
incluso te sintieras culpable por dudar de que su satisfacción no concordase
con su aptitud. De que tu aptitud no concordase con su satisfacción. Aunque eso
lo sepas ahora que con los años has descubierto que el placer no es placer
hasta que eres incapaz de diferenciar una cosa de la otra. Hasta que el techo
parece el cielo. Hasta que la vergüenza se deshace a patadas de la ropa. Hasta
que lo que se rompe no es la piel, si no el aire. Hasta que le haces el amor a
un perfume. <o:p></o:p></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
A tu perfume.<br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Adriana Marquina</div>
Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-12180633621621495332017-04-21T14:54:00.002+02:002017-04-21T14:54:56.523+02:00Agradecida<div class="MsoNormal">
Qué triste es ese momento en el que te alegras de que algo
que te ha hecho feliz, termine. Aunque sepas que lo había hecho hace tiempo,
aunque lo estuvieras esperando. Y no es que te alegres por maldad, si no que te
alegras porque prefieres que dejen en paz tus recuerdos, que dejen de reírse de
ellos, de pisarlos, de menospreciarlos, venga de quien venga. Porque sí, eso es
lo que ha pasado con seis hermanas, o al menos lo que me ha pasado a mí, pero
antes de daros mis motivos y de decir algunas cosas que necesito decirles a las
Aureliers y a quien quiera haya sido el responsable de llevar a pique el barco,
quiero agradecerle al equipo que hizo posible el maravilloso comienzo y a todas
las personas que se involucraron y creyeron en la fuerza de la mujer y, sobre
todo en lo que a mi concierne, en la fuerza de la mujer lesbiana, que nos
regalaseis tantos y tantos momentos que nunca olvidaremos. A las seis actrices
que han llevado estos dos años el apellido Silva quiero darles la enhorabuena
porque, me gustase más o menos el personaje, siempre los habéis defendido con
la profesionalidad y el cariño que merecían. Ha sido un auténtico placer veros
trabajar, tanto a vosotras como al resto del elenco que rodeaba la vida de las
Silva, pero tengo que centrarme en Candela y Luz, que espero ya sean
conscientes de lo que han supuesto para muchas su Celia y su Aurora. Gracias,
una vez más y de todo corazón, por vuestras interpretaciones y por vuestra implicación.
Por la constancia y el apoyo. Por cada una de las sonrisas que nos habéis regalado
fuera y dentro de la pantalla. Ojalá podamos veros juntas en un futuro, ya sea
en otra serie o en un teatro que os aseguro llenaréis porque os merecéis todo
lo bueno que pueda depararos esa profesión que amáis. ¡Qué placer haberos visto
trabajar juntas! ¡Qué placer haberos podido conocer! ¡Qué, Placer! <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Y ahora sí voy a hablaros de lo que he venido a hablar
porque como era de suponer, no podía no decir nada en este último día de Seis
Hermanas. Tengo la sensación de que se han reído de “mi vida”, de mi forma de
amar, de la “batalla” en la que llevo peleando desde que con doce años supe que
me gustaban las mujeres, desde que con diecisiete decidí dejar de esconderme y
puse en una balanza lo que me hacía feliz y lo que estaría dispuesta a pagar
por serlo, porque sí, ser lesbiana muchas veces implica pagar un precio y ese
precio a veces es mayor de lo que creemos vamos a poder soportar. A veces se
hace cuesta arriba, bueno miento, siempre es cuesta arriba, pero al final las
piernas se acostumbran y llega un momento en el que te das cuenta de que subir,
merece la pena. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Digo que tiene un precio, pero no hablo de dinero, nada de
lo que he hecho nunca por mi o por los demás, ha sido por eso. Hablo de la
familia, de los amigos, de los trabajos, de la gente que te cruzas por la
calle. De todos los que aparecen y se van porque no llegan a comprender que
seas capaz de amar a otra mujer. Y no lo entienden porque nadie se lo ha
explicado, no al menos de la forma en la que deberían haberlo hecho. Las
lesbianas llevamos el estigma del pelo corto y la camisa de cuadros (aunque
alguna nos haya robado el corazón), de la tijera y el consolador, de no saber
lo que es una buena polla, de ser mujeres frustradas llenas de desilusiones
heterosexuales o peor, de abusos. Lo que el mundo enseña del amor homosexual,
lo que la historia cuenta, lo que el presente sigue enseñando en más ocasiones
de las que debería, es que estamos enfermas, que somos viciosas, que nunca
podremos ser felices porque no nos lo merecemos, porque somos antinaturales.
¡Naturales! ¡Madre mía! Y podría entender que esto pasase hace cien años, que
la gente tuviera miedo a lo desconocido porque era lo que les decían que tenían
que hacer, pero ¿ahora que ya se ha demostrado por activa y por pasiva que nos
somos eso que demonizan? ¿Qué hay cientos de plataformas con cuya ayuda se
podría reeducar esa imagen? ¿Por qué no se hace? ¿Por qué no se enseña? ¿Por
qué no se educa? Y lo más importante, ¿Por qué nos tienen miedo? Yo nunca me he
metido en la cama de nadie, no al menos con prejuicios morales de lo que está
bien o está mal (entiéndase claro siempre que ambas partes estén de acuerdo y
tengan capacidad para tomar libremente esa decisión), sin embargo, en mi cama
se mete todo el mundo y me juzgan y me critican y me dicen que no está bien y
me amenazan con el infierno sabiendo que me someten a él. Evidentemente
teniendo la edad que tengo me es completamente indiferente ver en televisión
una pareja lésbica estereotipada, ver que un hombre (o varios) se meten en la
relación, ver cómo se las juzga, insulta o incluso agrede porque, en mi cuesta
arriba, he aprendido que las cosas que no merecen la pena, resbalan y que las
que sí, suben contigo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Eso me pasó con seis hermanas, con Celia y con Aurora, que
de pronto, dos personajes de televisión subían conmigo y entonces decidí que
no, que eso no debía serme indiferente. No por mí, sino por todas las mujeres
que veían la cuesta desde abajo, que subían sí, pero a gatas, que se daban de
frente con lo que va cayendo una y otra vez y llegan a pensar que el ascenso es
imposible. Yo también estuve ahí y tuve gente que me tendió la mano, no mucha,
pero me aferré a ellas porque tenía claro que mi objetivo era la cima, pero no
del éxito para con los demás, si no para conmigo y me di cuenta que teniendo
dos manos libres, porque hace tiempo que dejé de subir a gatas, no podía no
ayudar, o al menos intentarlo porque, al igual que en su momento mis referentes
se fueron, sabía que estos también se irían y no me parecía justo que al
hacerlo, hubiera quienes volvieran a subir en solitario o que, sencillamente,
volvieran a dejarse caer. Había que hacer que entendieran que por muy solas que
creyeran estar en el mundo, hay cientos, miles, millones de mujeres en su misma
situación y en ello me involucré, con más o menos tino, pero esperando
conseguir un corazón libre más, capaz de soltarse y unirse para ayudar, o al
menos, uno con un eslabón menos en su cadena. No esperaba nada y, sin embargo,
me llevé algo que buscaba hacia mucho, algo a lo que tenía miedo. Me llevé
palabras de personas que necesitaban mis palabras. Palabras que pensaba no
servían para nada, que había llegado a creer no merecían la pena que, en cierto
modo, tiraban de mi hacía atrás sin que me diera cuenta y que gracias a quienes
las leyeron con cariño, con el de verdad, hoy me han liberado de ese peso. Os estaré eternamente agradecida. Pero
volvamos al tema que nos atañe, al tema por el cual estoy escribiendo esto y
ese no es otro que el final de seis hermanas, el definitivo, el, como decía,
agradecido. <o:p></o:p></div>
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Agradezco que se termine, aunque para muchas de nosotras
terminase hace tiempo; aquel día en el que alguien hizo oídos sordos a palabras
sabias que supieron ver la necesidad del motivo por el que empezó todo; una visibilidad
positiva, educativa, necesaria, en un horario y en una cadena de la que nadie
lo hubiera esperado jamás y de la mano de dos actrices que se dejaron la piel,
los ojos y los oídos en hacer algo digno que representase lo que muchas
reclamábamos desde hacía mucho tiempo. Lo agradezco porque no puedo, ni podré,
aplaudir nunca el giro que le dieron a algo maravilloso, no porque desee que la
gente que ha trabajado en el proyecto tenga que buscar ahora otro trabajo. No
sé si sería porque no supieron seguir, porque no les dejaron o porque
sencillamente no les interesaba que la gente desde sus casas pudiera comenzar a
comprender que el amor entre dos mujeres no tiene nada oscuro u obsceno, que
es, simplemente amor. Un amor como otro cualquiera, con su inicio tembloroso,
sus miradas vergonzosas y sus roces inocentes. No les interesaba que hubiera
quienes descubrieran lo duro que es darse cuenta de lo que te sucede y pudieran
ponerse una hora al día en nuestra piel. Ni que se viera el trato que se
recibía por él (escenas durísimas pero necesarias), que aun hoy se sigue recibiendo
en muchos países, porque lo mismo se llevaban las manos a la cabeza pensando cómo
es posible que a un ser humano se le torture solo por amar o peor, que vieran
que eso se puede superar porque no hay tortura que pueda evitar que sintamos y,
además, que es posible encontrar ese amor que anhelamos hasta hundidos en la más
bochornosa mierda. El miedo es el arma más poderosa y estoy segura de que hubo
alguien con miedo que se encargó de difundir ese miedo de tal manera que pronto
llegase de nuevo hasta nuestras televisiones para barrer la esperanza, la
naturalidad, la ilusión, el sueño, el puño en alto. Para barrer el amor que transmitía
una verdad que la gente no tiene por qué conocer porque entonces perderían el
miedo que tantas bocas alimenta. Un miedo convertido en hombres reclamando sus
trofeos, en vecinas escandalizadas que apedrean a quienes les ayudaron, en
seres sin corazón capaces de utilizar el amor para venganzas sin sentido. En
palizas, violaciones, embarazos, secuestros, insultos… Porque eso es lo que te
esperaba si eras lesbiana en mil novecientos catorce, porque ese es el legado
que te han dejado, el que tienes que asumir, el que utilizan para decirte que
tienes que permanecer callada y nosotras no nos estábamos callando. <o:p></o:p></div>
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Estábamos gritando de alegría, aplaudiendo de corazón,
sonriendo de esperanza. Estábamos diciéndole a las mujeres que no se atrevían
que se atrevieran, que no estaban solas, que se sentasen acompañadas a ver la
historia de Celia y Aurora porque estaba tan bien llevada que las iba a ayudar
a que ellos las comprendieran. Estábamos diciéndoles que podían ser libres
respaldadas por una cadena que no ha sido libre jamás. ¿Cómo no íbamos a apoyar
algo así? <o:p></o:p></div>
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Porque sí, podemos ayudarnos entre nosotras, a nivel individual
o colectivo, pero siempre desde la utopía, desde la experiencia de las que ya
se han atrevido y esa experiencia, desgraciadamente a veces ha sido tan
negativa que no se ha podido superar y se manifiesta con la intención de que al
resto no le suceda lo mismo que a ti y en algunos casos, da miedo. Miedo. De
nuevo el miedo. No sé si sería capaz de recordar todas las veces me metieron
miedo a mí. Y no digo que fuera con mala intención, no se me ocurriría juzgar a
quienes intentan ayudar aunque su ayuda, no ayude en nada. Por ese miedo, o por
todo lo contrario, porque haya sido demasiado bonita que, aunque en menor
medida, también hay quienes pintan la andadura como un camino de rosas sin
espinas sin tener en cuenta que no todas las semillas tienen la suerte de ser
plantadas en las mismas tierras. <o:p></o:p></div>
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Celia y Aurora tenían esa mezcla que hace que la decisión de
ser o no ser la tomes por ti misma, esa que te hace pensar, valorar lo bueno y
lo malo, que consigue que te des cuenta que a veces perder también te puede
hacer ganar y que ganar no implica necesariamente que no puedas perder. No eran
ni blancas, ni negras, eran neutras, eran esa parte que te dice; “Como salgas
del armario vas a perder” para después hacer que esa pérdida merezca la pena. Que
ponen en una balanza el valor que le damos a lo que nos hace felices. Ellas
representaban la naturalidad que hace que quienes se alejan vuelvan, o no, pero
que si lo hacen, lo hacen para siempre, para quedarse, para apoyarte, para
tratarte de una u otra forma por quien eres, no por lo que eres. Y sí, a veces
hay que dar segundas oportunidades a las personas que quieren enmendar un
error. Enseñaban que las cosas por las que vale la pena luchar duelen con
alegría, que no todo es malo o bueno. Bajo mi punto de vista, ayudaban a que la
flor indefensa se convirtiera en un hermoso fruto capaz de elegir que boca se
lo podría comer y cual no. Sencillamente, eran mujeres amándose aprendiendo
juntas como vivir la vida. <o:p></o:p></div>
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Pero llegó ese miedo del que os hablaba y con él los
intereses de personas que son incapaces de ver más allá de sí mismos aunque
presuman de girar la cabeza trescientos sesenta grados y es que siempre hay
quien le saca provecho al miedo de otro porque vende más una paliza que un
beso, un violador en libertad que una mujer insumisa, un matrimonio de
conveniencia que el amor, una manipuladora ruin, un tío malvado, un músico
drogadicto, un muchacho despechado, un marido maltratador, una venganza sin
sentido, una asesina en libertad que se hace millonaria como recompensa a sus
acciones y un sinfín de etcéteras que seis mujeres fuertes, valientes y luchadoras
capaces de comerse un mundo que no deja de ser de los hombres. Llegó y se las
comió y se jugó con algo con lo que todavía no se puede jugar porque sigue
siendo de cristal y puede romperse. Y se rompió, o lo rompieron. Rompieron la magia,
el encanto, las despertaron de golpe, nos despertaron de golpe y las niñas y no
tan niñas empezaron a ver como la compañía que tenían al lado se levantaba del
sofá porque no querían ver lo que el mundo tenía para su hija lesbiana. Eso que
por un momento, pudo llegar a hacerle dudar sobre si todo lo que le habían
enseñado, era mentira, Y empezaron otra vez “los te lo dije”, los “estás
enferma”, los “te vas a quedar sola”, los “¿qué hemos hecho mal?” y los golpes
en la mesa, las puertas que se cierran, las lágrimas que caen, los timbres que
no suenan y las palabras que no se dicen porque ¿Quién en su sano juicio le
diría a quien está viendo eso a tu lado que eres lesbiana? <o:p></o:p></div>
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Y muchas no queríamos creerlo, no entendíamos que estaba
pasando, como era posible que estuvieran ignorando los aplausos externos y lo
que es peor, los internos. Pero ahí seguíamos, explicándoles a quienes
necesitaban explicación que lo importante es lo que habían dejado, que no
pasaba nada, que su momento llegaría, que sería difícil pero que pasase lo que
pasase con Celia y Aurora no dejaban de ser dos personajes de televisión, que
lo son, pero las entiendo. Entiendo que cuando estas apolillándote dentro de un
armario cerrado a cal y canto, la luz que entra cuando alguien abre para meter
una bolita de alcanfor te llame la atención y que metas el dedo en la puerta
para no volver a quedarte a oscuras y que respires aire limpio y te aferres a
él como si no hubiera mañana y que no quieras que nadie toque tu dedo por si
cierran sin querer, que incluso en tu inocencia quieras capturar la luz que ves
para meterla en un bote de cristal y dejarla ahí para siempre. Yo también puse
el dedo y siento deciros que me lo pillé, ese y los otros nueve, porque si hubo
algo que hice bien fue enfrentarme a mí misma, al yo que empujaba desde fuera
con fuerza y no dejé que nadie me dijera que no podía vencerme, ni nadie, ni
nada. Tiré mis puertas sabiendo que otras se abrirían, pero para no dejarme
volver y que otras se cerrarían, pero para no dejarme marchar y me refugié en
ellas hasta que comprendí que las personas que se habían quedado al otro lado
de las abiertas también lloraban, que la preocupación que sentían era la misma
que me había mantenido luchando contra mí misma, el “qué dirán” que tanto daño
puede hacer, pero es que es lo que nos han enseñado. Así que volví y entré sin
llamar y levanté la cabeza y les hice entender que lo único importante para mí
era lo que decían ellos. Obviamente hablo de mi familia, de la que me alejaron
y a la que tuve que enseñar que, si estaban cerca, nada malo podría pasarme,
nada de eso que les habían dicho que me pasaría. No fue fácil, claro que no,
pero lo que conseguí lo conseguí ganándome algo que nunca hubiera logrado ganar
a gritos, su respeto. Eso es lo único que le debemos enseñar a quienes ruegan
aprender, respeto y es que es muy común escuchar frases como “no me entienden”
o “no lo entienden” y yo me pregunto; ¿Qué tienen que entender? Yo no nunca
necesité entender por qué mis padres se enamoraron y se casaron, pero respeto
(y agradezco), que lo hicieran. No necesito entender por qué hay quienes creen
en dios, pero lo respeto. O porqué hay quienes manipulan, engañan, utilizan y después
tiran a otras personas, pero también lo respeto, aunque me defienda, porque con
el paso del tiempo he aprendido que el respeto es lo único que necesitamos para
ser felices, pero una tonta, tampoco es que sea. Respeto, propio y ajeno,
aunque no siempre tiene porqué ir acompañado de palabras amables. Hay quienes
reparten amor y te hablan bonito mientras te ponen la zancadilla y quienes te
ponen la zancadilla y dicen lo que no quieres oír para demostrarte su amor.
Parece contradictorio, pero no lo es, porque los primeros pretenden que te
partas la boca contra el suelo para venir después con el “te lo dije” odiado,
con el “yo ya lo sabía” y los segundos pretenden haciendo lo mismo que no te
cruces con los primeros sin llegar a comprender que de lo primero te recuperas
y que, sin embargo, de lo segundo, podrías no hacerlo. Iba a poner un ejemplo,
pero el otro día leí que cuando escribimos para los demás solemos menospreciar
la inteligencia de los lectores y yo confío en la vuestra, siempre lo he hecho
y siempre me la habéis demostrado. <o:p></o:p></div>
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Y la conclusión de todo esto, que ya no sé ni si tiene
sentido, es sencilla: <o:p></o:p></div>
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PODÉIS SER QUIENES QUERÁIS SER, independientemente de lo que
diga una serie de televisión, de lo que digan vuestros padres, de lo que hagan
o dejen de hacer vuestros amigos, de las veces que os caigáis, de las que os
tiren, de lo que os juzguen u os critiquen porque siempre habrá quien lance
piedras desde arriba, pero no todas llevaran la palabra lesbiana grabada,
aunque haya quienes crean que sí. A mí, me ha dado más quebraderos de cabeza
dar mi opinión y demostrar que soy capaz de pensar sola, que ser lesbiana, pero
no supe que era eso y no lo otro hasta que no dejé de pelearme contra la rabia
que sentía al no comprenderme. Fue entonces cuando dejé de culpar a los demás
de mi condición sexual, de utilizarla como excusa para todo, “esto me lo dices
porque soy lesbiana” “esto me lo hace porque soy lesbiana” y un sinfín de
cabreos más que no me llevaban a nada más que discusiones absurdas con personas
que no merecían mi tiempo y que encima se llevaban la razón porque mi
argumentación era bastante escasa. Así que me detuve y me conocí y al hacerlo empecé
a disfrutar de ella, de mí, porque sí, disfruto enormemente de mi lesbianismo,
lo mismo que de mis ojos de diferente color, de la lectura o de una buena
película. Las “cosas”, tienen para los demás la importancia que nosotros le
damos y claro que empezar a ser consciente de que amas “diferente” es
importante ¡Y claro que quita el sueño y atrae a las pesadillas! ¡Y claro que
cuesta conocerse y quitarse el escudo de la rabia! Pero llega un día en el que te
das cuenta de que eso ya no importa, solo que ese día no depende de nadie más que
de ti y si me aceptáis un consejo os diría, que dejéis de pensar que sois
lesbianas, que dejéis de compararos con otras lesbianas, que dejéis de “excusaros”
en que sois lesbianas y empecéis a disfrutar de ser lesbianas. Si no lo hacéis
por vosotras (que por dios espero que sí), hacedlo por todas las mujeres que
como Celia y Aurora, se dejaron la piel y casi la vida por una libertad que
sabían nunca llegarían a conocer. <o:p></o:p></div>
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Adriana Marquina</div>
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Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-86421762161777647182017-04-02T15:55:00.001+02:002017-04-02T15:57:28.112+02:00La Estupidez en Burgos<div class="MsoNormal">
Anoche, llegó a Burgos La Estupidez y llevo pensando que
diría de una obra que iba a ver por tercera vez desde que compré las entradas hace
ya dos meses. Lo pensaba porque también escribí mis impresiones las dos veces
anteriores y no quería repetirme, pero claro, no pensé en que encima de un
escenario, las cosas, nunca se repiten. Reconozco que esta vez iba nerviosa, no
por mí, yo ya sabía que lo que iba a ver me iba a encantar, sino por la
compañía que llevaba conmigo. Cuando vi que por fin mi ciudad le abría las
puertas de uno de sus teatros a la compañía Feelgood y a su atrevida apuesta,
me consta que no sin esfuerzo por su parte, no dudé un instante en coger el teléfono
y proponer el plan a mi familia. Les expliqué un poco por encima de qué trataba
la obra, el trabajo que lleva detrás, la buena aceptación que ha tenido en cada
una de sus actuaciones y la ilusión que me hacía compartir con ellas, sí, en mi
familia el número de mujeres es bastante superior al de hombres, una tarde
diferente, una tarde de teatro. Para mi sorpresa, mis tres tías, las tres
hermanas de mi madre, dijeron que sí en seguida y no solo dijeron que sí,
además me ayudaron a convencerla a ella para que también se animase a estar
sentada tres horas en un lugar en el que no se puede fumar, en el que no te
puedes levantar y en el que hay más gente rodeándote de la que suele ser capaz
de soportar. Compré las entradas de inmediato, primera fila para ellas, segunda
para mí porque más personas de las que pensaba se me habían adelantado y esperé
paciente a que llegase el día. Ese día fue ayer y los nervios me comían por
dentro porque las conozco y conozco su exigencia. Pensaba en si las gustaría lo
que estaban a punto de ver o si me mandarían a freír morcillas, porque a veces
les han gustado cosas que yo he odiado y viceversa y cuando ha sido el viceversa
me ha tocado aguantar las críticas y os aseguro, que no son mujeres con miedo a
decir lo que piensan en cada momento. <o:p></o:p></div>
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<div class="MsoNormal">
Las luces se apagaron, el Motel abrió y tras los primeros
cambios de personaje la gente empezó a murmurar, a preguntarse qué estaba
pasando, quién era quién, qué hacían todos en la misma habitación. Había quien
preguntaba, había quien explicaba y había quien pedía silencio. Yo miraba de
reojo a las cuatro cabezas que tenía delante, temiendo lo peor, no os voy a
engañar y ellas lo saben así que no pasa nada, pero estaban atentas, ajenas a
lo que yo estaba escuchando así que me centré en conocer a Alfonso Mendiguchía
(en las otras dos ocasiones era Javi Coll quien interpretaba sus papeles) y me alegré
de hacerlo porque el tío se ha adaptado a la obra, a los personajes, al texto y
a la velocidad de una forma admirable. <o:p></o:p></div>
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<div class="MsoNormal">
Las primeras carcajadas del público, entre las cuales me
incluyo porque La Estupidez es uno de esos “chistes” que no te cansas de
escuchar cuando sabes que quien lo cuenta tiene un don para hacerlo, llegaron
más rápido de lo que yo pensaba. Burgos no es una ciudad precisamente cálida y
eso, aunque a mí cuando me lo dicen me enfade, hace que las personas que llevamos
el frío de sus calles en la sangre, tampoco lo seamos en exceso, o al menos, no
inmediatamente. Eran carcajadas sinceras, salidas de lo más profundo de la
necesidad que tenemos en esta ciudad de poder disfrutar de algo tan bueno como
esta obra, o eso sentí yo, que disfrutaba a la par del público que me rodeaba y
de los cinco diamantes que al reflejo de los focos habían pulido detalles que
hacían imposible apartar la vista del escenario. Enhorabuena. <o:p></o:p></div>
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<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La obra continuaba, llevaríamos como hora y media entrando y
saliendo de la habitación y, a excepción de las constantes preguntas que seguía haciéndose
en voz alta una señora que tenía detrás, todos habíamos asumido ya que éramos estúpidos
y estábamos encantados cuando ocurrió algo maravilloso, algo que solo puede
darse en el teatro. Fran Perea, que siendo el oficial
Wilcox vio como al pantalón de su uniforme se le rasgaba toda la pernera, no
pudo contener el ataque de risa que le provocó seguir al lado de una Ainhoa
Santamaría desatada. Fue inevitable. El aplauso que por un instante detuvo la
obra, fue inevitable y en ese preciso instante en el que ellos se recomponían,
supe que ya se los habían ganado a todos, a mis tías y a mi madre incluidas,
que se reían tan a gusto, que no pude evitar querer detener el tiempo en ese
instante, pero no se detuvo y gracias. Descanso, cigarro rápido al gélido frío
de la noche burgalesa — ¿Os está gustando? Sí — y vuelta para dentro a bailar
con el hit de Carola y comprobar que, al fin, la señora de detrás había asumido
también su estupidez. <o:p></o:p></div>
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<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Siguieron las risas, las historias de los veinticuatro
personajes fueron tomando todo el sentido que una obra con este título puede
tomar. Habitaciones revueltas, noticias inquietantes y secretos revelados.
Sirenas de policía, luces fuera y Burgos aplaudiendo a los cinco actores; Fran
Perea, Toni Acosta, Javi Márquez, Ainhoa Santamaría y Alfonso Mendiguchía que,
en medio de su recompensa, detuvieron los aplausos para que se los dedicásemos a
una de las personas, paisana de la ciudad, que hicieron que La Estupidez fuera
posible. Sois grandes. Y justo antes de ese momento, ocurrió algo que me hubiera hecho perder
las manos en una hoguera si hubiera apostado, mi madre se levantó, os juro que
pensé que iba a ponerse el abrigo para irse cuanto antes, pero no. Dejó sus
cosas en el asiento y os aplaudió de pie. ¡MI MADRE! ¡DE PIE! No sabéis lo que
es conseguir eso, no sabéis lo que me hizo sentir eso. <o:p></o:p></div>
<br />
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<div class="MsoNormal">
Cuando vi La Distancia de rescate (no penséis que me he
vuelto loca que viene a cuento de lo que os quiero explicar, aunque no sé si después
de la parrafada alguien habrá llegado a este punto), sentí que algunas heridas
de mi corazón sanaban. Algunas personas ya lo saben, pero mi padre falleció
hace cuatro años y mantenía dentro de mí una mezcla de rabia, culpa y preguntas
sin respuesta que hacían difícil ser. Pues bien, creo que algo así le ocurrió
ayer a mi madre. No de la misma manera, no en lo profundo de la reflexión del
ser humano, aunque La Estupidez lleva consigo una carga dignísima de analizar, porque ayer no fue lo que se decía, si no lo que se
conseguía y conseguir que mi madre me llamase al llegar a casa para decirme que
por favor les diera las gracias a los actores de su parte, fue algo que no olvidaré jamás. Y eso voy a hacer, aunque empiece con las mías. Gracias por hacer que mereciera la pena convencerla para que saliera de casa,
por hacer qué durante dos horas, más luego otra, se olvidase de que entre sus
dedos no había un cigarrillo que le calme una ansiedad de la que se olvidó
viendo como entrabais por una puerta siendo unos y salíais por otra siendo
otros. Creo que las puertas del teatro consiguieron algo parecido con ella
anoche, porque sin duda, se rio sin miedo. Sí, sin miedo a sentirse culpable de
deshacerse estando despierta de la pena que sigue sintiendo, la que como una
sombra se ha ido apoderando de ella, encerrándola más en sí misma, susurrándola
que el mundo no la perdonaría que dejase de llorar cuando todos nos morimos por
verla sonreír. Os doy las gracias de su parte, que emocionada me decía que
hacía muchísimo tiempo que no se reía tanto y os las doy de la mía, que hacía
muchísimo tiempo que no la veía reírse así, frente a mí, junto a sus hermanas,
junto a las personas que seguimos aquí, porque hay veces en que es difícil no
quedarse con las que se han ido, sobre todo cuando no entiendes el por qué. Así
que gracias, gracias por devolverme ese trocito de madre que perdí junto a mi
padre aquel fatídico día, por darle forma a las palabras que hacía tiempo
quería decirle y no sabía cómo. Ayer La Estupidez me enseñó que hay personas que,
sin pretenderlo, que sin tan siquiera saberlo, tienen en su poder el puñadito
de arena necesario que ayuda a construir el dique que frena el río de la pena de
quienes han quedado a merced de la ola. La ola de mi madre desde ayer es un
poco menos brava, y volverá, insistirá, pero no podrá con esa arena, no podrá con
sus risas, no podrá con la libertad que sentí en su voz cuando hablaba conmigo.
Esa ola, no podrá con La Estupidez. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Adriana Marquina</div>
Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-32671681004554961812017-03-31T15:42:00.001+02:002017-03-31T15:42:30.782+02:00Havana 7 Historias<div class="MsoNormal">
Que se muera un familiar siempre es duro. Que lo haga tu
marido, lo es mucho más. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Cuando María, Alejandra y Carlota llegaron a casa, los
últimos rayos de sol anunciaban el fin de un larguísimo día. María, contenía
las lágrimas que Alejandra era incapaz de contener. Carlota sujetaba la mano de
su madre. Desde las dudas de una niña de seis años, surgía una pregunta; ¿Cuántas
lágrimas caben en el cuerpo de una persona? Ella sabía que muchas, porque
alguna vez le había ocurrido que, aunque su padre insistiera, no había podido
dejar de llorar. Pero siempre terminaba consiguiéndolo, aunque fuera apretando
los dientes muy fuerte. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Carlota cariño —dijo María al ver como esta miraba a su
madre —. Corre a por un pijama mientras yo te lleno la bañera ¿vale? ¡Coge uno
que sea calentito! —sugirió alzando ligeramente la voz al ver a la pequeña
doblar la esquina del pasillo, pero sin perder el cariño por el que Carlota
hubiera hecho cualquier cosa —Vamos a la cocina, te prepararé un vaso de leche
caliente —añadió dirigiéndose esta vez a Alejandra. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Solo quiero dormir —sollozó —. Déjame dormir —repitió
intentando mostrar un enfado que se difuminó por la falta de fuerza —, por
favor. ¡Por favor! —repitió mientras María la ayudaba a sentarse en una de las
sillas de la cocina. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Cariño, en cuanto te tomes la leche te vas a la cama —dijo
con ternura acariciándole el rostro —. No puedes dormir sin meter nada en el
estómago, llevas sin comer desde ayer. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—No quiero comer. No puedo —respondió golpeando el aire con
el puño cerrado —. ¡Se ha muerto! —rompió a llorar desesperada de nuevo
apoyando la cabeza sobre la mesa de la cocina —¡Muerto! No sé qué voy a hacer
sin él. No puedo vivir sin él. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El vientre de María sustituyó a la mesa mientras la rodeaba
con los brazos y le acariciaba la cabeza. No sabía que decir que no hubiera
dicho ya. Así que le dejó el vaso de leche sobre la mesa, sacó del armario una
de las pastillas que utilizaba ella para poder conciliar el sueño y le prometió
que la dejaría dormir lo que quedaba de tarde, toda la noche y todo lo que
necesitase. Que se encargaría de la niña y, que no iba a faltarles de nada, que
nunca dejaría que a ninguna de las dos les faltase nada. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
Aquella promesa consiguió que el vaso quedase a la mitad,
que le diera un beso a su hija mientras se metía en la bañera y desapareciera
tras la puerta de una habitación que contenía tantos recuerdos que apenas quiso
abrir los ojos. Allí se habían dado el primer beso. Allí habían hecho el amor
por primera vez. Allí habían pasado horas y horas encerrados. A Juan no le
gustaba salir y a Alejandra no le importaba quedarse en casa con tal de estar
con él. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Qué tal va mi pequeña? —preguntó María apoyada en la
puerta del baño intentando sonreír, aunque le costaba hacerlo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Bien abuela, todavía no estoy arrugada —dijo mirándose los
dedos de las manos —¿Puedo quedarme un poco más? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¡Claro! ¿Puedo quedarme contigo? —preguntó sabiendo la
respuesta mientras se sentaba sobre la tapa de la taza del váter. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La espuma comenzó a desaparecer a medida que Carlota jugaba
con ella. Le encantaba hacer como que tenía barba, bigote o hacerse crestas y
coletas raras en el pelo y María siempre se aseguraba de que tuviera suficiente
jabón como para que pudiera hacerlo. En su casa tenían bañera, pero nunca la
dejaban llenarla, así que cuando le tocaba bañarse en casa de la abuela lo
disfrutaba como la que más. Como la niña que era. Aquel día no fue una
excepción, pero si había habido una. Una semana atrás la niña no quiso
desnudarse. Por más que su abuela intentó convencerla, cosa extraña pues como
digo le encantaba, no pudo. María descubrió el motivo cuando, al posar la mano
sobre el hombro de la pequeña para mirarla a los ojos e intentar sonsacarle que
le ocurría, esta se quejó de dolor. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Qué te ha pasado cariño? —preguntó al apartar la camiseta
con cuidado y descubrir un enorme moratón en la frágil piel. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Un niño me hizo ayer la zancadilla y me caí. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
María sabía que su nieta le estaba mintiendo. La conocía de
sobra, ella le había devuelto la vida que su marido le había ido arrebatando
durante los cuarenta años que estuvieron casados. En los cuarenta años que tuvo
que esperar hasta quedarse viuda. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Espero que la profesora le dijera que eso no se hace y que
se lo contase a sus papás —respondió María aliviando el sentimiento de culpa
que no le correspondía sentir a su temblorosa nieta —. ¿Prefieres que hagamos
otra cosa? ¿Un puzle por ejemplo? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Sabía que la historia se estaba repitiendo. Lo había visto
en los ojos de Alejandra, pero cuando había intentado hablar con ella lo único
que había conseguido es que pasasen semanas hasta poder volver a ver a Carlota.
Aquel día confirmó que la pesadilla iba más allá, que ni siquiera la niña
podría escapar de ella... Una gota de agua sacó a María del recuerdo amargo de
aquella tarde.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Me has mojado tú? —preguntó transformando su pensativo
rostro en una inmensa sonrisa mientras metía las manos en el agua y chapuscaba
a su nieta que le respondió del mismo modo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¡Abuela! —dijo mientras María la envolvía en una enorme
toalla para llevarla al sofá del salón donde la pequeña había dejado el pijama
— ¿Por qué mamá está tan triste? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Porque la gente se pone triste cuando se muere alguien a
quien se quiere cariño. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¡Ya! —respondió pensativa — Lo que no entiendo, es porqué. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Porqué ¿qué?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Por qué lo quería. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Aquella respuesta dejó a María descolocada. Incluso la hizo
sentir culpable. Como si querer a Juan fuera un pecado imperdonable. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Tu no querías a papá? —preguntó sin saber muy bien cuál
iba a ser la respuesta. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Lo quería… —comenzó a decir midiendo las palabras, si es
que una niña de seis años puede hacer eso — … pero dejé de hacerlo cuando… <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Cuándo qué cariño? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Cuando me caí —terminó, agachando la mirada, sabiendo que
acababa de confesarle a su abuela la mentira. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Te entiendo —respondió sin reprocharle absolutamente nada,
para después cogerla como el saquito que parecía, sentarla sobre sus rodillas y
envolverla con sus brazos —. Yo también dejé de quererle un poco más aquel día.
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Carlota, levantó la cabeza que había escondido en el hombro
de su abuela. La miró a los ojos y sonrió como si aquellas palabras la hubieran
liberado de una pesada cadena que arrastraba sin comprender por qué, aunque en
ella aún podía verse el reflejo de alguna duda. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¡Cariño! Sabes que puedes preguntarme lo que quieras
¿Verdad? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Por qué mamá no dejó de quererle? ¿Por qué no dejó de
quererle cuando la gritaba? ¿Cuándo…? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Cuándo la pegaba? —preguntó María con la sensación de
estar manteniendo con su nieta una conversación que no se debería mantener
nunca con una niña y, sin embargo, sabiendo que debía hacerlo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Sí —sollozó como si estuviera reviviendo alguna escena que
tampoco tendría porque haber vivido. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—No lo sé cariño. No lo sé. A veces las personas queremos a
otras personas, aunque no se lo merezcan. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Las preguntas de Carlota, inocentes pero cargadas con una
pesada verdad que hizo que María se plantease por qué ella tampoco había dejado
de querer a su marido, detuvieron el tiempo por un instante. El tiempo justo
para recordarse cubriendo los moratones de su rostro con maquillaje para ir a
la salida del colegio y que las demás madres no pudieran verlos. Para que las
mentiras que le contaba a su familia, de la que poco a poco se alejó porque las
consecuencias que tenía verlos eran cada vez más duras, no le siguieran
atormentando el alma. Para que su sentimiento de culpa, no siguiera
humillándola cada vez que se miraba en el espejo. Maquillaje. Un maquillaje que
se quitaba llorando frente al espejo que, día sí y día también, le recordaba
que no era digna de un hombre que lo hacía todo por ella, de un hombre al que,
literalmente, le debía la vida. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Qué piensas abuela? Tú también puedes contarme lo que
quieras. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Aquel ofrecimiento hizo sonreír a María, pero prefirió no
decirle la verdad, sus heridas ya habían hecho demasiado daño y las que la
pequeña guardaba en su cabeza ya eran suficientes. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Estaba pensando que tengo una masa para hacer croquetas en
el frigorífico desde hace dos días y que sí no las hago ya, la tendré que
tirar. ¿Me ayudas y las cenamos? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Carlota asintió. Saltó de las piernas de su abuela y se puso
el pijama corriendo. Le encantaba cocinar con ella porque su madre tampoco
dejaba que entrase en la cocina. Decía que lo iba a hacer mal y que papá se
enfadaría, pero a María no le importaba si las croquetas quedaban iguales o no,
si unas eran más pequeñas que otras o si tenían más o menos pan rallado, hacía
tiempo que había empezado a hacerlas como le venía en gana. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Mientras Carlota preparaba la banqueta en la que se
arrodillaría para llegar a la mesa y echaba el pan en un plato procurando, sin
mucho éxito, no tirar fuera demasiado, María rompió dos huevos en uno hondo y
comenzó a batirlos. El sonido del tenedor contra el plato la llevó a otro momento,
en aquella misma cocina, solo que en aquella ocasión se vio machacando una
decena de pastillas de Sintrom en el mortero para después verter el resultado
en la mahonesa con ajo que acababa de hacer para que su marido se comiera los
filetes sin protestar. Machacando pastillas para después mezclarlas con la
carne picada de las albóndigas que ella nunca comía, pero de las que él no
dejaba ni la salsa. Machacando, mezclando y ofreciéndoselo día tras día, hasta
conseguir lo que el azaroso e injusto infarto que había permitido que regresase
a casa, no había conseguido. Había confiado en él y la había fallado, los
médicos la habían fallado, lo habían salvado y aunque pensó que quizá aquello
le cambiaría, que le haría reflexionar, se equivocó. Su marido había regresado
a casa enfadado con la vida, más enfadado de lo que ya estaba antes, con la
rabia desatada y la mano mucho más suelta. Volvió enfadado, pero creyéndose
inmortal y María no pudo soportar aquella mezcla, no por ella, sino por el bebé
que descansaba en la habitación de al lado mientras sus padres trabajaban. Carlota
no merecía un abuelo así, ni una abuela que apenas pudiera cogerla en brazos
por los golpes que escondía bajo la ropa, con un bebé que lo hubiera soportado
ya había tenido bastante.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Una lágrima calló en los huevos batidos. Con la manga de la
chaqueta se limpió el rostro confiando en que Carlota no se hubiera dado
cuenta, pero la niña hacía rato que la miraba sin decir nada. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Empezamos? —preguntó María dejando el plato en la mesa,
disimulando, sonriendo mientras seguía llorando por dentro porque sí, lo había
matado, pero no, no había sido fácil tomar la decisión de hacerlo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Abuela, ¿crees que mamá me dejará cocinar con ella ahora
que papá ya no está? —preguntó la pequeña tras terminar de darle a una de las
croquetas forma de corazón, o al menos de intentarlo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Seguro que sí, cariño, seguro que sí. Y si no te deja, la
convenceremos para que lo haga ¿vale? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Vamos a vivir todas juntas ahora? —volvió a preguntar
esperanzada. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—No lo sé. Ya sabes que a mí no me importaría, pero eso lo
tiene que decidir tu madre. De momento os quedaréis aquí un par de días, luego
ya veremos. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¡Ojalá quiera! <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¡Ojalá! <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La cena quedó de lo más divertida. María se unió al juego de
dar formas diferentes a las croquetas y, aunque en realidad ninguna parecía lo
que se suponía que era, no les importó porque podían imaginar lo que les diera
la gana sin que nadie les echase en cara que soñar, no sirve de nada. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Abuela ¿Cómo pasó? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¿El qué cariño? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Cómo ha muerto papá? Mamá no me lo ha querido contar. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
María se quedó pensativa. Mientras el vaso de leche de Carlota
daba vueltas en el microondas, pensó en que decirle. Que había sido un
accidente es lo único que se le ocurrió, pero ella sabía que era mentira. Que
el barreño con lejía y agua no estaba por azar en la bañera, que los dos botes
de desatascador que esperaban en el desagüe tampoco. María sabía que si algo
odiaba Juan es que, al ir a ducharse para intentar disimular el hedor a alcohol
antes de que llegasen a casa su mujer y su hija, hubiera algo en la bañera que
le impidiera hacerlo rápido. Sabía que entraría directamente al baño, que
cerraría el pestillo, que al ver el barreño lo vaciaría de malas maneras y que estaría
tan enfadado que no prestaría atención a nada mientras se desnudaba, que se
introduciría en la bañera siendo incapaz de ver más allá de su propio odio.
María sabía que Juan la culparía a ella, su mujer tenía bien aprendida la
lección y nunca dejaba nada que pudiera molestarle, pero le dio lo mismo porque
sabía que en aquella ocasión Juan no podría reprocharle nada, que la mezcla de
todo aquello acabaría con su vida, lo había visto en un programa de televisión
y lo preparó todo mientras no había nadie en casa, midiendo el tiempo para que
la mezcla fuera lo suficientemente fuerte, pero se hizo la sorprendida cuando
los médicos les explicaron lo que había ocurrido, incluso fue capaz de fingir
una culpa que apenas sentía. Tenía llaves, a veces iba para ayudar a Alejandra
para evitarle enfrentamientos con su marido, entre el trabajo y la niña casi no
tenía tiempo de tenerlo todo como a él le gustaba, pero no había podido dejar
de darle vueltas a la caída de Carlota y María no estaba dispuesta a
consentirlo. Podría haberle denunciado, pero ella lo había intentado dos veces
con su marido y sabía que, siendo la justicia tan lenta, las represalias por
hacerlo llegarían antes que la solución. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Fue un accidente cariño —dijo decidiéndose al fin, evitando
más detalles. ¿Cómo iba a explicarle a su nieta que lo había provocado ella? —.
Lo único que debe importarte ahora, es que ni tú, ni mamá, volveréis a caeros
más. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Carlota no pidió más explicaciones, el abrazo que le dio a
su abuela como respuesta lo dejó todo claro y acarició con cariño la conciencia
de una mujer que no se sentía orgullosa de lo que había hecho pero que sabía
qué, si su nieta podía vivir sin el miedo con el que había vivido ella y con el
que estaba segura vivía su madre a pesar de que el amor contaminado que sentía
por Juan le impidiera verlo, ella también podría vivir en paz. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Creo que va siendo hora de que te vayas a la cama cariño
—dijo María cuando Carlota se terminó la leche —. Vete a darle un beso a mamá y
si quieres duermes conmigo ¿Vale? Yo iré enseguida. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La niña sonrió entusiasmada. Adoraba dormir con su abuela,
ella no sabía explicarlo, pero algo la hacía sentir que entre sus brazos nada
podría ocurrirle. Carlota tenía pesadillas, no se lo decía a nadie porque
cuando con cuatro años le contó a su madre que soñaba que papá entraba en su
cuarto y la gritaba y hacía daño, Alejandra se enfadó muchísimo. En realidad,
con ella misma, aunque también era incapaz de explicarlo porque dicen que no
hay más ciego que el que no quiere ver, pero es mentira, porque no querer ver
no apaga la luz, pero que no te dejen, lo sume todo en una oscuridad aterradora
en la que no respirar se convierte en la mejor opción. Eso le ocurría a
Alejandra, no respiraba y procuraba que su hija tampoco lo hiciera porque según
Juan, si alguien tenía que hacerlo, ese era él. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Cuando María se quedó a solas en la cocina, abrió la
ventana, se encendió un cigarrillo y lloró apoyada en ella todo lo que no había
llorado desde que cerró la puerta de la casa en la que algunas horas más tarde encontraron
muerto a Juan. Lloró desconsolada. Lloró por el primer tortazo que perdonó
porque cuando ocurrió a todo el mundo le parecía normal que un marido
aleccionase a su mujer de vez en cuando. Lloró por el dolor que sintió cuando
en un forcejeo le rompió la muñeca. Por todos los platos rotos. Por los
cristales reventados a puñetazos que iban destinados a ella y que evitaba
encerrándose durante horas en el baño. Lloró por haberle entregado al miedo su
cuerpo, por haber dejado que la educación del bebé que nació fruto de aquella
dolorosa entrega creciera con la idea impuesta de que su madre era una cobarde,
que era una inútil, que no servía para nada. Lloró por las maletas que no había
llenado. Por todas las veces que había callado. Lloró. Hasta que el cigarro se
consumió entre sus dedos, hasta que sus huesos quedaron ateridos por el viento
frío de la noche que le golpeaba la cara con agujas de libertad, porque al fin
la había conseguido, para ella, para Alejandra y para su pequeña y era buena, la
libertad siempre lo es, pero dolía. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—Abuela —susurró una voz desde la puerta —. No puedo dormir
¿Vienes a contarme un cuento? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
María se secó las lágrimas antes de girarse. Miró al cielo
de nuevo, rogándole que, aunque no lo merecieran cuidase de ellos, rogándole que
ambos se hubieran desprendido de los demonios que asomaban en sus ojos y que,
pasase lo que pasase, ninguna de las tres tuviera que ver ninguno nunca más. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¡Claro cariño! Ya sabes que me encanta contarte cuentos. <o:p></o:p></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
—Abuela —volvió a susurrar Carlota mientras avanzaban por el
pasillo en dirección a la habitación —. Cuándo papá era pequeño ¿También le
contabas cuentos?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Adriana Marquina</div>
Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-65942064802837616492017-03-16T14:50:00.001+01:002017-03-16T14:50:28.152+01:00Batalla<div class="MsoNormal">
<i>La noche cerrada se
burla de mi insomnio. Escucho sus carcajadas. Se cuelan con el aire que entra
por la ventana entreabierta. Me dice que me tiene atrapada que, aunque me
acueste y cierre los ojos no podré conciliar el sueño. ¡Pobre ingenua! ¡Cerrar
los ojos! Envidia, eso es lo que siente, por eso se ríe así, por eso no quiere
que me acueste a tu lado, porque quiere ser ella la que cubra tu cuerpo, la que
disfrute tus labios, la que se cuele en tus sueños. Te miro y la mueca de tus
labios sonríe al ritmo relajado de tu corazón. Tu cuerpo se adivina bajo la
sábana blanca que te cubre. La retiro con la mirada, no me levanto, no quiero
despertarte. Estás preciosa. Eres preciosa. Tus piernas entrelazadas. Los
brazos rodeándote el pecho me impiden disfrutar de la curva que me vuelve loca.
Tu melena oscura cae por tu espalda, cubre la almohada, me busca por ella sin
saber que estoy aquí sentada, al otro lado, dibujándote con palabras,
haciéndote el amor. <o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i><br /></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i>Ha dejado de reírse.
Se ha enfadado y ha cerrado la ventana sobresaltándote. Creo que ha dejado mi
corazón al otro lado. Le escucho golpear el cristal pidiendo que le rescate de
unas manos que no son las tuyas, de unos besos que no saben a tus labios, de
“te quieros” llenos de ausencia, de la ausencia de ti. Me falta el aire. Te veo,
pero no puedo tocarte. Intento alcanzarte, pero la noche te aleja. Es extraño,
de repente se ha vuelto mezquina, pero me niego. Me niego a dejar que gane esta
batalla. A hacerle el amor a alguien que no seas tú. <o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i><br /></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i>Me levanto y corro en
su ayuda. La ventana se aleja. Mi corazón intenta evitarlo y empuja con todas
sus fuerzas el pesado marco para volver a entrar. No quiere perderte, la noche
piensa que sí, pero es porque no le conoce. No sabe nada. No entiende nada. Si
lo hiciera sabría que esa Celia a la que está reclamando ya no existe. Que se
fue con el amor de su vida para no regresar jamás. Que aun con todo lo que
luchó le quedan fuerzas. Que la tinta no se borra. Que las palabras pueden
estar llenas o vacías. Que pueden iluminar con su luz el más terrible de los
cataclismos. <o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i><br /></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i>Ha estallado. El
cristal ha estallado. Lo he recuperado. <o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i><br /></i></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<i><br /></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i>Ya es mío de nuevo. <o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Sí cariño, estoy bien. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<i><br /></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i>No podrás conmigo. No
podrás con su luz. No podrás con nuestra candela. <o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Qué ha pasado? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<i><br /></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i>¡Su voz! <o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Una corriente de aire ha roto el cristal de la ventana. No
te levantes que hay cristales. Yo los recojo.
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<i><br /></i></div>
<div class="MsoNormal">
<i>No te tengo miedo. No
me tengo miedo.<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Un landó negro con dos corceles blancos engalanados esperaba
a la sombra justo enfrente de la puerta del hostal. Su estancia en Cádiz había
finalizado y tenían que coger otro tren que las llevase hasta su próximo destino.
Cuando salieron a la calle, el sol gaditano las despidió deshaciéndose de una
nube despistada que, crecida, había creído que podría con él. Aurora se cubrió
los ojos con la palma de la mano y Celia estiró el cuello como si quisiera
apoderarse de cada uno de los rayos que le estaban siendo regalados. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Voy a echarlo de menos —dijo Aurora girando sobre sí misma
antes de subirse al carruaje. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Siempre podemos regresar —respondió Celia dándola una
cariñosa palmadita en el trasero. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El cochero, cargó las maletas, subió y cogió las riendas.
Miró por la ventanilla que daba al interior para comprobar que ambas estaban
sentadas y con un sutil movimiento de manos, hizo que los caballos comenzasen a
moverse. Aurora, abrió la cortinilla de la parte derecha para poder ver el mar
mientras salían, Celia, a su vez, recostó la cabeza sobre su hombro y cerró los
ojos para poder olerlo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Aún no me creo que estemos aquí.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Yo, sencillamente, aun no me creo que estemos —respondió
Celia en un suspiro que alborotó a las gaviotas que siempre atentas oteaban el
horizonte a la espera de las barcas que llegaban hasta la orilla cargadas de
pescado. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Por qué dices eso? <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—No lo sé. A veces siento que la Celia que se ha quedado en
Madrid necesitase de mí. Es como si sintiera que ha perdido el rumbo, que ha
cambiado, que se ha obligado a ser sin ti sabiendo que será imposible. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Es normal que sientas eso —respondió Aurora acariciándole
el rostro —. Ella tendrá que hacer su vida con lo que le ha quedado. Con lo que
la dejen. ¿Quieres regresar? —preguntó con la voz entristecida.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—No —dijo rotundamente, incorporándose de nuevo, sujetando
la cara de Aurora con las manos, besándola despacio, como si fueran sus labios
lo único que necesitase para ser feliz —. Creo que es ella la que quiere que
regrese, pero la Celia que se quedó en Madrid tendrá que sobrevivir sin mí.
Estoy segura de que podrá hacerlo. A ella le queda una vida por delante y no
tiene más remedio que vivirla, pero tú y yo, a ti y a mí, nos queda toda la
eternidad y eso, Meine Liebe, no lo cambiaría por nada del mundo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Estás segura?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—No he estado más segura de nada en la vida —respondió
entrelazando su mano con la de Aurora que sonrió con una de esas sonrisas suyas
capaces de deshacer hielo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Ambas volvieron a mirar por la ventana. El mar seguía sus
pasos, como si quisiera disfrutar de ellas tanto como ellas ansiaban seguir
disfrutando de él. De la calma. De la brisa. De la sal que escuece, pero cierra
heridas. Celia se llevó la mano al pecho y sonrió al sentir que bajo la blusa
no había cicatriz alguna a pesar del empeño de la noche.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Anoche, cuando se rompió el cristal no estabas en la cama
¿verdad? —apuntó Aurora de repente. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—No, no lo estaba. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Estuviste escribiendo? —preguntó señalando la carpeta roja
que la Silva había dejado apoyada en el asiento de enfrente. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Sí, se puede decir que sí, aunque creo que más bien estuve
librando una batalla. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Y quién ganó? —preguntó con la mirada curiosa. <o:p></o:p></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Tú Aurora. Siempre ganarás tú. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Adriana Marquina</div>
Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-20639043495335152412017-02-14T23:52:00.001+01:002017-02-15T02:23:05.704+01:00Seamos música<div class="MsoNormal">
El chirriar de las ruedas del tren frenando sobre los
rieles, despertó a Celia. No tenía intención de quedarse dormida pues sabía que
estaban a punto de llegar a su destino, pero el hombro de Aurora era para ella
el lugar más cómodo que podía existir y, al final, no pudo evitar cerrar los
ojos. Con una caricia delicada y un susurro cariñoso, Aurora consiguió que el
susto inicial de Celia se transformase en una sonrisa casi inmediatamente.
Juntas revisaron el compartimento para asegurarse de no dejar nada olvidado y
salieron al pasillo con las maletas en cuanto notaron que el tren se había
detenido por completo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br />
A través de las ventanas habían ido viendo como la noche se
les echaba encima. Por mucho que el tren corría hacia la luz naranja del sol
que se escondía en el horizonte, no pudieron alcanzarlo, pero tampoco importaba
demasiado porque la ciudad más antigua de Europa Occidental descansaba bajo un
manto de estrellas inmenso que acariciaba el aire que circulaba por los andenes
de la estación haciendo que casi pudiera verse. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br />
Un mozo ataviado con una chaqueta gris de botones dorados
abrochados hasta el cuello, se acercó hasta la puerta del vagón para ayudarlas
con el equipaje y entregarles un sobre lacrado. Cuando Celia preguntó quién remitía
dicho sobre, el mozo no supo darle ningún dato que pudiera ayudarla. Una mujer
se había acercado a él hacía apenas un par de minutos y le había dado una buena
propina por entregárselo a las únicas mujeres que viajaban solas. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Lo único que puedo decirlas es que llevaba un abrigo largo
de color rojo. Ha sido todo muy rápido. Siento no ser de más ayuda. Síganme,
las acompaño. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—¿A dónde nos llevas? —preguntó Celia de nuevo. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Cumplo órdenes señorita. La mujer que me dio el sobre me
dijo que tenían fuera un coche esperando. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Antes de comenzar a andar, Celia abrió el sobre. Dentro, una
nota en la que ponía: <o:p></o:p></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<i><br /></i></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<i>De no haber sido por vosotras seguiría pensando que el hierro de los
barrotes tras los que estaba encerrada rompería en mil pedazos mi corazón en
caso de que se me ocurriera correr hacía la libertad que se dibujaba tras
ellos. Gracias por hacerme ver que no eran más que humo.<o:p></o:p></i></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<i>Un coche os espera en la puerta. Cádiz queda a unos cuantos kilómetros de
aquí. Tenéis reservada una habitación en un peculiar hostal en el barrio con
más vida que pueda haber. Disfrutad de nuestra tacita de plata. Respirad
nuestro carnaval. <o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La firma bajo el mensaje era ilegible. Ni Aurora, que estaba
acostumbrada a leer historiales de médicos diferentes en el hospital, fue capaz
de descifrar que era lo que ponía. Se miraron con la duda en las pupilas, pero la
curiosidad por conocer la ciudad y la seguridad de la promesa que la pluma les
había hecho, hicieron que comenzasen a andar siguiendo al joven que miraba el
reloj como si cada minuto que pasase fuera una peseta de propina perdida. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El chofer, un hombre de unos cincuenta años con las manos
más grandes que ninguna de las dos hubiera visto jamás, conducía con la
seguridad de quien conoce cada centímetro del suelo que pisa. Según les contó,
apenas llevaba un par de años ejerciendo esa profesión, él era pescador,
seguiría siéndolo toda la vida, pero un desafortunado accidente en la cubierta
del barco le había dejado la espalda para el arrastre y ya no podía caminar por
él cuando la mar estaba revuelta. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—No saben ustedes señoritas lo que supuso para mi tener que
dejar el barco. Nunca he sido tan feliz como cuando después de estar semanas faenando
llegaba a la que sin duda es la playa más bonita de todas las que he visto, que
les aseguro son muchas, mi tacita, mi tacita de plata —añadió para después dejar
escapar un suspiro de añoranza y continuar hablando —. Estarán pensando que
ahora puedo verla todos los días, pero seguro que la vida ya les ha hecho
comprobar en alguna ocasión que las cosas se aprecian más cuando crees que
puedes perderlas. Mi miedo siempre era no regresar para verla una vez más y fíjense,
ahora echo de menos no despedirme de ella desde el barco. Pero dejemos de
hablar de mí —dijo como si hubiera dado opción a hablar de alguna otra cosa —
Eso que ven ahí, es la Puerta de Tierra, tras ella está Cádiz, su catedral, sus
callejuelas, su aroma a mar y a vida. Y, por supuesto, nuestro barrio de la
Viña y el Gran Teatro Falla. Estoy seguro de que este teatro nos va a dar
muchas alegrías. Seguro de que en sus tablas se cantará nuestra historia. El
hostal al que me han dicho os tengo que llevar, está situado precisamente en plena
Viña, pero si lo desean puedo parar antes en la Caleta para que la vean de
noche, con la luna reflejándose en el mar y el Castillo de San Sebastián
cuidando de ella mientras el de Santa Catalina no le quita ojo. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Te apetece parar? —preguntó Aurora mientras el Chofer
señalaba a su derecha para que no se perdieran la majestuosidad de la Catedral
que oteaba el mar. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Celia asintió. Era de noche y estaba cansada del viaje, pero
el amor con el que aquel hombre que olía a madera húmeda hablaba de ella hizo
que negarse fuera imposible. Un par de minutos más tarde, el coche se detuvo. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Solo tienen que asomarse a ese muro. yo las espero aquí. No
tengan prisa. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Aurora se bajó del coche por la izquierda y Celia se unió a
ella antes de cruzar la calle. No había muchos vehículos recorriendo el
empedrado, pero aun así cruzaron raudas. Por sus venas aún corría el ritmo de
una ciudad como Madrid, pero pronto se darían cuenta de que hay ciudades en las
que hay que detenerse para poder disfrutar del alma que recorre sus calles y
sin lugar a dudas, Cádiz, era una de ellas. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Con la vista puesta en el horizonte recorrieron la acera que
las separaba del muro sugerido. El mar se fundía con el cielo en una oscuridad
que se había entregado por completo a las estrellas que, junto con la luna, se
reflejaban en el agua calma de un mar que emanaba historia. Era como si sobre
ella descansasen los espíritus de los barcos que lo habían surcado, como si los
marineros a los que había dado vida eterna saludasen desde la orilla a quienes
se habían quedado en tierra. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Es preciosa —dijo Celia embobada. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Ahora entiendo porque aquí, la llaman así —añadió Aurora
dibujando su contorno con la mirada para después echar a correr hacía una de
las rampas que descendía hasta la arena. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Dónde vas? —gritó Celia preocupada, pero la única
respuesta que obtuvo fue una sonrisa, así que decidió esperar y ver qué era lo
que se le había ocurrido. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Descalza y con la falda remangada, Aurora entró en la arena
humedecida. Cómo si su cuerpo levitase, anduvo con cuidado hasta estar delante
de Celia y entonces clavó uno de sus talones y comenzó a andar marcha atrás.
Ante los ojos de la periodista fue apareciendo un enorme corazón. Dentro,
dibujó una C y una A, y al lado, un Para Siempre que cristalizó los ojos de
Celia pues, entonces sí, supo que ya no era un deseo sino una realidad. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—¡Estás loca! —gritó desde arriba mientras Aurora le
invitaba a bajar con la mano. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—¡Sí! ¡Pero loca por ti! <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Celia se rio enamorada. Le hizo un gesto al chofer para que
comprendiera que iban a tardar un poco más en regresar al coche y bajó para
abrazarse a la mujer que retocaba su obra de arte con esmero. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—¿Crees que le falta algo? —preguntó la enfermera mirando el
corazón. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Creo que le faltamos nosotras —respondió Celia entrando en
él para situarse encima de la letra que le correspondía mientras Aurora la
seguía haciendo lo mismo —. Ahora está mucho mejor — añadió Celia acercándose para
besarla mientras un tres por cuatro recorría las calles hasta llegar a ellas y un
sinfín de pétalos de rosa llovía del cielo. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Esta ciudad es mágica —dijo Aurora dando vueltas sobre sí
misma con los brazos extendidos sin darle importancia alguna a quien estaba haciendo
posible que la playa se tiñera de rojo. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—¡Lástima que cuando suba la marea el corazón vaya a
desaparecer! —se lamentó Celia deteniendo el baile.<o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Igual es una locura —comenzó a decir Aurora abrazándose a
la espalda de Celia y apoyando su barbilla en el hombro —, pero desde que he
pisado la arena, he sentido que alguien me observaba, no una persona, no sé, es
como si las piedras de esta playa tuvieran ojos, como si en ellas quedase
grabado todo cuanto ocurre en ella. ¡Llámame loca! Pero no creo que vaya a
desaparecer, no creo que nada de lo que ocurra en este rinconcito desaparezca,
creo que se convierte en música. Creo que ellos —dijo mirando hacia el muro en
el que se había apoyado el chófer utilizándolo para referirse a todos los habitantes de la ciudad —, lo convierten todo en
música. <o:p></o:p><br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
—Entonces… Seamos música. <o:p></o:p></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
Adriana Marquina</div>
Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-80765959630186450242017-01-31T22:28:00.002+01:002017-01-31T22:28:44.606+01:00Así... ¿Cómo?
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Madrid se despertó especialmente luminosa aquella mañana.
Los rayos de sol se colaron por la ventana de la habitación número veintiuno
del hotel Excélsior, pero allí, ya no había nadie. Celia y Aurora habían
madrugado, aunque en realidad apenas habían dormido, y esperaban en la estación
al tren en el que comenzarían su andadura. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Habían decidido salir temprano para no cruzarse con nadie
que pudiera reconocerlas, pero no les sirvió de nada. En la estación, un grupo
de mujeres, las esperaba con un enorme ramo de flores. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¿Cómo sabíais…? —comenzó a preguntar Aurora, aunque no la
dejaron terminar. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Nosotras somos parte de ese sentimiento que os invadió ayer
por la noche, ese que hace que vuestro corazón pertenezca a muchos lugares, a
otros corazones —explicó una de ellas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Somos capaces de sentiros porque nosotras fuimos vosotras
en algún momento, algunas incluso todavía lo somos. Sabíamos que no
desaprovecharíais la oportunidad y queríamos desearos suerte. Cuando regreséis,
tened por cuenta que estaremos aquí —añadió otra de las chicas mientras las
demás asentían con rotundidad. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Celia y Aurora se abrazaron a ellas, a medida que habían ido
hablando las habían ido reconociendo y posaron sin dudar para la fotógrafa que
formaba parte del grupo mientras del tren que acababa de entrar en la estación bajaban
un sinfín de pasajeros. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Os escribiremos —prometió Celia antes de subir. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Gracias por tanto cariño —añadió Aurora lanzando un beso
por el cual se pelearon las chicas cuando las puertas del vagón se cerraron. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">El compartimento que les correspondió, disponía de dos
asientos bastante amplios y una litera que, por lo menos, parecía tener las
sábanas y mantas limpias. Habían decidido cruzar todo el país en tren para
después ir subiendo poco a poco e ir conociendo todas las ciudades que pudieran
así que, aquella estancia, sería su hogar durante unos cuantos días. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—He pensado —comenzó a decir Celia cuando la chimenea del tren
anunció el comienzo del viaje —, que voy a escribir un diario. ¡Quién sabe! A
lo mejor cuando regresemos, a alguien le interesa leerlo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¿A alguien dices? —preguntó Aurora señalando hacia el andén
por el que corrían con la mano levantada las chicas que habían ido a
despedirlas —. Seguro que a ellas les encanta. Y a mí, también. Me parece una
idea maravillosa. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Celia besó a Aurora en la mejilla con el cariño con el que
se besa a alguien que siempre está dispuesto a apoyarte. A través de la
ventana, creyeron escuchar una ovación ante el gesto, pero cuando quisieron
girarse para comprobarlo, el andén había terminado y el muro que separaba las
vías de la civilización desvió su atención y con ella, el rubor que se había
apoderado de sus mejillas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Tras colgar los abrigos en las perchas doradas que emergían
de la madera del hueco que quedaba al lado de la puerta y bajar la cortina
enrollable de la misma para que no pudieran verlas a través del cristal. Aurora
se sentó al lado de Celia que, astutamente, le había arrebatado el asiento
junto a la ventana. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¡Que morro tienes! </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¿Yo? —preguntó Celia haciendo como que no sabía a qué se
refería, poniendo cara de buena y cogiendo la mano de Aurora para besarla con
la sonrisa más bondadosa que logró poner conteniendo la carcajada. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Sí, tú —respondió buscando con la mano que le quedaba libre
algo en su bolso —. Que sepas que no pienso darte ni un trocito de esta
maravillosa empanada que nos han preparado en el hotel —añadió retirando el
papel a un pequeño paquete. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Celia, intentó hacerse la digna. Hacer como que no le
importaba, como que le compensaban las vistas, pero el olor que desprendía pudo
con ella y convirtió su rostro en la plegaría de una niña haciendo que Aurora,
que ya contaba con ello pero adoraba la forma de suplicar de Celia, cediera. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¿Sabes? Acabo de darme cuenta de que viajamos con lo
puesto. Ni siquiera he traído un libro para entretenerme. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Si quieres entretenerte… —respondió melosa Aurora —A mí se
me ocurre una cosa que podemos hacer.</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¡Sí! —dijo Celia retirando la mano que se perdía por su
cadera —Pero mejor esperamos que pase el revisor ¿No te parece? Debe estar a
punto de venir para comprobar los billetes. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Aurora asintió ante la evidencia y compensó el fastidio
pellizcando otro trozo de empanada. Con la boca llena y los ojos abiertos de
par en par, ambas contemplaban el mar de edificios que había aparecido tras el
muro cuando unos nudillos golpearon la puerta. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Te lo he dicho —dijo Celia levantándose a abrir, pero se
equivocaba, al menos a medias. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Tal y como había supuesto, el revisor esperaba al otro lado
de la puerta. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Disculpe, el equipaje, debe ir dentro del compartimento
correspondiente. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Celia, que intentaba averiguar cuantas cosas estaba siendo
capaz de escudriñar aquel hombre con la mirada, se dispuso a corregirle cuando,
al bajar la suya, vio una bolsa de cuero marrón a los pies del revisor. En la
etiqueta que colgaba del asa, pudo leer sus nombres y, aunque no comprendía de
donde había salido, se disculpó, la recogió y se la entregó a Aurora a cambio
de los billetes. Mientras el hombre comprobaba que no se habían equivocado de
vagón, ni de compartimento y que, efectivamente eran dos las personas que
viajaban en él, Celia miró a los lados del pasillo buscando a quien quisiera
haber dejado aquello allí, pero solo atinó a ver el vuelo de un abrigo rojo
desaparecer tras la puerta que daba acceso al vagón contiguo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¡Qué raro! —acertó a decir tras despedirse del revisor y
cerrar la puerta. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Igual me equivoco —dijo Aurora —, pero me da que ahí
adentro vas a encontrar, entre otras cosas, esa lectura que añorabas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¿Tu sabes algo? —preguntó Celia al comprobar que, bajo la
ropa, las mudas y dos fiambreras perfectamente cerradas, efectivamente
descansaban un par de libros. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¡No! —aseguró la enfermera —Pero tampoco me sorprende. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¿En serio? —preguntó Celia incrédula ante la tranquilidad
de Aurora. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¡Y tan en serio! ¡Será que no nos han pasado cosas mucho
más extrañas que esta en los dos años que llevamos juntas! </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Hasta donde yo sé, en estos dos años no se nos han
aparecido objetos así, de la nada. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Puede ser, pero anda que no se han cruzado en nuestra vida
personas que nada tenían que ver con nosotras y que, por desgracia, no eran de
ayuda. Al menos esto nos será de utilidad. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">La respuesta de Aurora dejó a Celia sin argumentos. En su
cara se dibujó una mueca de fastidio ante la verdad que acababa de plantear,
pero supo que dentro de la locura que suponía aceptar aquello tenía razón así
que, dejó la bolsa bajo los asientos y se sentó recostándose sobre Aurora para
contemplar el paisaje que alejaba del tren la silueta de los edificios. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Nunca había viajado en tren así —dijo Celia con la voz
pensativa. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Así... ¿Cómo? —preguntó Aurora. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Así. Enamorada. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Aurora no supo que responder. Ni siquiera supo cómo fue
capaz de seguir respirando tras escuchar aquella respuesta. No se lo esperaba,
Celia lo sabía y se reía por dentro imaginando la cara de la enfermera en aquel
instante. No quería moverse para no romper el momento, pero el traqueteo del
tren al tomar una curva hizo que permanecer inmóvil fuera prácticamente
imposible, tanto que Aurora no pudo sujetarla a tiempo y Celia terminó de
rodillas sobre el suelo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Todo el romanticismo de la escena cayó con ella. Las dos
comenzaron a reírse a carcajada limpia. Aurora intentó levantarla, pero no pudo
y sin saber bien como, terminó en el suelo, sentada a su lado. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—Hay que reconocer que la vibración del tren, tiene su aquel
—dijo Aurora poniendo cara de interesante para insinuar con ello que comprendía
que Celia se excusase en la risa para no levantarse. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¿Esa puerta tiene pestillo? —preguntó la periodista
siguiéndola el juego. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Sí. Lo tenía y Aurora se estiró para cerrarlo sin pensarlo
dos veces. El revisor acababa de pasar, la estación más próxima se encontraba
al menos a una hora de camino y el ruido de las ruedas sobre los rieles era lo
suficientemente fuerte como para ahogar cualquier sonido que pudiera escaparse
de sus bocas. Celia consiguió, apoyándose en la cama de abajo, sentarse sobre
el colchón, del cual pensó que era mucho más cómodo de lo que esperaba y
Aurora, aprovechó la diferencia de altura para quitarle los zapatos, las medias
y, ya que se había puesto a quitar, también le quitó la ropa interior. Celia la
contemplaba preguntándose cuanto tardaría en levantarse del suelo, pero Aurora
no tenía intención de hacerlo, no sin antes perderse bajo la tela de la falda,
no sin antes, besar cada centímetro de piel que la separaba de su objetivo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Unos pasos lentos en el pasillo, hicieron que Aurora saliera
de su escondite mucho más rápido de lo que hubiera deseado. Los pasos no se
detuvieron, pero decidieron que sería mejor subir a la litera de arriba,
quedaba mucho más escondida y, aunque estaban seguras de que nadie entraría, prefirieron
no arriesgarse. Mientras Celia subía por la escalerilla que unía los dos
lechos, Aurora se deshizo de toda la ropa que llevaba bajo la falda. Una vez
escondió sus prendas y las de Celia bajo la colcha de la cama de abajo, la
siguió. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">Entre besos, caricias y susurros que parecían perderse con
el humo que a veces atravesaba la ventana, ambas consiguieron remangar sus
faldas. Llevar a cabo tan ardua tarea les llevó un rato y las risas que las
acompañaron hasta conseguirlo, se transformaron en tímidos gemidos cuando
Aurora se tumbó sobre Celia y Celia, aprovechando la escasa distancia que las
separaba del techo apoyó los pies en él. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—No sé cómo a nadie se le ha ocurrido poner un tope sobre
las camas de matrimonio en las casas —bromeó Celia. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¿Estás cómoda? —preguntó Aurora sacando la cabeza de la
camisa desabrochada de la periodista mientras balanceaba su cuerpo a ritmo con
el traqueteo del vagón. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">La respuesta de Celia fue afirmativa, pero se lo hizo saber
a Aurora mordiéndose los labios, sujetándola después el cuello para besarla con
pasión, para desabrochar los botones que seguían prendidos en su camisa, para
perder las manos en su cadera, sortear la falda y apretar sus nalgas para
ayudar, porque, aunque Aurora era una experta, no había cosa en el mundo que le
gustase más que sentir cada nueva embestida. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">En el último gemido de Celia, gemido que se fundió con el de
Aurora, como si el maquinista hubiera intuido que ya podía anunciar la próxima estación,
la chimenea volvió a ensordecer al pasaje con su peculiar sonido. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: Calibri;">—¿Sabes una cosa cariño? —preguntó Celia apartando la mirada
del techo para buscar la de Aurora que descansaba sobre su hombro con una inmensa
sonrisa en el rostro —Creo que viajar en tren, es la mejor idea que hemos
tenido en estos dos años. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="margin: 0px;"><span style="font-family: Calibri;">Adriana Marquina</span></span></div>
<br />Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-66032501757092593102017-01-14T18:44:00.002+01:002017-01-14T18:48:54.768+01:00¿Dónde iremos mañana?<span style="font-family: calibri;">La vida que se les había negado era tanta que Celia no dudó
un instante. Sonriendo y confiando a ciegas en la sonrisa que le estaba siendo
devuelta, se agarró a la mano tendida de Aurora. Al contrario de lo que nos
ocurriría a cualquier mortal, ella no dudó. No miró atrás. No se paró a pensar
en lo que dejaba porque algo le decía que, en realidad, no dejaba nada.</span><br />
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Dónde me llevas? —preguntó cuándo atravesaron la puerta
del humilde camposanto. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—La pregunta no es; donde
me llevas, sino donde nos llevamos—respondió Aurora trazando con la mano que le
quedaba libre una línea que acarició todo el horizonte. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Ahora el mundo era suyo. De
su amor. Y podrían haber ido a cualquier lugar. A cualquier ciudad que se les
hubiera antojado, pero ya tendrían tiempo y sus pasos, los de ambas, se
adentraron de nuevo en Madrid. Querían despedirse de ella, al fin y al cabo, sus
calles habían sido testigos de su amor. Había sido ella quien las había
presentado, quien les había mostrado la dicha y la desdicha. Quien las había
separado y vuelto a juntar una y otra vez. Hasta la muerte. Al fin y al cabo merecía
saber que tenían una nueva oportunidad, que a pesar de todo, le estaban
inmensamente agradecidas.</span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Cuando ante sus ojos
aparecieron los primeros viandantes, Celia hizo amago de soltar la mano de
Aurora, pero la enfermera se la sujetó con fuerza, la miro a los ojos y le
pidió que confiase en ella una vez más. Nadie se giró a mirarlas. Nadie pareció
percatarse de su presencia y es que ninguna de las personas con las que se
fueron cruzando podía haber comprendido que se amaban, así que el amor, decidió
privarles de tal privilegio. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Somos fantasmas Aurora?
—preguntó Celia con una mezcla de inquietud y miedo en la mirada. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No cariño. Los fantasmas,
son ellos. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Todos? —preguntó mirando
a su alrededor de nuevo sin comprender bien a qué se refería la enfermera. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">A Aurora se le escapó una
carcajada de amor. La mirada de Celia, completamente desconcertada, le provocó
una ternura infinita. Había intentado ser sarcástica, pero era evidente que no
lo había conseguido. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No. Solo aquellos que se
creen con derecho de juzgar las vidas ajenas sin darse cuenta de que las suyas
están vacías. No son fantasmas, nosotras tampoco, pero pudiendo elegir ¿Por qué
dejar que nos hagan daño? Tu y yo podemos ser lo que queramos. Ellos no. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Quién se lo impide? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Nadie, solo que ellos
todavía no lo saben. Los han educado de tal modo que ser lo que se quiere ser,
lo que se siente ser, es pecado si no entra dentro de lo que les han dicho que
tienen que ser o sentir. Son prisioneros con síndrome de Estocolmo que viven
protegidos en los brazos de un ente al que se le supone libertad cuando en
realidad lo han convertido en cárcel. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Hablamos de dios? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No. Hablamos del ser
humano. Dios en eso, nada tiene que ver. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Entonces no podremos
hablar con nadie? ¿Nadie podrá vernos? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Aurora, no respondió,
simplemente se detuvo ante un matrimonio de edad avanzada que paseaba alardeando
de estatus y les preguntó con excelente educación si podrían indicarles la hora
que era. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Las ocho y media señoritas
—respondió el caballero consultando su reloj de bolsillo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Gracias muy amable. ¡Ves!
—comenzó a decir Aurora a modo explicativo cuando el matrimonio se alejó —.
Puedes hablar con quién quieras, ellos solo verán, lo que quieran ver. Habrá
quienes vean que vamos cogidas de la mano y habrá quienes no. Ahora somos
libres. Ahora quien nos escribe no dejará que nos juzguen por amarnos, ella, no
nos dejará caer. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">A Celia aquel hecho le
pareció magia. El corazón acelerado por las posibles consecuencias de su osado
paseo se tranquilizó cuando, al doblar la esquina que las llevaba a su destino,
una muchacha de unos dieciséis años, las miró a las manos con los ojos llenos
de esperanza. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<br /></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Buenas tardes. Quisiera
saber si la habitación número veintiuno estaría disponible esta noche —preguntó
Aurora al recepcionista del hotel mientras Celia miraba a su alrededor como si
todo fuera nuevo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La respuesta fue afirmativa.
Aurora, para que Celia no pudiera escucharla, apuntó en un papel una petición
especial que fue respondida casi de inmediato, recogió la llave y cedió el paso
a Celia para que subiera las escaleras primero. Le encantaba observarla
mientras ascendía, el contoneo de su cadera la hipnotizaba. Para ella el cuerpo
de su amada era una obra de arte siempre, pero sentía debilidad por aquel
hecho. Celia lo sabía y a medio tramo giró la cabeza para descubrirla con una
sonrisa de aprobación dibujada en los labios que le fue devuelta con picardía. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">En el rellano de la primera
planta les esperaba el amable botones que en ocasiones anteriores había sido cómplice
de ambas mujeres. Saludó con amabilidad y les rogó que le siguieran después de
haberle tendido a Aurora un pañuelo de seda con el que cubrió los ojos de
Celia. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La habitación estaba en la
segunda planta, pero no se detuvieron en ella, sino que siguieron ascendiendo.
La Silva se dejaba guiar por la voz dulce de Aurora mientras se sujetaba de su
brazo para no caer. Unos cuantos pisos más tarde, se detuvieron. El sonido de
lo que parecía un enorme y pesado manojo de llaves le dejó claro a la
periodista que, al verse privada del sentido de la vista, los demás se habían
disparado y cuando el joven abrió la puerta que intuyó ante ellas, el aire gélido
que le acarició el rostro lo confirmó erizando cada poro de su piel. Cientos de
sonidos invadieron su cabeza a medida que Aurora la ayudaba a avanzar. Parecían
los sonidos de una ciudad despidiendo el día y algo le dijo que se habían
quedado a solas, ahí donde quisiera que estuvieran. El aire olía a madera
quemada, a comida caliente, a piedra helada. Aurora se colocó tras ella para
deshacer el nudo del pañuelo y Celia aprovechó para palpar con las manos su alrededor,
pero no consiguió tocar nada. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Queríamos despedirnos de
Madrid y aquí la tenemos, esta noche es toda nuestra —aclaró Aurora cuando al
fin Celia pudo mirar al horizonte y ver que la ciudad se postraba ante sus
pies. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La azotea del Excélsior era
inmensa. La noche lo cubría todo con su manto, pero las luces de las ventanas
de los edificios dejaban adivinar cuan extensa era la ciudad que abandonarían,
al menos por un tiempo, al día siguiente. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Creo que voy a echarla de
menos —confesó Celia asomándose con cuidado a la cornisa. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Podremos volver cuando lo
deseemos. Ya comprobamos que Madrid siempre tiene las puertas abiertas, sea
cual sea el estado en el que se regresa a ella. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Tras disfrutar durante un
buen rato de las estrellas que, al igual que ellas no estaban al alcance de
todo el mundo porque no todo el mundo era capaz de comprender que más allá de
la luz artificial de las farolas hay belleza pura, bajaron a la habitación. A
su, habitación. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Se quitaron los abrigos,
los tiraron sobre una butaca que añoraba el aroma de sus telas y mientras
Aurora prendía las velas de toda la habitación, Celia abrió la botella de
champán que esperaba en una cubitera de pie y vertió parte del líquido en las
dos copas que había justo en la mesa de al lado. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Por qué brindamos?
—preguntó Aurora al hacerse con la que le correspondía. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Por todo eso que todavía
no comprendo pero que me hace inmensamente feliz! —alzaron las copas y las
hicieron chocar con cuidado para después dejar que las burbujas revoloteasen
por sus gargantas —. Ayer pensaba que te había perdido para siempre, que no
volvería a verte, que no podría volver a hablar contigo sin parecer una loca,
pero hoy… Hoy ya no me importa si lo estoy o no. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—A mí, tampoco. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Con un gesto armónico, como
si lo hubieran ensayado antes, dejaron las copas sobre la mesa de nuevo y se
fundieron en un beso que supo a prohibido. Alcohol y deseo se apoderaron de sus
carnosos labios, de sus rebeldes lenguas, de sus respiraciones entrecortadas.
Deseo y amor se convirtieron en uno cuando sus manos comenzaron a perderse por
sus espaldas. Amor y pasión se aliaron para deshacerse de la ropa, para
deshacer la cama. Pasión. La pasión de quienes se han añorado tanto en tan poco
tiempo que creen haberlo olvidado todo. Pero no, no habían olvidado nada. Ni el
tacto de su piel, ni el sabor de sus cuerpos. Ni lo dulce de sus pechos. No
habían olvidado ni sus lunares ni sus cicatrices. Ninguna, aunque hubieran sido
provocadas por la inquietud de esas niñas que jugaban en los árboles cuando
nadie las miraba y apenas quedase rastro de ellas. No habían olvidado el aroma
de su cabello, ni el sonido de unos gemidos que se ahogaban comedidos cuando
volvieron a medir con besos la longitud de sus cuerpos desnudos. Nada. Y todo.
De eso se acordaban, en eso se perdieron mientras la ciudad dormía, mientras
algunos de sus habitantes soñaban con anhelos que ellas podrían cumplir al fin.
Ahora podrían recorren el mundo sin miedo al mundo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Dónde iremos mañana?
—preguntó Celia asomada a la ventana con Aurora abrazada a la espalda cubiertas
ambas por una sábana blanca que le habían robado a la, siempre suya, cama. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Donde nuestro corazón nos
lleve —respondió la enfermera besándole el huequito del cuello que tanto amaba.
</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Siento que mi corazón
quiere llevarme a demasiados lugares. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—A mí me pasa lo mismo —aseguró
Aurora —. Es una sensación extraña. Siento que hay lugares en los que he dejado
una parte de mi sin haber estado. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Sí —afirmó la escritora girándose
hacia ella –. Es como si parte de mí le perteneciera a alguien más. Como si
alguien me reclamase. Como si alguien me…</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Necesitase! —dijeron al unísono,
pues ambas sentían que les ocurría lo mismo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Entonces el camino lo
escogeremos asomadas a una ventana. Con los ojos cerrados y el corazón
expuesto. Su palpitar nos dirá dónde ir, que parte de mundo conocer —sentenció
Aurora besándola de nuevo —. Nos asomaremos a él —añadió descorriendo la
cortina con la mano como si pretendiera hacérselo saber—, e iremos allá donde
se completen nuestros latidos. ¿Te parece buena idea?</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Me parece una idea
maravillosa. ¡Viajar donde el corazón nos lleve! —soñó Celia con la mirada— No
creo que exista mayor libertad que esa, pero dejemos eso para mañana, —sugirió
cerrando la cortina casi a la vez que soltaba las esquinas de la sábana dejando
que esta cayera a los pies de ambas mostrando sus cuerpos desnudos—porque esta
noche… —comenzó a susurrar avanzando hacia Aurora hasta que las piernas de la
enfermera se toparon con el borde del colchón obligándola a sentarse sobre la
cama a la vez que Celia se subía sobre ella — ¡Esta noche solo quiero asomarme
al mundo que hay dentro de tus ojos!</span></div>
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";"><br /></span>
<span style="font-family: "calibri";">Adriana Marquina </span></div>
Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-57292046403940223802017-01-07T17:43:00.002+01:002017-01-07T17:43:28.664+01:00El Final que yo le hubiera dado (parte II)<span style="font-family: "calibri";">Cuando Rosalía cerró la puerta de casa Silva, todos los allí
presentes respiraron con alivio. Velasco, que no era muy dado a
enfrentamientos, se apoyó en la barandilla de la escalera con aire preocupado. </span><br />
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No sé hasta qué punto podremos evitar la denuncia de este
animal. Legalmente tiene las de ganar. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Gabriel, que estaba a su lado, apoyó la mano sobre el hombro
de su amigo intentando tranquilizarlo. Si Camilo decidía denunciar o no, no era
lo importante en aquel momento. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Esperadme en el salón —dijo Cristóbal mientras comenzaba a
ascender las escaleras —. Voy a ver qué tal esta Aurora. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Todos los allí presentes asintieron. Cabizbajas, las
hermanas tomaron asiento primero. Los hombres se quedaron de pie a su
alrededor, como si ese acto fuera a protegerlas de sus propios pensamientos.
Rosalía y Benjamín bajaron a la cocina. La mujer pensó que una tila iría bien
para soportar la espera y que de paso templaría los cuerpos temblorosos y
congelados por la tensión acumulada. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Cristóbal llamó con cariño a la puerta de la habitación. Un
susurro le suplicó que pasase. Celia, apoyada en el cabecero de la cama,
sujetaba a Aurora entre sus brazos. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Cómo está? —preguntó el médico procurando hacer el menor
ruido posible. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Muy débil Cristóbal —sollozó Celia —. Demasiado débil. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Celia no creo que… —comenzó a decir el doctor mientras
sujetaba la muñeca de su amiga para palpar un pulso casi inexistente. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No lo digas. Por favor, no lo digas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La suplica de Celia hizo que Cristóbal guardase silencio.
Ambos sabían que a Aurora apenas le quedaban unos minutos de vida y que nada se
podía hacer ya por salvársela. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Estaré abajo para lo que necesites. Todos estaremos ahí
—aseguró antes de marcharse y tras besar la frente incandescente por la fiebre
de su amiga. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Cristóbal! —lo detuvo Celia antes de que cerrase la puerta
—El que gritaba hace unos minutos era Camilo ¿verdad? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No te preocupes por él ahora. Tus hermanas han hecho lo que
tenían que hacer. Podéis estar tranquilas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La puerta se cerró con la misma delicadeza con la que se
había abierto y, sin embargo Celia, sintió que aquel había sido el mayor
portazo que había escuchado jamás. El portazo que la dejaba a solas con una
vida que se le escapaba entre los brazos sin que pudiera hacer nada por
evitarlo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Intentando contener las lágrimas que asomaban a sus ojos,
apretó con cuidado el cuerpo de Aurora contra el suyo. Los parpados de la
enfermera se despegaron ligeramente. Desde ellos, a través de una fina línea
por la que solo pudieron colarse los ojos de Celia, quiso hacerle entender a su
compañera que la próxima vez que los cerrase, sería para siempre. Sacando
fuerzas de donde no las tenía, Aurora acarició la mejilla empapada del amor de
su vida. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida —musitó
conteniendo la tos que el esfuerzo de hablar le suponía. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Lo sé cariño. Lo sé porque siento exactamente lo mismo que
tú, pero no hace falta que digas nada mi amor. Guarda esas fuerzas para mañana,
1916 te necesita. Yo te necesito.</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Los labios de Aurora dibujaron una ligera sonrisa. Sabía que
aquel año que acababa de comenzar tendría que continuar sin ella y sin embargo,
la mirada llena de amor de su otra mitad, conseguía que pareciera que estaba
equivocada. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Está bien —volvió a susurrar haciendo caso omiso del
silencio que le rogaba Celia sabiendo que las fuerzas que las palabras sin
decir le ahorrarían no serían suficientes —. Ya no te digo nada más —la maestra
sonrió encandilada ante una cabezonería en la que depositó toda su esperanza —,
pero necesito que sepas que no quiero morirme Celia. Que no voy a morirme. Que
cuando cierre los ojos lo que voy a hacer es despertar. Despertarme del mejor
sueño que nadie ha podido imaginar jamás. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Para mí será una pesadilla —sollozó negando con la cabeza
mientras le besaba con cariño el reverso de la mano.</span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No sé dónde voy a ir, pero te juro mi vida que vaya donde
vaya, volveré a dormirme, volveré a buscarte. Volveré para salvarte de esa
pesadilla, de este mundo injusto, de cada juicio de amor que pretenda
encarcelarte. Te prometo que volveré por ti mi amor, siempre vuelvo por ti. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Yo te prometo, mi vida, que estaré esperándote —respondió
Celia acariciándole el rostro mientras los parpados de Aurora se cerraban
despacio, como lo hace el telón del escenario de un teatro cuando acaba una
maravillosa función. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">El corazón de Celia se paró en aquel momento. La mano que
sujetaba la mejilla de Aurora también. Ambos se congelaron ante la muerte. Ante
la injusta muerte de quien lo único que quería hacer en la vida era vivir. Todo
se detuvo un instante. El aire buscaba la respiración que le faltaba. La luz
tenue de la lámpara de la mesilla de noche se apagó tras los ojos cerrados de
la maestra. Las sábanas de la cama dejaron de dar calor. El colchón se convirtió
en una roca. En el salón, un vaso de agua estalló sobre la mesa. Aurora se
había ido y las sombras que Camilo había enviado para recoger su alma pecadora
se doblegaron ante el grito ahogado de Celia. A Aurora no la esperaba el
infierno. A ella le correspondía el cielo azul, las nubes puras, el aire libre.
A ella le correspondía ser un ángel. El ángel de la guarda que con sus alas
blancas impediría que Celia se estampase contra el suelo del abismo que acababa
de abrirse bajo sus pies. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Diana y Blanca se pusieron en pie en cuanto el lamento de
Celia atravesó la puerta y descendió las escaleras, pero Elisa las detuvo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Ya bajará ella —murmuró dejando que las lágrimas que le
atravesaban el rostro le quemasen la delicada piel —. Lo hará cuando esté
preparada. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<br /></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Como si entre sus brazos descansase un bebé recién nacido
que no puede conciliar el sueño. Celia mecía el cuerpo inerte de Aurora. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Descansa Meine Liebe. Descansa y vuela. Recorre el mundo y
por las noches, cuando veas que no puedo dormir sin el calor de tu cuerpo, sin
tu respiración a mi lado, cuélate por mi ventana. No llames, aunque la veas
cerrada estará abierta. Entra. Siéntate a mi lado. Acaríciame la cara. Dame un
beso en los labios y cuéntame un cuento. Uno con final feliz, uno que haga que
vivir, sea un poco más sencillo sin ti. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<br /></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">El reloj anunciaba las tres de la madrugada cuando Celia,
por fin, se vio capaz de separarse del cuerpo de su amada. Con cuidado la
recostó sobre la cama, la arropó y le besó los labios fríos empapándolos con
las lágrimas que se detenían en los suyos. Cuando llegó a la puerta del salón,
no hizo falta que dijera nada. Sus hermanas fueron a su encuentro de inmediato.
El cansancio, el sueño y los nervios de la espera las habían dejado traspuestas
en el sofá, pero se levantaron a arroparla sin dudarlo un instante. Rosalía les
acercó una manta para que la envolvieran en ella. Cristóbal la miró pidiéndole
un permiso que le fue concedido con una mirada agradecida que rompió a llorar
de nuevo. Los demás permanecieron en silencio, inmóviles, como si no quisieran
ser culpables de nada que pudiera hacer más duro aquel momento, aunque Velasco,
asomado a la ventana, intentaba contener las lágrimas que le empañaban los ojos.
</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">El resto de la noche transcurrió en apenas un instante.
Celia no fue consciente de cuando se quedó a solas con Diana en el sofá.
Cristóbal se encargó de todo. Llamó al hospital para informar que Aurora
Alarcón había fallecido y para que fueran ellos desde allí quienes avisasen al
hermano. Él no tenía nada más que hablar con aquel despreciable ser. El cuerpo
lo aseó y preparó Rosalía. Puso más cariño en aquella tarea del que nadie podía
haber imaginado. Por un instante sintió que volvía a preparar a su hija, aunque
sabía que aquella mujer era más noble que ella. Cuando la tuvo vestida con la
ropa que Celia había sugerido, su falda verde y su camisa de cuadros, avisaron
a los servicios fúnebres para que pasasen a recogerla. Todos sabían que en
cuanto Camilo pudiera decidir le quitaría esa ropa y le pondría un vestido
negro, pero para Celia era importante y nadie quiso llevarla la contraría. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<br /></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Las campanas de la iglesia repicaron más enfadadas que nunca
al ver que entre los asistentes al funeral de Aurora, no estaba Celia Silva. Retumbaron
de tal manera que muchos miraron hacia arriba para asegurarse de que seguían
siendo dos. A la persona que más quería a la fallecida, se le había prohibido
asistir y, aunque estuvo a punto de tentar a la suerte, prefirió hacer caso a
su amigo y esperar a que todo el mundo se hubiera ido para acercarse hasta la
tumba que le había correspondido a su otra mitad, a depositar una preciosa rosa
blanca que, a pesar del frío invierno, había florecido como un milagro en el
rosal del jardín de casa Silva. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Los pasos de Celia eran lentos. Sabía que se dirigía hacia
el final de todo en cuanto había creído hasta ese momento. Bajo la tierra
removida, encerrados en un ataúd de madera y vestidos de negro, el amor, la
esperanza y las ilusiones de los últimos años, la recibieron tan abatidos como
ella. En la tumba no había lapida, ni epitafio, tan solo un Aurora Alarcón
Marco que la hacía parecer una más de cuantos allí había, aunque la mujer que
de rodillas se disculpaba por la falta de fuerzas que sentía, sabía que no era
así. Que su Aurora había sido grande, que le había dado sentido a su vida y a
la de mucha gente, que quería cambiar las cosas, que el mundo era un poco mejor
después de que ella hubiera pasado por él. Para Celia, Aurora estaría a su lado
toda la vida y como tal se dirigió a ella para recitarle un verso de uno de sus
poemas favoritos. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Cuando el dulce Cazador, </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">me tiró y dejó herida, </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">en los brazos del amor</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">mi alma quedo rendida;</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Y, cobrando nueva vida,</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">de tal manera he trocado,</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">que mi ser Amado es para mí,</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">y yo soy para mi ser Amado.</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<br /></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Aquellas palabras no eran suyas, pero desde que Aurora le
mostró el poema decidió quedárselas. En ellas podía ver su historia, podía
sentir los brazos de la enfermera que levantándola de la camilla la alejó de la
muerte en vida. La mano tendida que le dio sentido a todo, la sonrisa limpia de
quien ama desde el alma. En ellas podía ver el beso que la liberó de sí misma,
el cuerpo que la enseñó que el amor no se hace, que el amor nace. Y, sobre
todo, a través de ellas podía volver a escuchar el Meine Liebe susurrado, el
primero, ese cuyo secreto, le acarició el corazón sentadas en el banco de un parque
por el que ya nunca volvería a pasear igual. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Celia cerró el libro al terminar de leer el verso. Al
hacerlo, los colores del mundo parecieron quedarse atrapados en él. Todo
comenzó a fundirse en gris, todo menos una rosa del mismo color que su nombre,
pero Celia no pudo verla. El dolor era tan intenso que por no morirse allí
mismo se levantó y se dio la vuelta en dirección a una vida que se mostraba
inalcanzable sin la mujer que la complementaba. Se giró y no pudo verla, pero
una mano la detuvo antes de que comenzase a andar tras el suspiro con el que
acababa de convencerse de que no le quedaba más remedio. Volvió el rostro hasta
su hombro para intentar averiguar quién detenía sus pasos. Hubiera reconocido
aquella mano incluso en la noche más oscura. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Meine Liebe, le susurraron al oído, y con los ojos
preparados para ver a través de un fantasma volvió a darse la vuelta. Pero allí
no había un fantasma. Allí estaba ella. Aurora, su Aurora. Con el corazón
encogido se cruzó de brazos para pellizcarse con disimulo, no sabía que estaba ocurriendo,
pero no quería parecer una loca ante el amor de su vida que se mostraba ante
ella con su tumba de fondo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Aurora tu… </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Pero Aurora no la dejó continuar. Con cariño la sonrió
mientras cogía una de sus manos y la dirigía hacia el lado derecho de su pecho.
En la palma Celia pudo sentir el latido de un corazón fuerte, de un corazón vivo,
de un corazón que estaba dispuesto a abandonar el pecho que lo protegía para
mostrarle que era real. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No puede ser… —murmuró mientras los ojos se le
cristalizaban de alegría. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Celia, en esta vida nuestra en la que todo cuanto existe no
es real, todo puede ser. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Celia la miró sin comprender a qué se estaba refiriendo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Anoche morí en tus brazos. No se me ocurrió mejor lugar en
el que hacerlo y puedo asegurarte que lo último que escuché fue tu corazón.
Cuando todo se tornó oscuridad, cuando me alejaba de mi cuerpo, cuando parecía
haberlo perdido todo, el latido roto de tu corazón destrozado apareció al final
del túnel en el que me había adentrado para hacerme comprender todo cuanto en
vida se me escapaba. Tú y yo no existimos Celia. No somos reales. Celia, tu y
yo somos un sentimiento, pero no nuestro. Somos el sentimiento de miles de
personas que aman como nos amamos nosotras. Somos la esperanza de que algún día
el mundo dejará de juzgar el amor por el simple hecho de no ser el amor que
dicta parte de una sociedad que nunca se ha detenido a amar. Anoche, cuando me
alejaba de ti dando por hecho que no podría volver porque eso es lo que nos han
enseñado, que cuando se muere no se regresa, comprendí que hay demasiadas
personas que nos necesitan, que hay demasiados corazones pendientes de que tú y
yo seamos felices el resto de la vida para que quienes no las comprenden puedan
dejar que lo sean el resto de las suyas. Comprendí que hemos sido el pasado de
muchos presentes y que esos presentes merecen recordar en su futuro que el
amor, si puede con todo. Hasta con la muerte, al menos con la mía que ha sido
tan injusta, que vino porque me negué a dejar de ser yo misma, que vino en un
intento desesperado de adoctrinamiento colectivo de quienes pretenden controlar
el mundo a golpe de lecciones de una moral de la que carecen; si andas en dirección
contraria, mueres. Y yo podía no haber muerto, pero entonces no sería yo,
serían ellos y ahora que ya no les pertenezco vengo a cumplir la promesa que te
hice anoche. Vengo a dormirme a tu lado, a regalarte mi mano. Agárrate a ella y
ven conmigo. Vamos a vivir la vida que se nos ha negado. </span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Adriana Marquina</span></div>
Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-66394853104060799502016-12-21T22:58:00.001+01:002016-12-22T00:47:48.660+01:00El Final que yo le hubiera dado (Parte I)<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Los trajes de gala comenzaron a llenar las calles de Madrid
en cuanto la noche se apoderó de ellas. El viento frío arrastraba las palabras
de la gente con la que se iba encontrando. Su ulular fantasmal, se colaba a través
de la ventana entreabierta de Celia haciéndole sentir que a nadie importaba su
dolor. Se sentía sola. Más sola que nunca. Todo en cuanto creía había sido pisoteado.
Su amor, mancillado. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Sentada en el suelo a los pies de una cama que había dejado
de ser suya porque en ella nunca había dormido Aurora, se abrazaba las piernas
con la cabeza apoyada sobre las rodillas. A su lado, en una penumbra que no era
sino el reflejo de lo cruel que puede llegar a ser la interpretación de la
palabra de dios, una biblia intentaba pedirle perdón sin éxito. Celia sabía que
ella no tenía la culpa de nada, que solo era un libro más, un libro sin autor que
en algún momento cayó en las manos equivocadas. Que, en algún momento
indefinido de la historia, pasó a convertirse en la verdad absoluta de cientos
de cobardes que temiendo por el frío de su alma habían decidido utilizarlo como
escudo, o como lanza. Porque eso pasa con las personas pusilánimes, que de puro
miedo atacan, que, de pura impotencia, matan. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">A ella le estaba ocurriendo, la estaban matando. La estaba
matando imaginar el champán burbujeante corriendo de mesa en mesa, encerrado
tras el cristal de una copa que de saber la verdad de quien la sujeta se
hubiera roto llenando cualquier manjar de cristales de hipocresía —Porque sí,
cuando se brinda, siempre se es un poco hipócrita —. La mataba imaginar las miradas
encandiladas en los brindis de los amantes escondidos, juzgados o perseguidos. En
los amantes que estarían llorando, por fuera, como ella, o por dentro, porque,
aunque no fuera una suerte, sintió que por desgracia no a todo el mundo se le
permite llorar con la misma libertad. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Libertad. Lo hubiera dado todo por ella en aquel momento.
Por atreverse a deshacer el nudo de su cuerpo y echar a andar hacia Aurora.
Coger el lomo de aquel libro que tanto mal le estaba haciendo y abrirse camino
a golpes con él hacia su amada. Libertad. Hubiera muerto corriendo hacia ella
y, sin embargo, no eran sus pasos los que la acercaban al corazón destrozado. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Madrid estaba desierto. Las cenas habían terminado y las
uvas esperaban en las fiestas privadas, ya fueran de ricos, o de pobres, porque
el año siempre termina para todos, aunque no todos sean capaces de encontrar la
esperanza que se le supone al nuevo. Desierto, pero no vacío, porque Aurora
vagaba por ellas en busca del último aliento. No podía irse sin él y sabía quién
lo cuidaba, quien se lo entregaría a cambio de nada dándolo todo. ¡Y no! No era
el dios de Camilo, porque ese dios no creía en nada que no fuera en él mismo,
porque ese dios ofrecía un cielo sin amor, porque dios, ese dios, no era el
creador del mundo sino su destrucción y algo que destroza amparándose en un
amor hecho al gusto de unos pocos, no la hubiera sujetado hasta la puerta
blanca de aquella casa tras la que le esperaba el paraíso que merecía su
esfuerzo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Como si los brazos de Celia fueran una nube acariciada por
el sol, Aurora se derrumbó sobre ellos. El cansancio, la fiebre y el frío que
atería el cuerpo de la enfermera, hicieron imposible que llegasen más allá de
las escaleras. Aurora tenía miedo, miedo del de verdad, del que hace que te
tiemble la voz y sala las lágrimas con el alma que se escapa. Celia lloraba
impotente. Sentía como el amor de su vida se apagaba. Como la cera de la vela
que era su cuerpo tintineaba cada vez que ella respiraba, así que dejó de
hacerlo. Dejó de respirar para tenerla unos segundos más, para amarla unos
segundos más. Para decirle que todo iba a salir bien, aunque fuera mentira. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Aurora se desvaneció cuando el reloj del salón anunciaba las
doce de la noche. La mano que se aferraba al brazo que la sujetaba con fuerza
intentando retenerla cayó inerte sobre las escaleras dejando la piel de Celia más
desnuda de lo que nunca había estado. La maestra gritó desolada y como si el
dios en el que ella creía, ese cuya única función es dar humanidad a los
humanos se hubiera puesto de su parte, Doña Rosalía apareció por la puerta de
servicio. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Dios Santo señorita! —exclamó mientras dejaba caer el
rodillo de madera que había cogido por si los ruidos que escuchaba los habían
provocado malhechores —¿Cómo no me ha avisado antes? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Llame a Cristóbal Rosalía, por favor. Dígale que Aurora está
aquí, que se ha desmayado. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Esta viva? —preguntó la mujer tan inoportuna como siempre.
</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Creo que sí Rosalía. Llámelo de una vez.</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Cristóbal y Blanca llegaron mucho antes de lo que nadie hubiera
esperado. Sus respiraciones agitadas atravesaron el umbral de la puerta casi a
la vez que Velasco llegaba a ella. El inspector había dejado a Bruna en casa
tras explicarle que, si alguien lo necesitaba aquella noche, era su amiga Celia
Silva. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">No hizo falta que nadie preguntase nada, que nadie dijera
nada. Los dos hombres levantaron a Aurora como buenamente pudieron y la
subieron a la habitación que Blanca les indicó mientras Rosalía abrazaba a
Celia para ayudarla a subir unas escaleras que nunca se habían mostrado tan
empinadas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Esta viva Cristóbal? Dime que está viva ¡Por favor! —gritó
Celia en lágrimas ahogadas deshaciéndose de los brazos de Rosalía para caer a
los pies de la cama sobre la que habían tumbado a Aurora. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Celia —comenzó a decir el doctor mientras la ayudaba a
incorporarse —. Está viva, pero no por mucho tiempo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Tienes que hacer algo Cristóbal! ¡Tienes que salvarla!</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Los puñetazos con los que Celia golpeaba el pecho del
doctor, esos con lo que intentaba despertarse del peor sueño de su vida,
consiguieron hacer que Aurora suspirase. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Creo que será mejor que las dejemos solas! —sugirió Blanca
que intentaba contener las lágrimas que le llenaban los ojos. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Todos asintieron y justo cuando iban a cerrar la puerta de
la habitación, un alboroto fuera de lugar llenó el hueco de la escalera, los
pasillos y la casa entera. Velasco y Cristóbal fueron los primeros en llegar
abajo. Cuando lo hicieron, vieron como Salvador, Ciro, Gabriel y Benjamín, que había llamado al club social temiendo que algo así pudiera ocurrir, intentaban
sin éxito frenar a un Camilo enloquecido en cuyos ojos ardía el fuego del
infierno que tenía por alma. Blanca y Rosalía contemplaban aterrorizadas la
escena a media escalera, casi tanto como Diana y Elisa que subieron para
parapetarse en el escudo de un abrazo. Las palabras que salían de la boca de
aquel hombre, esas con las que describía a Celia sin darse cuenta de que se
estaba describiendo así mismo, sintieron que tenían que hacer algo y lo
atragantaron haciendo que perdiera la fuerza, haciendo que sus envestidas
cesasen, dejándolo a un par de metros escasos de la barrera que lo separaba de
su objetivo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Sé que está aquí. La he buscado toda la noche y no puede
estar en otro lugar —comenzó a decir encolerizado hediendo a alcohol. </span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Usted lo único que ha hecho ha sido emborracharse en el
Ambigú —reprochó Benjamín que lo había seguido hasta allí temiendo que llevase
a cabo las amenazas que había dispuesto sobre la barra del local y nadie hubiera recibido su mensaje—. Vergüenza
debería darle presentarse así en una casa decente. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Decente? —preguntó con el sarcasmo curvándole el bigote
—¡Decente! —rio —En esta casa se consiente el pecado y se da cobijo a una
pecadora. ¡Decente dice!</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Ya me está usted cansando con sus insultos… </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Gabriel, cansado de escuchar sandeces, tuvo intención de dar
un paso adelante para terminar con la charlatanería de Camilo de un puñetazo,
pero una mano lo sujetó por detrás. Diana, calmando con la mirada a sus
hermanas y a Rosalía, bajó las escaleras abriéndose paso entre los hombres, poniéndose
frente al demonio que juzgaba sin mesura. Salvador intentó frenarla, temía que
aquel ser sin escrúpulos pudiera hacerla daño, pero Diana conocía muy bien a
los hombres como Camilo y con la mirada clavada en sus ojos lo hizo pequeño
ante la fortaleza de algo en lo que él jamás había creído, una mujer.</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Aurora Alarcón, su hermana, está en esta casa…</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Lo sabía! ¡Maldit…! —Diana lo frenó con un gesto lento y
calmado de la mano. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡En MÍ casa! Y usted no es bienvenido en ella —Camilo
intentó volver a hablar, pero Diana lo silenció de nuevo —. Puede usted gritar
todo lo que quiera, referirnos todos los insultos que se le ocurran, nombrar a
dios cuantas veces crea necesitar, ampararse en él para que su conciencia no
termine matándolo. Porque sé que tiene conciencia, aunque cuando se asome a
ella lo único que vea sea podredumbre. Puede quedarse ahí toda la noche si lo
desea, pero tenga por seguro que ni usted, ni nadie, va a subir a la habitación
en la que mi hermana está intentando que su hermana muera de la manera más
digna posible. Así que tiene dos opciones; O sale de aquí por su propia
voluntad, o le sacamos nosotros. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La exasperación de Camilo, esa que lo había mantenido hasta
ese momento con los puños apretados, hizo que los abriera. Las uñas marcadas en
la palma de la mano fueron perfectamente visibles cuando este la levantó. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Espero que no se le pase por la cabeza tocarle un pelo a mi
mujer porque entonces ya le digo yo que su hermana, le sobrevivirá a usted. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No tienen moral, ni ética… No tienen salvación —farfulló
con la saliva de la ira escapándosele por las comisuras de los labios. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Discúlpeme! —interrumpió Blanca descendiendo hasta
colocarse al lado de su hermana —De falta de moral y ética, por desgracia, voy
servida. Puedo asegurarle que hace un par de semanas hubiera intentado que las
personas que están ahora aquí comprendieran su punto de vista. Usted es su
hermano. ¡Su hermano por dios! ¿Cómo no iba a tener derecho a decidir sobre el
final de la mujer que lleva su sangre? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">–Por fin alguien que…</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Déjeme terminar! —sentenció Blanca haciendo aún más
pequeña la hombría de Camilo —Usted es su hermano y tendría derecho a sujetarle
la mano mientras asciende a ese cielo que le dibuja en azul cuando en realidad
es negro, negro como su alma. Pero...¿Dónde estaba usted cuando Aurora lo necesitó? ¿Cuándo
reclamaba perdón siendo usted quien tendría que habérselo rogado a ella? Ella
solo quería morir en paz, agarrar la mano de las dos personas que le quedan en
este mundo. La suya y la de mi hermana Celia. Ella quería creer en lo que su
dios proclama y usted lo ha ensuciado con sus palabras, con su rencor, con un
odio que no consigo comprender.</span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span><span style="font-family: "calibri";">Si ese
dios al que se aferra existiera tal y como lo describe, jamás hubiera creado un
ser tan repugnante como usted. Ya ha escuchado a mi hermana. Váyase de aquí o
haremos que se vaya.</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Sus lecciones de moral no me conmueven… Sé quién es, todo Madrid
lo sabe. Otra pecadora más, una furcia indigna que se rindió al placer en los
brazos del hermano de su marido…</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Cállese ya hombre! ¡Cállese! ¿No ve que está haciendo el ridículo?
¿Qué lo que intenta es inútil? ¿Qué no vamos a dejarle pasar?</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Déjalo Cristóbal! —musitó Elisa desde la escalera. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Vaya, la hermanita que faltaba! ¡Que irónico que no haya
nada más inútil que una mujer que no puede darle a su marido descendencia! ¡A
su marido tullido! </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La carcajada que se escapó de la garganta de Camilo y que
hizo que cerrase los ojos por un instante, impidió que viera que Elisa, al
igual que había hecho Diana con Salvador, contuviera a Ciro y se pusiera ante
él. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Puede que a mi marido le falte una pierna —comenzó a decir
Elisa con su peculiar sonrisa —, pero al menos tiene corazón, cosa que no puede
decirse de usted. En cuanto a lo que a mí respecta, solo tengo una cosa que
decirle; Yo no podré darle a mi marido descendencia, pero le aseguro que, si
pudiera hacerlo, le daría cinco Auroras antes que un solo Camilo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Pienso denunciarlos a todos… —amenazó conteniéndose como
pudo —¡A todos! ¿Me oyen?</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No estoy muy seguro de la credibilidad que pueda tener la
denuncia de un hombre borracho que ha entrado a la fuerza en una casa decente y
que ha amenazado reiterativamente a un agente de policía. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Eso es una calumnia, yo no le he amenazado. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Aquí cuento nueve testigos que, seguro, pueden dar fe de lo
contrario —dijo Velasco acariciándose el bigote con el dedo índice.</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Esto no va a quedarse así! </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Claro que no! —confirmó Rosalía colocándose junto
a las hermanas —Usted ha irrumpido en esta casa como si fuera un animal, ha insultado
a los amigos de su hija, a quienes la han protegido y ayudado —Benjamín y Ciro
agacharon la cabeza sintiendo que a ellos no les correspondía el mérito de esas
palabras —. A quienes ella escogió, por encima de todo lo que usted representa,
como su familia, porque sí señor Camilo, la familia puede escogerse y aunque no
pueda creerlo la sangre se comparte más allá de las venas que la trasportan.
Estas personas llevan un poco de la sangre de su hermana, incluso yo que no
entiendo como dos mujeres pueden llegar a amarse, así lo siento, porque su hermana es una
gran persona, una gran mujer que nació para servir a los demás, sí, pero a los
demás que ella fue escogiendo. Usted no ha sido más que una deuda, de esas que
su dios —se santiguó pidiéndole perdón al suyo —, impone, pero en esta casa
nadie le debe nada, por no deberle no se le debe ni el respeto que se le está
teniendo. Antes de que lo diga usted; sé que en mí solo ve una simple ama de
llaves, pero no se deje llevar por mi uniforme porque las arrugas que me marcan
la piel llevan en cada pliegue la vida de las hermanas Silva, son mis hijas,
Celia es mi hija y no voy a consentir que el amor de su vida se muera en unos
brazos que no son los suyos —Rosalía pasó al lado de Camilo y abrió la puerta
de la calle —. Nuestro lugar está en esta casa, si quiere sentarse con nosotros
a esperar el momento en el que Celia descienda esas escaleras hundida porque el
alma de su hermana estará ascendiendo en la dirección contraria, puede
quedarse, si no, puede usted marcharse por donde ha venido… </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Camilo respiró profundo, los miró con el mayor de sus
desprecios y sin decir palabra salió por la puerta con el dedo índice en alto
lleno de un nuevo arsenal de amenazas que no se atrevió a pronunciar pues, los
pasos de las tres hermanas, lo empujaban fuera con las miradas desafiantes. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Caballero! —reclamó Rosalía antes de cerrar la puerta —¡Ojalá
se encuentre de camino a casa con ese dios al que tanta estima tiene!</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Adriana Marquina</span></div>
Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-26274609421888805042016-12-19T00:39:00.005+01:002016-12-19T02:18:54.566+01:00Argentina, segunda parte<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La primera noche que Celia y Aurora pasaron en su nuevo
hogar, hubiera podido caerse el cielo parte a parte sin que ninguna de las dos
se hubiese dado cuenta. Estaban tan cansadas del viaje, tan relajadas por el
baño y tan nerviosas a la vez por ver que tenía que ofrecerles aquel
maravilloso país, que sus cabezas no pudieron con la presión y cayeron en un
sueño tan profundo que, de no haber sido porque el teléfono sonó a mediodía,
habrían empalmado una noche con otra. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Tras recuperarse del sobresalto inicial, pues aún no conocían
bien el departamento y ni siquiera se habían planteado recibir llamadas, Celia
le explicó a Aurora que Cecilia, la amiga de Carmen que junto a su esposo
Matías las recogió el día anterior al desembarcar, había concertado una cita
para esa misma tarde con el director de un periódico local. Al parecer, estaban
buscando a una mujer joven que relatase con perspectiva el estilo de vida de la
mujer argentina y cuando les comunicaron que una conocida de Carmen de Burgos
acababa de llegar a la ciudad desde España, no dudaron en querer conocerla. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La alegría de Aurora fue mayúscula. Celia tuvo que sentarse
porque la prontitud de la suerte le dio vértigo, pero había llegado hasta allí
dispuesta a comerse el mundo que intentaba comérsela a ella y con ayuda de
Aurora recopiló todos los artículos que había escrito en Madrid para que
supieran desde el principio a qué clase de pluma se enfrentaban. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Y bien? ¿Le ha gustado lo que
ha leído? —preguntó Aurora según vio a Celia entrar por la puerta. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Les ha encantado cariño! —respondió
entusiasmada colgándose de su cuello — Me han dado una semana para conocer un
poco el barrio y escribir una crónica en la que se compare la participación
social de la mujer de aquí con la de España así que, si estás lista, nos vamos
de paseo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Aurora no dudó un instante. Se
vistió su mejor sonrisa, su felicidad y el orgullo que sentía por la mujer que
no podía dejar de sonreír y acompañó a Celia en sus primeras impresiones. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">El artículo fue un éxito. La
forma de escribir de Celia, directa y sin remilgos, encandiló al señor Mansilla
y esté le concedió una columna social que se publicaba, en principio, una vez
por semana pero que, dada la repercusión que tenían las palabras de la
escritora, pronto pasaron a ser dos. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">En una de las columnas, a Celia
se le ocurrió explicar la importancia que tenían en la sociedad las enfermeras.
Con ayuda de Aurora, elaboraron una lista de las tareas que llevaban a cabo, no
solo como profesionales, si no como personas que, en muchas ocasiones, debían
actuar como familiares y amigas de los enfermos que, por una u otra causa, no recibían
visitas de nadie. La exactitud con la que describió los sentimientos que Aurora
le fue detallando, hizo que la jefa de enfermeras de uno de los hospitales de
la zona, se interesase en saber por qué conocía tan bien su profesión. Cuando Celia
le comentó que su amiga era enfermera, esta no dudó en ofrecerle un puesto
junto a su equipo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Y pensar que en un principio no
quería venir…! –comentó la enfermera un día en el que la felicidad de haber
ayudado con éxito en una operación complicada le iluminaba la mirada de manera
especial. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Llevamos aquí más de medio año
cariño! No deberías pensar en eso. Tuviste dudas, es normal, yo también las tenía,
pero ahora estamos aquí y somos felices. Las dos tenemos un buen trabajo y hemos
hecho muy buenos amigos que saben quiénes somos y que nos respetan, deja que la
vida nos sonría tranquila —respondió Celia sentándose sobre sus rodillas, rodeándole
el cuello y besándola los labios sin miedo a que nadie pudiera descubrirlas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Aurora sonrió asintiendo, Celia
tenía razón, así que dejó de lado aquel pensamiento y se levantó tras ella. La
sujetó la mano para que no se alejase demasiado y se la llevó entre carcajadas
y pereza fingida hasta la habitación. La cama, bastante más grande que la que
habían dejado en Arganzuela y mucho más agradecida, las esperaba. Se
desprendieron de la ropa poco a poco, como la primera vez que iban a verse
desnudas, como si nunca hubieran tocado la piel que aparecía ante sus
brillantes ojos. Ambas pensaban que sentirse así, tenía que ser cosa del clima,
de la altitud o de la comida, pues desde que habían llegado a Argentina les
invadía esa misma sensación cada vez que hacían el amor, pero en realidad eran
sus almas aprendiendo que el miedo a amarse ya no existía. Porque sí, llevaban
allí bastante tiempo, pero nada comparable al tiempo que arrastraban. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Acostadas sobre la colcha, Aurora
volvió a contar a besos los centímetros que separaban el cuello de Celia de su
ombligo. En nada había variado la distancia y, sin embargo, a ella siempre le
gustaba añadir algún beso más. Tenía la teoría de que; aunque el camino siempre
fuera el mismo, continuamente había algo bello que descubrir en él. Celia,
mientras tanto, contenía la respiración esperando el siguiente paso, la
siguiente caricia, confiando en que las manos de su amante se perdieran entre
sus piernas con el mismo cariño con el que lo estaban haciendo por sus pechos.
Deseando que volviera a hacer que tocase el cielo para después corresponderla
con el trocito que en su lengua tenía reservado para ella. Se amaban, se amaban
más que nunca porque la vida comenzaba a amarlas también y cuando la vida te
ama todo es nuevo, todo está por descubrir, aunque lo conozcas de memoria. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Los meses siguieron pasando. La
vida siguió sonriéndoles. La jefa de enfermeras que había contratado a Aurora
tuvo que marcharse de la ciudad porque a su marido le había surgido una
oportunidad laboral que no pudo desaprovechar y decidió que la profesionalidad
con la que trabajaba aquella mujer que en apenas unos meses se había ganado el
cariño y respeto de médicos, pacientes y compañeras, sería la mejor para
hacerse cargo del puesto que dejaba. Celia por su parte, había conseguido que
le publicasen un artículo bastante controvertido sobre el sufragio femenino y,
al contrario de lo que esperaba, tuvo tan buena aceptación que un periódico de
tirada nacional se interesó de inmediato por ella, ya no como columnista, sino
como periodista y la mandaban a cubrir eventos en los que no solo disfrutaba,
sino en los que, además, aprendía. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Argentina estaba siendo muy
generosa con ellas. El trabajo les iba bien y el futuro se presentaba a diario
envuelto en un papel brillante con un lazo que daba gusto deshacer. Los
contactos que Celia hacía como periodista les abrían las puertas a eventos de
los que no podrían haber disfrutado de otra manera y algunas de las personas a
las que Aurora había cuidado habían pasado a ser buenos amigos. Podían
permitirse el lujo de salir de casa a menudo. Siempre que los horarios de la
enfermera se lo permitían acudían al teatro, a la opera o a cenar a casa de
alguien cuando no, acudían a cenar a la suya. Habían decorado el departamento a
su gusto e incluso habían comprado cilindros de fonógrafo con distintas
melodías. Adoraban hacer las labores de casa escuchando música, aunque esta se
repitiera una y otra vez. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Todo era maravilloso. Estaban encantadas.
De vez en cuando Celia podía permitirse el lujo de poner una conferencia a
Madrid para hablar con sus hermanas, aunque era más habitual que les escribiera
cartas contándoles como era aquel país, invitándolas a ir, plasmando en ellas
sus deseos de volver a verlas. En noviembre, cuando ya llevaban allí casi un
año, recibieron una carta de casa Silva. Diana había pensado que quizá podrían
reunirse todas de nuevo para celebrar las fiestas de Navidad pero, a pesar de las ganas que tenía de volver a verlas, la respuesta que tuvo que enviar de vuelta, fue
negativa. ¡Ninguna de las dos podía ausentarse del trabajo tanto tiempo! Dos
meses era pedir demasiado para lo bien que se había portado todo el mundo con
ellas. A finales de ese mismo mes, como si el mar que habían conocido en su
viaje hasta allí se hubiera elevado por encima de sus cabezas y se hubiera
desplomado de repente, una fortísima tormenta sorprendió a toda la ciudad. Los
destrozos ocasionados fueron muy importantes, pero sin duda las zonas más
afectadas fueron las pequeñas poblaciones de alrededor ya que, como sucedía en
Madrid con Arganzuela, parecían haber sido olvidadas. De la noche a la mañana,
sus callejuelas se convirtieron en un lodazal por el que resultaba casi
imposible desplazarse. Los escasos recursos de que disponían fueron arrastrados
por el agua que desbordaba de los riachuelos junto a los que se habían
construido las humildes casas. Las huertas quedaron arrasadas y encontrar agua
potable en la zona se convirtió en una tarea casi imposible. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Celia, que se había enterado de
la situación que estaba viviendo parte de la población porque la madre de uno
de sus compañeros seguía viviendo en una de las zonas afectadas, le dedicó al
gravísimo problema un artículo en el periódico con intención de conseguir
voluntarios que pudieran ayudar a los afectados fuera de la manera que fuera. Su
artículo conmovió al médico para el que trabajaba Aurora y decidió habilitar
una planta del hospital para los enfermos que llegasen desde allí. Como no
podía ser de otra forma, también pidió voluntarios que quisieran ayudarle a
organizar todo el trabajo que había que hacer y evidentemente Aurora, no dudó
en ser uno de ellos. Estuvo días curando heridas, alimentando a aquellos que ya
de por sí estaban a falta de alimento, cambiando cuñas, sábanas y limpiando
vómitos. Muchos de los enfermos se habían visto en la necesidad de rescatar víveres del lodo o de cocinar como bien habían podido a los animales muertos
que encontraban en él. Fue un desastre que nadie esperaba, que desbordó a todo
el mundo, que se llevó por delante a muchas personas y que necesitó de mucho
trabajo, mucho más del que Aurora pudo soportar. A los tres días comenzó a encontrarse
mal. Al principio pensaba que era el cansancio que estaba pudiendo con ella,
pero se equivocaba. Aconsejada por su compañero y amigo se fue a casa, para él
ya había hecho más que suficiente y se merecía descansar al menos un día para
poder continuar, pero al llegar a casa, supo que algo más grave le ocurría. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Las pruebas lo confirmaron,
apenas se habían dado un par de casos más en el hospital y ya los tenían
aislados, pero la mala suerte no se aleja de las personas buenas durante mucho
tiempo y a Celia y Aurora ya les había dado demasiada tregua. Aurora, se había
contagiado de cólera, casualmente fue la enfermera que se hizo cargo de los dos
pacientes antes de que obtuvieran un diagnostico fiable y como hacía muchos años
que aquella enfermedad no se daba en aquel país, a nadie se le ocurrió pensar
que los síntomas que presentaban fueran provocados por la mortal bacteria. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Celia, escribió a sus hermanas en
cuanto supo de la afección que padecía Aurora. Se estaba enamorando de aquel país,
pero no podía dejar a la mujer a la que amaba en un lugar en el que, bajo su
punto de vista, los tratamientos y conocimientos estaban mucho menos avanzados
que en España. Movió cielo y tierra para conseguir dos pasajes de vuelta, para
conseguir que las autoridades dejasen viajar a una mujer en el estado en el que
se encontraba Aurora, para que Cristóbal lo tuviera todo preparado en Madrid y
el capitán del barco dispusiera para ellas un camarote grande, limpio y con alimento y agua potable suficiente para aguantar todo el viaje. Se dejó la piel en ello.
La piel y todo lo que habían conseguido ahorrar. Celia estaba dispuesta a todo
y de todo hizo para mantenerla consciente durante la travesía de vuelta.
Durante una travesía en la que los delfines no saltaron delante del barco, en
la que las ballenas azules no se asomaron a saludar a los pasajeros que sanos
se aferraban a la barandilla esperando a los monstruos de los que les habían
hablado. Una travesía en la que las puestas de sol y los atardeceres fueron
oscuros, en la que las estrellas no brillaron, en la que, sin embargo, los
deseos cubrieron por completo el agua del mar. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";"> Adriana Marquina</span></div>
<br />Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-4222554218943464482016-12-15T22:28:00.001+01:002016-12-16T00:33:12.344+01:00Argentina, primera parte<span style="font-family: calibri;">Un año es mucho tiempo, aunque pase en tan solo un día.</span><br />
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Con los abrazos aun latiéndoles en la piel, Celia y Aurora
embarcaron rumbo a un destino incierto. Carmen de Burgos había dispuesto todo
lo necesario para que, a su llegada a Argentina, no tuvieran nada de lo que
preocuparse. Madrid se había despedido de la peor manera posible. La boda de
Elisa había sido una balsa en el mar agitado en el que se había convertido la
ciudad, pero el recuerdo de las piedras cayendo a su alrededor las persiguió
hasta la pasarela por la que accedieron al barco. Una vez dentro, cuando ya habían
conseguido encontrar el camarote que las correspondía, un cuchitril con dos
camas, un lavabo, una bombilla solitaria y un pequeño ojo de buey en el que apenas
les cabía el rostro, el miedo a lo desconocido lo borró todo de golpe. Se
miraron, sabían que tenerse la una a la otra era lo único que la vida les había
dejado, todo lo demás desapareció con la gran nube de humo de la chimenea
anunciando que el barco zarparía de inmediato. Ya no había marcha atrás y
decidieron subir a la cubierta para despedir con la mirada la tierra de un país
ingrato lleno de prejuicios. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Cabizbajas recorrieron el laberinto de pasillos abarrotados
de gente. De gente que no las conocía de nada, que no sabía sus nombres, que desconocía
su historia, que no podía juzgarlas porque para ellos no había nada que juzgar.
Entre empujones, perdones y un sinfín de olores nada agradables, consiguieron
llegar hasta la barandilla. Celia nunca había viajado en barco, había leído sobre
lo que se sentía surcando el mar, pero por norma general la imaginación no
alcanza a la realidad y entre el vaivén y el miedo, su rostro se quedó sin
color. Aurora se dio cuenta de que se estaba mareando. Sujetó su mano y le
agradeció el gesto a un amable caballero que al verlas acercarse a la bancada
en la que estaba sentado les cedió el sitio. La sirena ensordecedora levantó
las manos de quienes creían reconocer a sus familiares, la de los que estaban a
bordo y la de los que permanecían en el muelle contemplando el espectáculo.
Fuera triste para ellos, o alegre, porque la gente a veces también se aleja por
voluntad propia. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">El mareo de Celia fue disminuyendo y cuando se sintió con
fuerzas para caminar por el suelo inmóvil de un barco a merced del mar, quiso
regresar a la barandilla. El olor a sal y a madera mojada invadió sus pulmones.
Los últimos rayos de sol que pintaban de naranja el cielo se colaron por sus
ojos haciéndola comprender que cuando volviera a salir, ya nada sería lo mismo.
Aurora lo intuyó y, con discreción aprendida, rozó su mano para que sintiera
que de verdad creía en las palabras que iba a decirle a continuación. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Nos va a ir bien, ya lo verás. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">No se equivocó. Argentina las recibió con los brazos
abiertos a pesar de que el viaje había hecho estragos en ellas. Se sentían
sucias, hambrientas y sedientas, pero vivas. Más vivas que nunca. En los más de
treinta días que duró la travesía, sus ojos habían visto cosas increíbles,
cosas de las que no habían oído hablar jamás y de las que tampoco habían leído,
supongo que porque las letras que las hacían existir no habían llegado a sus
manos. Una de esas cosas, provocó en el barco un revuelo enorme. Ellas estaban
en el camarote cuando comenzaron a escuchar el jaleo. Había pasado una semana,
y aunque el mar abierto era una maravilla digna de admirar, subir a la cubierta
y ver solo agua, les provocaba una extraña sensación de cautiverio de la que se
deshacían desprendiéndose de la ropa —Estoy segura de que nadie se había
refugiado tanto en el amor como lo hicieron ellas de camino a su libertad —. Cuando
los gritos de algunas mujeres que asustadas buscaban refugio tras las puertas
de sus compartimentos las obligaron a vestirse, el primer pensamiento de ambas
fue que algo horrible estaba ocurriendo, que el barco se hundía, que la
desgracia del Titanic volvía a repetirse, pero se equivocaban. Cuando
consiguieron hacerse hueco entre el tumulto de gente que se asomaba a estribor,
no pudieron evitar unirse al clamor general. La cola de una enorme ballena azul,
para la gran mayoría un monstruo, desaparecía bajo el agua al lado de un lomo brillante
en el que de haber sido posible hubieran podido subirse al menos cincuenta
hombres. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Tus hermanas no van a creerte cuando les escribas contándoles
esto —dijo Aurora emocionada, como si la compañía de aquel animal acabase de
hacerle comprender que incluso donde parece no haber nada es posible la vida. </span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Nos va a ir bien — afirmó Celia atreviéndose por fin a
creer las palabras que la enfermera le había susurrado el primer día. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Las siguientes semanas no fueron muy diferentes. Paseaban,
tras desayunar lo poco que podían darles, por la cubierta a la espera de que
los divertidos delfines que abrían la estela del barco saltasen para saludarlas.
Cuando lo hacían bajaban al camarote y se acurrucaban la una en la otra hasta
la hora de comer. Añoraban a las personas que habían dejado atrás y Celia
decidió comenzar a escribir un diario relatando como era la luna cuando podía
brillar sin que algún edificio eclipsase su belleza. Como era el cielo cuando
ninguna luz artificial le robaba a las estrellas el protagonismo. A las miles
de estrellas que lo cubrían. Ninguna de las dos sabía que podían ser tantas,
que tantas eran fugaces, que al mar podían lanzarse tantos deseos. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Una tormenta bastante fuerte se cruzó en su camino unos días
antes de llegar. El barco se balanceaba tanto que agradecieron la escasez de
mobiliario. Nada era capaz de permanecer en su lugar mucho tiempo, ni siquiera
ellas mismas que, cuando intentaban ponerse en pie, terminaban revolcadas por
el suelo. A través del cristal empavonado del ojo de buey se colaba el reflejo
de los relámpagos y el ruido ensordecedor de los truenos hacía que aquello
pareciera el fin del mundo. Todo estaba oscuro, todo menos la espuma de las
olas que rompían a su alrededor. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Ninguna tormenta puede ser tan fuerte como la que dejamos
atrás —dijo Aurora cuando Celia consiguió por fin sentarse a su lado. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Ninguna tormenta puede ser tan fuerte como para impedir que
te bese — contestó Celia sujetándole el rostro para controlar el balanceo y
poder hacerlo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Efectivamente la tormenta cesó y cuando el sol volvió a
brillar su luz iluminaba la tierra prometida a lo lejos. Sonrientes se
despidieron de los delfines que se alejaron tan felices como habían llegado,
del camarote que ya no olía a podredumbre sino a amor y de la barandilla a la
que se habían aferrado día tras día para grabar en sus memorias la belleza
infinita de un mundo que sabían grande pero que había resultado ser inmenso.
Cuando desembarcaron, una pareja muy amable les esperaba en el muelle, llevaban
en las manos un cartón en el que habían escrito sus apellidos, uno debajo del
otro. Ninguna de las dos pudo contener las lágrimas al verlo. Aurora miró a Celia
y Celia respondió que sí con la mirada, que se casaría con ella, que lo haría
cada vez que se lo pidiera, aunque lo más cerca que estarían de cumplirlo sería
aquel cartel. Un cartel que se quedaron con la excusa del recuerdo y que
colgaron de la pared del departamento que Carmen de Burgos había alquilado para
ellas hasta que encontrasen un trabajo que pudiera permitirles vivir por ellas
mismas. No era gran cosa, pero no les importó cuando vieron que tenía aseo
propio, que tenía bañera, que del grifo salía agua caliente y que las ventanas,
daban a ninguna parte. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Se despidieron de sus nuevos amigos y, mientras Aurora deshacía
las maletas, Celia preparó un baño. Un baño de agua ardiendo en el que vertió un
botecito de sales y una pequeña pastilla de jabón que, a modo de bienvenida,
formaban parte de una cestita en la que había todo lo necesario para el aseo
personal de dos señoritas a las que el mundo sonreía por fin. Cuando lo tuvo
todo preparado, se introdujo dentro de la nube de espuma que se había creado y
llamó a Aurora con voz insinuante. Al contrario de lo que esperaba, la
respuesta no fue inmediata, pero cuando el cuerpo desnudo de la enfermera
apareció bajo el marco de la puerta, lo hizo acompañado de una dulce melodía. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿De dónde sale esa música? —preguntó Celia mientras Aurora
se sentaba con cuidado de no quemarse entre sus piernas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Tenemos un fonógrafo —respondió con la sonrisa de la niña
que llevaba dentro y que había rescatado ante el descubrimiento. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Estando juntas, lo tenemos todo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Los labios de Aurora buscaron los de la maestra al
comprender que ese “todo”, era el simple hecho de que estaban juntas. Se
besaron y el pecho de Celia se convirtió en el mejor respaldo que la espalda
cansada de la enfermera podría haber encontrado. Estaban en Argentina, al otro
lado del mundo. Al otro lado de un mundo que les estaba ofreciendo otra
oportunidad. Una que no iban a desaprovechar, una que hizo que el sabor de sus
besos supiera a algo que habían creído probar y que, sin embargo, nunca habían
probado en realidad. Sus besos, supieron a libertad. </span></div>
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Adriana Marquina</span></div>
<b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike>Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-65737369750830390442016-12-11T00:42:00.000+01:002016-12-11T02:18:55.443+01:00Impresiones de Todo el Tiempo del Mundo<span style="font-family: "calibri";">Once de la noche de un viernes que podría ser otro de tantos
pero que no lo ha sido.</span><br />
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Madrid, el vagón del metro lleno y yo que me he andado viva,
observo desde mi asiento a quienes me acompañan en un viaje que va en la misma
dirección pero que lleva destinos diferentes. Si no físicos, mentales, porque
miro y me miran, o no y de las veinte personas que puedo contar seguro que
ninguna está pensando lo mismo.</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Las paradas van pasando y el vagón comienza a vaciarse,
despacio, como el aire que se ha quedado en mis pulmones al salir de ver “Todo
el tiempo del mundo”, porque es una obra que te deja así, como con mucho aire
contenido dentro que necesitas soltar poco a poco para asegurarte de lo que has
vivido, no lo vas a olvidar. Como decía, el vagón se vacía y a tres paradas de
la mía apenas quedamos seis o siete personas. Me centro en una, podría haber
elegido a cualquiera, pero la anciana que se sienta frente a mí, a la derecha,
llama mi atención de manera especial. Le calculo unos ochenta años, aunque
teniendo en cuenta que Madrid es una ciudad agotadora, quizá tenga alguno menos.
Me pregunto de donde vendrá y concluyo que ni lo sé ni me importa, porque sus
ojos cansados hacen que desee qué, vaya donde vaya, llegue ya. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Iba a decir que he sentido lástima, pero es mentira, esa no
es la palabra adecuada para describir el sentimiento y si algo he aprendido
esta noche, es que las palabras son muy importantes a pesar de que las cosas
sigan existiendo si no las utilizamos, así que diré, que me ha provocado una
ternura extraña. Extraña porque la miraba preguntándome cuantas cosas habrá
olvidado y cuantas habrá inventado para llenar esos vacíos con los que no
podemos vivir. Me preguntaba si ella también arrastraría un secreto y si
alguien se atreverá a preguntárselo antes de que sea demasiado tarde. Me
preguntaba cuántos fantasmas la visitarán, cuantos reconstruirán al final del
día su historia. Para ella, porque los fantasmas nunca se comparten, aunque den
el mismo miedo. La miraba y he sentido el dolor de sus huesudas manos cuando
con cariño las ha liberado de los guantes de cuero que las cubrían. Le he
mirado los zapatos, no he podido evitarlo. Iba cómoda. Me ha consolado. Estaba
a punto de preguntarme si ya le habría tocado nacer, cuando de pronto, como si
el mundo quisiera responder cualquiera de mis dudas, ha sacado su Samsung
Galaxy del bolso y se ha puesto a mirar los mensajes de WhatsApp. Ha sido
curioso, me ha descolocado, pero en ese momento he comprendido que; a lo largo
de la vida, todos nacemos más de una vez. A veces por nosotros mismos, otras
por los demás y otras porque el mundo nos obliga, porque no nos quedan más
narices, porque, aunque no sepamos donde va, no podemos bajarnos del autobús
que nos lleva.</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Y os preguntaréis que tiene que ver una anciana y su móvil
con lo que venía a contaros que no es sino lo maravillosa e imprescindible que
me ha parecido la última obra en la que se ha adentrado Pablo Messiez. Pues
nada, o todo, porque quizás me dé demasiado respeto hablar del señor Flores
sabiendo que es su nieto quien le ha devuelto parte de la vida que los
silencios, el miedo o el tiempo le robaron. Me da respeto hablar de él y sin
embargo, lo imagino alabando el trabajo bien hecho asomado cuan espía que no
quiere ser descubierto al escaparate de esa zapatería en la que yo era el
espejo. Un espejo enorme lleno de más espejos que, como yo, estoy casi segura tampoco
sabían iban a serlo. Pero no corramos, al fin y al cabo, tenemos todo el tiempo
del mundo ¿no? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Lo bueno que tiene no vivir en Madrid, es que tengo que
viajar para regresar a casa y conducir siempre me ayuda a procesar lo vivido
y, en esta ocasión, viví tanto en tan poco tiempo que tenía mucho material que
pasar por el filtro. Lo malo es que se me mezclan los tiempos al escribir. Os
explico, lo anterior lo escribí al llegar al hotel siendo un presente que hoy
es pasado, y lo que leeréis a continuación, es un presente pasado pensado con
previsión de ser futuro. </span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">El viernes tuve el placer de encontrarme la zapatería del
Señor Flores abierta, a punto de cerrar, pero abierta. Nené ordenando, preparándolo
todo para cerrar e irse a casa. No sé por qué, pero me dio la sensación de que
su cadera se movía al compás de la satisfacción que da saber quién eres, quien
fuiste y quien serás, aunque al final seas en lo que los demás recuerdan de ti,
sin ser. Flores, sencillamente parecía esperar terminarlo, pero siempre hay
cenicientas infelices que no saben cómo caminar por el suelo de los mortales y
necesitan despertar a cada paso los fantasmas de los demás para que los demás
no vean los suyos.</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Cinco minutos de obra y ya me tenía ganada, me tuvo, me
tiene, me tendrá. Y no por el maravilloso decorado, ni por los actores que
formaban parte de él como si de verdad se hubieran dedicado a vestir los pies
de los demás toda la vida, a desvelar secretos. Tampoco lo hizo el texto, aún no le había dado
tiempo. Lo hizo un detalle, uno de tantos diría. Lo hizo un zapato, marrón, de
señora, porque la zapatería Flores, era para señoras, es, será. Mecido por las
manos expertas de un hombre que más adelante se mostraría sentimentalmente
inexperto, calzó el pie desnudo como si llevase esperándolo desde que la piel
sintió la horma y entonces recordé porque estaba sentada dentro de la
zapatería, porque Pablo Messiez, estaba detrás de ella. Detrás del número treinta
y siete que lo desencadena todo y del cuarenta y cuatro desubicado, de cada
detalle cuidado. De la hilera de zapatos de mujer a los que el hombre respeta con el corazón en la suela. Del charco que no trae vida porque vida solo hay una, en el que se refleja la posibilidad de un nuevo futuro que depende del presente hayas sido, o no, consciente del pasado.</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La obra avanzaba. El desconcierto también. En Flores y en mí,
porque es una buena pregunta la que le hace a Nené haciéndosela a sí mismo: Si
algo me pasa a mí y nadie más lo ve, ¿ha pasado? Y es que en "Todo el Tiempo del
Mundo", el pasado, el presente y el futuro, coinciden al cierre de una zapatería
llena de tiempos en la que el tiempo es lo que menos importa porque lo que
importa son las palabras, que parecen nada pero lo son todo cuando no se dicen,
cuando no se dejan decir, cuando no se quieren escuchar porque no sabemos si
las vamos a poder asimilar. Pero hay algo curioso en todo esto. A mí, me pasa
algo curioso. Que quizá no exista porque solo me pasa a mí, o quizá sí porque
en un mundo lleno de personas no puedo ser la única que amando las palabras las
odia cuando no consigue ordenarlas para que digan lo que quiero que digan, lo
que quiero decir, lo que quiero que quede dicho. Y es que mi pluma se acobarda
ante la de Pablo, porque juega con ellas a su antojo, las coge, las mastica,
les da forma y las regala a bocas que, como el zapato que yo pensaba nada más
sería atrezo, se ajustan a ellas como si les pertenecieran. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Y ahora, que será vuestro ahora cuando leáis esto pero que
ya será mi antes siendo mi después, voy a ir cerrando, porque no quiero
aburriros, porque si hay algo que no sea la obra, es aburrida. Pero antes
quiero pedirle a María Morales que le diga a Nené que si algún día Flores deja
de besarla me llame, porque guardo los silencios incómodos en una ternura
infinita sin tiempo. Felicidades por la vida que le das a cada vestido que vistió,
que viste y que vestirá. A Mikele Urroz, Iñigo Rodríguez Claro, Rebeca
Hernando, Javier Lara, Carlota Gaviño y José Juan Rodríguez, los desconocidos
que ya no lo son, solo puedo agradecerles los minutos en los que me hicieron encontrar
de golpe todas las edades juntas, porque ahora, ayer, mañana, algo está más
claro. Así que me voy a gritar, a pararme en mi grito sabiendo que podré salir
de él porque ayer, regresando hoy a casa mientras escribo esto, me he dado
cuenta de que Venecia no es mi fantasma. </span></div>
<b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike>Adriana MarquinaAdriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-3632789984830105862016-11-30T22:30:00.000+01:002016-11-30T23:24:52.738+01:00Para ella sí<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Las luces del pequeño piso de Arganzuela se apagaron mucho más
tarde de lo habitual. La inesperada visita de Carmen de Burgos, hizo qué, lo
que parecía iba a ser un café de tarde de invierno, se convirtiera en una cena
y tras ella, en una charla regada por el suave sabor de un licor que Aurora
guardaba para las ocasiones especiales. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Se va a quedar usted a cenar ¿Verdad? —preguntó Aurora al
retirar las tazas vacías de la mesa. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Si se sigue refiriendo a mí como si estuviera hablando con
una anciana de alta alcurnia, desde luego que no —respondió Carmen con esa ironía
suya tan característica. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Discúlpeme —la periodista la miró inquisitivamente —. Perdón
—sonrió la enfermera —. Discúlpame, aunque lo mismo digo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Ahora que ya nos tuteamos, puedo declinar la invitación con
menos pesar. Llegar hasta aquí no es sencillo, por lo que deduzco que regresar
a Madrid tampoco lo será. No quisiera que se me hiciera demasiado tarde. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Puedes quedarte a dormir aquí Carmen —apuró Celia —. Tenemos
otra habitación. No es ninguna maravilla, pero siendo corresponsal de guerra
estoy segura que no te escandalizará. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La invitada dudó un instante antes de sonreír con aprobación
la propuesta de su amiga. Lo cierto era que al llegar a Madrid lo primero con
lo que se encontró fue con la portada del periódico que incansable seguía
recriminando, juzgando y demonizando a la señorita Celia Silva y a su
acompañante y puso rumbo a Arganzuela incluso antes de buscar alojamiento.
Carmen estaba acostumbrada a perseguir noticias y sabía que la que mantenía a
todos los viandantes de la estación de tren con la nariz pegada a las páginas
del diario del día, estaría persiguiendo a sus protagonistas sin un ápice de
piedad. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Pues no se hable más —sentenció Aurora remangándose las mangas de la
camisa para después colocarse el mandil —. ¡Cena para tres! </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Frenando el gesto de Celia que anunciaba ayuda culinaria,
Aurora comenzó a preparar una consistente sopa de ajo que les calentaría el estómago
y que, de paso, alejaría de la casa a cualquier ente con sed de sangre que
osase intentar acercarse. Se rió sola de su chanza y batió el aire con la mano
al comprobar que las dos mujeres que la miraban con ternuras diferentes desde
la mesa del salón, la observaban intentando averiguar qué era lo que le hacía
tanta gracia. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Estaba feliz. Le dio igual el olor a ajo que se le quedó en
los dedos hasta que los metió bajo el chorro de agua fría del grifo y al
contraste, creyó sentir en sus manos el calor de la cama de la gallina que
amablemente había creado aquella maravilla de huevo que sujetaba. El pan resquebrajándose
ante el filo del cuchillo le recordó a su abuela. Cuando era una niña aquel
sonido anunciaba una cena feliz en familia y volvió a sonreír al sentir que aquella
mujer a la que acababa de conocer, ya formaba parte de la que ella había creado
junto a Celia. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La conversación de ambas mujeres había pasado a ser casi tan
picante como el pellizco de pimentón que acababa de verter sobre el aceite
hirviendo, y sintió un poco de rubor al sentir en su espalda la sonrisa de
Carmen y el amor de Celia. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Es maravillosa —susurró. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No sabes cuánto me alegro por ti querida. ¿Qué tal se lo
han tomado tus hermanas? —preguntó de repente provocando que a Aurora se le
cayera la cuchara de madera dentro de la cazuela obligándola a dar un pequeño
gritito al haberse quemado ligeramente con un par de gotas mal dirigidas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Estás bien? —preguntó Celia acercándose a ella mientras
agradecía el tiempo que aquella distracción le estaba dando. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Sí. Si, perdón, se me ha resbalado de la mano. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Intuyo que ha sido por mi pregunta y con ello deduzco que a
las hermanas Silva el escándalo no les ha caído demasiado bien ¿Me equivoco? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Aurora volvió a sus quehaceres después de que Celia le
untase con cariño un poco de la milagrosa pomada que la enfermera utilizaba
para todo en las pequeñas quemaduras de la salpicadura. Podría haberse sentado
mientras la cena se hacía sola, pero prefirió dejar que las amigas hablasen con
tranquilidad. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Desgraciadamente mi hermana Adela falleció hace unos meses
tras sufrir un accidente —Carmen de Burgos le sujetó la mano con cariño y clavó
su mirada solidaria en los ojos entristecidos de Celia —. El carruaje en el que
viajaban ella y su hija, mi sobrina, volcó cuando un joven en bicicleta salió
inesperadamente de un cruce. Hubo que operarla y… —un puchero detuvo la
explicación. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No sabía que tenías una sobrina —respondió sabiendo que
hablar de un bebé siempre suele provocar una sonrisa. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Sí. Eugenia. Ahora está a cargo de mi hermana Diana y de su
marido. Es igual que su madre. Tiene sus ojos. La veo menos de lo que me gustaría,
pero la quiero con locura. Es todo lo que nos queda de ella. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Seguro que Eugenia se convertirá en una mujer fuerte y
valiente como su tía. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—De eso no tengo la menor duda. Diana es de armas tomar,
aunque justa. ¡Y muy inteligente! Estoy segura de que hará el papel de madre a las
mil maravillas y que la educará para que respete la libertad de sus congéneres.
No creo que mi hermana consienta que Eugenia se convierta en una de esas
mujeres que no hacen más que chismorrear. </span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Me refería a ti. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Celia cariño! Lo había entendido hasta yo —respondió
Aurora sin darse cuenta que al hablar provocaría que ambas la mirasen y
descubrieran que las observaba apoyada en la encimera con el mayor descaro del
mundo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Por qué no te sientas con nosotras en vez de estar ahí
como un pasmarote? —preguntó Celia con un retintín que provocó que Aurora se
girase hacia la cazuela para volver a hacer como que hacía. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Yo no soy valiente Carmen. De hecho, creo que hacía mucho
tiempo que no sentía tanto miedo. Todo el mundo habla de nosotras. Murmuran.
Nos insultan. No podemos salir a la calle sin sentir las miradas de asco de
quienes hace un par de días nos saludaban con educación y alegría. Casi agradecimiento
diría yo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Las maestras y las enfermeras suelen tener ese
reconocimiento sí. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Hasta que descubren que viven juntas y que no son primas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Ya se les pasará Celia. Las tormentas no duran eternamente.
Lo importante es que a pesar de los rumores nadie se ha atrevido a denunciaros
y que seguís libres. Presionadas sí, pero libres. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Y si ocurre? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Si ocurre ya veremos lo que hacer —concilió Carmen con una
palmadita en la mano que aún no había soltado. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Tras el cruce de sonrisas. Una alentadora y la otra esperanzada,
aunque de lo segundo había dos, Aurora anunció que ya estaba la cena y comenzó
a poner los platos, los vasos y los cubiertos sobre la mesa. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Durante lo que duró el contenido de la cazuela, que no fue demasiado,
aunque las tres pudieron repetir, incluso tripitir en el caso de Celia que
cuando se ponía nerviosa tenía un hambre voraz e incontrolable, Carmen les
contó los lugares que había estado visitando desde su última visita y les puso
al día de lo que acontecía fuera de los límites de aquella ciudad que parecía
más pequeña que nunca. La charla fue muy amena. Aurora se llevaba la cuchara a
la boca por inercia pues, aunque lo intentaba, no podía apartar la vista de
aquella mujer. Creo que sin quererlo vio en ella lo que llevaba tantos años
ansiando ser y cuanto más hablaba, más comprendía el cariño incondicional que Celia
sentía por ella. Su cultura iba mucho más allá de la lectura, el estudio o la
educación recibida. Sus ojos reflejaban la vida de quien sabe de lo que habla
porque lo ha vivido en primera persona. No perdió la sonrisa en ningún momento,
ni siquiera hablando de los horrores de la guerra y sin embargo, podía sentirse
el respeto que sentía hacia ella y hacia todo lo que la muerte que arrastraba
suponía. Les habló de la lucha que mantenía contra ciertos cargos políticos para
conseguir el sufragio femenino y se emocionó al hablar de los pequeños pero
significantes avances que se habían ido consiguiendo en otros países. Tenía la
esperanza de que en España también se conseguiría dar a la mujer un lugar digno
y parecía no temerle ni a nada ni a nadie. Era libre, se le notaba cuando respiraba,
cuando gesticulaba o reía a carcajadas olvidando el decoro impuesto. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Os apetece un licor? Tengo uno guardado que es delicioso y
creo que el reencuentro lo merece. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Celia y Carmen asintieron para después trasladarse al sofá.
Allí la pequeña estufa eléctrica que calentaba la estancia se dejaba sentir con
más intensidad. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Al final no has respondido a mi pregunta. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Celia, que sabía perfectamente a lo que Carmen se refería,
agachó la cabeza como si la vergüenza de las palabras que Blanca había
disparado fueran de verdad culpa suya. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Francisca no sabe nada porque hace tiempo que se fue a
vivir a un pueblo. Está embarazada y tenía algunos problemas con su marido, un
ser despreciable del que no merece la pena ni hablar. Diana, como bien ha
comentado antes, es una mujer muy inteligente y respetuosa, a ella las
habladurías siempre le han dado igual mientras lo que las provoca sea la
felicidad de sus hermanas y Elisa… Conociéndola probablemente tenga otros
problemas de los que preocuparse, pero cuando Celia se lo contó no puso objeción
alguna así que suponemos que le da un poco igual lo que digan por ahí. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Comprendo. Pero eran seis ¿verdad? Contando con Adela que,
por cierto, lamento muchísimo lo ocurrido —Aurora, que se había tomado la
libertad de responder por Celia para darle tiempo a recomponerse, asintió. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Falta Blanca —dijo Celia al fin —. Mi queridísima,
baronesísima y damisísima dama de la reina Blanca —Carmen enarcó las cejas
suponiendo lo que aquella descripción arrastraba —. Para ella esto ha sido un escándalo
mayúsculo que ha puesto en riesgo su reputación y, según ella, su carrera. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Convertirse en una apariencia con patas, perdonadme la osadía,
es ahora una carrera? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Celia y Aurora no pudieron evitar reír el sarcasmo de la
periodista. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Para ella sí —continuó —. Al parecer lo único que le
importa es el que dirán. Su apellido y con él el de su marido, el gran Rodolfo
Loygorri. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No me diga más. He oído hablar de los Loygorri. Teniendo
por suegra a esa mujer, no me extraña que Blanca anteponga las reacciones de la
sociedad a su propia hermana. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Dolores Loygorri falleció hace tiempo —aclaró Aurora —,
pero al parecer tiene una digna sustituta. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No puedo creer que alguien aspire a ser como esa señora. Yo
coincidí con ella en un acto hace algunos años y pude ver el negro de su
corazón a través de sus inquietantes ojos. ¿Tan desproporcionado ha sido su rechazo?
</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Con decirte que Aurora tuvo que echarla de casa… Vino ayer
tras leer la primera publicación que hablaba de nosotras. Hecha una furia. Me
prohibió mostrarme en público, salir de casa y mucho menos acercarme a Madrid a
la casa familiar. Dijo que nunca debió consentir mi relación con Aurora y que
nunca creyó pudiera sentir tanta vergüenza de mi. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Carmen se quedó un segundo en silencio. Intentaba recomponer
en su cabeza la escena, sentir dentro lo que aquellas palabras pudieron herir a
Celia para hablar con propiedad del dolor ajeno. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Estoy segura, por lo poco que me habéis contado acerca de
Diana, que ella conseguirá que entre en razón —ambas torcieron el gesto dudando
de aquello —. Y si no es así, por duro que suene, deberías alejarte. No
aislarte como ella pretende, ni dejar de visitar tu casa, pasear o luchar por
encontrar un trabajo digno de tus capacidades, sino alejarte de ella. Las
personas toxicas tienen un don y es que son capaces de oscurecer todo lo que
les rodea. Si intentas un acercamiento te chocarás contra un muro una y otra
vez. El tiempo lo destruirá. Quizás tarde más de lo que esperas y tengan que
pasar años, pero tu hermana se dará cuenta de que el único título que debería
importarle es ese y volverá. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No se sí podré perdonarla cuando lo haga. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Podrás Celia, podrás. El rojo de tu corazón es demasiado
intenso y por mucho que duela ahora o por mucho rencor que puedas llegar a
sentir, nunca será el suficiente como para que nada le robe el brillo. Eres
noble, buena, capaz de amar por encima de todo. Eres fuerte y sabes que las
mujeres fuertes son necesarias para cambiar las cosas. Repito que suena difícil,
que puede parecer imposible, pero tu hermana Blanca caerá de su pedestal tarde
o temprano y puedo asegurarte que serán sus propios pasos los que la hagan
tropezar. Entonces tú estarás ahí para tenderle la mano y ella se sujetará a ti
volviendo a ser la niña buena que conociste y eso, por nimio que parezca, también
contribuirá a ese cambio. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Una lágrima cruzó la mejilla de Aurora mientras Celia y Carmen
se fundían en un abrazo que le devolvió a la Silva la sonrisa de inmediato. El
reloj de Carrión de la vecina, una reliquia de la que alardeaba cada vez que se
cruzaban en la escalera e intentaban explicarle que por las noches parecía
estar dentro de su pequeño piso sin éxito, anunció las dos de la madrugada
provocando la misma reacción en las tres mujeres. Apuraron las últimas gotas de
licor del vaso y se levantaron anunciando su retirada. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Carmen se perdió tras la puerta que daba acceso a su cuarto
y Celia y Aurora hicieron lo mismo tras la cortina de su dormitorio. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Aquella noche, el techo de Arganzuela se mantuvo en su lugar
gracias a la tregua que le dieron los ojos que habitualmente lo miraban
cargando sobre él penurias y preocupaciones que lo derrumbaban desde hacía
semanas. Su yeso blanqueado, sintió por primera vez en mucho tiempo el poderoso
brillo de unas miradas que se sentían capaces de traspasarlo para acariciar el
cielo estrellado al que tanta ayuda habían implorado sin éxito. Hasta aquella
noche. La ayuda había llegado y dormía en la habitación de al lado con la
apariencia de un hada madrina y el corazón de una guerrera. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Adriana Marquina</span></div>
<br />Adriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-9603678391488580982016-11-28T23:18:00.000+01:002016-11-28T23:49:15.372+01:00No me consuela<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">El cristal de la ventana, estaba congelado. El frío de la
noche se había apoderado de él de tal manera que, cuando Aurora apoyó la frente encima, temió que se resquebrajase como lo haría una placa de hielo, pero no
se retiró. El dolor de cabeza que la había desvelado agradeció aquella sensación.
En un segundo sintió como la sangre atorada de pensamientos volvía a fluir con
normalidad, pero tuvo la sensación de que lo hacía en la dirección contraria. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">De pronto, y sin saber bien ni cómo ni porqué, volvió a estar
sentada frente a Rosalía. Le curaba con cariño las manos magulladas por el peso
de las maletas con el ajuar de Celia mientras intentaba esquivar las palabras
de una anciana que parecía saber bien lo que estaba diciendo y que no se detuvo
ante el dolor de su mirada. Quiso comprenderla de nuevo, en el fondo sabía que
sus rancias palabras solo pretendían hacer el bien, pero apretó la mandíbula sabiendo
que no podría soportar el silencio del respeto dos veces y prefirió alejar de
su cabeza la soledad que, con malicia, comenzaba a dibujar en el vaho del
cristal un futuro que no deseaba y al que, sin embargo, sentía le empujaba la
vida. No quiso volver a sentirse tan sola como cuando se fue de casa para dejar
que los novios, Gabriel y el sacerdote que acababa de dar la bendición a una
farsa, celebrasen la inminencia de una boda que, aunque ya no iba a celebrarse,
seguía evocando el aroma de una vida feliz. Al menos, para una de ellas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La impotencia que sintió al recordar aquello, hizo que una vieja
lágrima de duda se congelase a media mejilla. Si no hubiera sido tan cabezona,
si no se hubiera opuesto a la boda, Celia seguiría siendo la maestra de la
escuela de Arganzuela y no la periodista deslenguada que acababa de ponerse en
el punto de mira de todo Madrid. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Por qué piensas eso Aurora? ¿Acaso le dijiste tú que
escribiera ese árticulo? ¿Acaso sabía ella que los tentáculos del director de
una escuela de barrio podrían llegar tan lejos? Hiciste bien en decir lo que
sentías respecto a esa boda que os hubiese hecho unas desgraciadas para el
resto de la vida. Decir lo que se siente nunca puede ser un error, aunque
hacerlo traiga consecuencias. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Estoy cansada de las consecuencias —susurró asegurándose de
que Celia seguía dormida antes de girarse hacia mí —. Cansada de que nada nos
salga bien. ¿Tanto pedimos? ¿Tanto debemos? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No debéis nada. No le debéis nada a nadie más que a
vosotras mismas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Pero Celia pensaba que se lo debía a Velas…</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Celia pensaba que le debía a Velasco algo que no le
correspondía. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Pero él…</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Él se perdió porque no supo ponerse en el lugar de su
amiga. No quiso comprender que todo lo que Celia hizo con Marina tenía una
prioridad que no era él, si no tú. Velasco es un buen hombre —dije invitándola a
sentarse en su propio sofá, aunque estuviera en su casa —, no lo pongo en duda,
pero la vida se la arruinó él solito. Celia no le obligó a ir a esos antros, ni
a beber, al contrario, quiso ayudarlo y él se aprovechó de la lástima que provocaba
en ella verlo así para hacer que se sintiera culpable de algo que, como te
digo, no era culpa suya. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Puede que tengas razón, pero deberías haber visto lo
abatida que se quedó Celia cuando anuló la boda. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Es normal sentirse abatido cuando crees que le estás
fallando a alguien a quien quieres. ¿Por qué crees que la anuló? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Aurora encogió los hombros, pude ver en su mirada que
conocía la respuesta y que, sin embargo, necesitaba oírsela decir a otra
persona que no fuera la propia Celia. Cuando terminé de hacerlo, de recordarle
que la mujer que dormía en la cama que había tras la cortina que separaba las
estancias, la quería y quería hacerla feliz a pesar de no encontrar el modo,
Aurora se levantó, fue a la cocina y volvió a hurtadillas con dos vasos de vino
que, según ella, merecían estar presentes en la conversación. </span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Yo sé que me quiere. Siento que me quiere. Pero no acierto
a comprender por qué todo tiene que ser tan complicado. Yo tenía asumido que lo
nuestro iba a ser difícil. Que encontraríamos mil trabas en el camino. Que habría
quienes intentarían hacernos daño creyendo que su verdad es la verdad absoluta,
pero esta vez pensaba que estaríamos a salvo con Celia en el periódico. Que
volvería a ser ella misma de nuevo. En un periódico se supone que hay
periodistas, gente de mundo, objetiva y leída que no debería escandalizarse
ante la llamada de un hombre que lo único que tiene son sospechas, pero me he
equivocado de nuevo y me da la sensación de que, en esta ocasión, va a ser
mucho más grave de lo que imaginamos. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Eres buena Aurora, por eso supones cosas buenas, pero no
todo el mundo es igual. Hay quienes se sienten superiores solo porque en
apariencia son moralmente más correctos que los demás, pero esas personas tienen
tan vacía la vida que necesitan llenarla con pecados ajenos. Pecados que, si
fueran capaces de comparar con los suyos, os abrirían las puertas de esa
felicidad que os intentan arrebatar al instante. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Envidia? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Entre otras cosas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Dónde tú vives también es así?</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Parecido. </span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No me consuela. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No pretendía que lo hiciera —sonreí —. Saber que la gente
mala existe nunca puede ser un consuelo, pero quizá si lo haga saber que vuestro
destino no depende ni de vuestros actos, ni de vuestros corazones, sino que
depende de otros. De otros que no saben escuchar porque son incapaces de
comprender que ellos pueden cambiar eso de lo que acabamos de hablar. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—No entiendo muy bien eso que dices, pero tiene sentido
—contestó con un brillo en la mirada que anunciaba una carcajada —, si
estuviera en mi mano, nunca hubiera dejado que los alumnos de Celia le
regalasen ese horror. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Ambas tuvimos que taparnos la boca para no despertar a Celia
con nuestra risa. La ensaladera que la Silva había decidido poner en una de las
estanterías como recordatorio del cariño de los niños a los que añoraba, era
tan horrorosa que hasta la noche parecía querer ocultarla entre las sombras. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Crees que podremos con esto? —me preguntó depositando en
una respuesta que no tenía mucha más esperanza de la que merecía. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Tu misma le dijiste a Celia el otro día que a su lado
podrías con todo lo que viniera. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Lo sé. ¡Y lo pienso de verdad! Pero en días como el de hoy,
dudo casi hasta de mi nombre. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Pues no deberías —me miró extrañada —. Tu nombre decora el
cielo antes de que salga el sol. Le da paso al día, a la vida y con ella a lo
bueno y a lo malo que pueda traer, pero siempre alumbra, siempre vuelve y siempre
lo hará. Quizá a veces no puedas verla, no puedas verte, pero eso no
significaría que otra persona, al otro lado del mundo, no pudiera estar
disfrutando de ella, de ti. Tu nombre es belleza. Tu corazón es belleza, lo
sabes, por eso sufres, por eso dudas, por eso lloras y por eso, pase lo que pase,
venga lo que venga, seguirás luchando contra las nubes que quieran tapar el
brillo de tu felicidad, esa que deseas compartir y regalar. Esa que sabes no te
pertenece por completo.</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Aurora sonrió ante mi respuesta. Y vi como una luz especial
se apoderaba de sus ojos cansados haciéndome desaparecer. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Se levantó y se acostó al lado de Celia, al lado de su
cielo. Cerró los ojos y se dispuso a ser en un par de horas esa luz rosada que anunciase
la grandiosidad de un nuevo día. Lamentó por un segundo mis palabras. Saber que
su destino no dependía de ellas le provocaba una extraña e incómoda sensación,
pero se durmió preparada para asumir su papel, para luchar contra él en caso de
que fuera necesario. Para ser el paraguas si amanecía lloviendo o la luz
amarilla que se abre camino en la densa niebla si las nubes decidían acariciar
el suelo. Respiró profundo y sintió que podría ser el muro capaz de desviar el
gélido viento. El sol entre las nubes. El segundero de un día fugaz o el reloj
de arena de uno eterno. El recuerdo de un día inolvidable o el olvido de uno
digno de no recordar… Aunque a su calendario terminase por quedarle solo un
día. Aunque a ese día, solo le quedase una noche. </span></div>
<b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike>Adriana MarquinaAdriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-6163785410149492109.post-37523436341999438592016-11-20T22:05:00.000+01:002016-11-20T22:07:07.787+01:00Quiero ir contigo<span style="font-family: calibri;">Cuando Celia volvió del aseo, Aurora ya estaba metida en la
cama. Con la espalda apoyada en el cabecero, se reía sola provocando que las
guedejas de su pelo suelto bailasen al compás de su risa. Al ver la expresión
de Celia intentó parar. Su cara de incredulidad le hizo ver que no estaba
interiorizando sus pensamientos como pensaba, pero no pudo.</span><br />
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Qué es eso que te hace tanta gracia? —preguntó Celia al
sentarse en su lado del jergón. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Te soy sincera? —preguntó Aurora negando con la cabeza y
cubriéndose la boca intentando ponerse seria mientras Celia asentía —La verdad
es que no lo sé. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Cómo no vas a saberlo? En algo estarías pensando para
reírte de esa manera —replicó la maestra mientras se introducía bajo las mantas
aún congeladas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿No te gusta que me ría? </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Adoro que te rías. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Entonces el “de qué” debería ser lo de menos. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Celia dudó un instante, pero comprendió en la evasiva que
Aurora no quería hablar de lo que estaba pensando y dio por válida la respuesta
excusándose en el frío que estaba sintiendo para acurrucarse en su costado. </span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Ha estado divertida la cena verdad?</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Bueno, teniendo en cuenta que nos hemos bebido casi dos
botellas de vino, no ha estado mal, aunque si hubierais venido ayer, la comida
hubiera estado menos tiesa. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Celia ignoró el reproche de Aurora. No quería volver a
discutir. La última vez que Velasco estuvo en casa terminaron la noche casi de
madrugada, desnudas y con las sábanas enredadas en sus cuerpos exhaustos y, al
igual que aquel día, ahora que el inspector se había ido, pretendía terminarla
del mismo modo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Temblando como si hubiera estado a la intemperie de la noche
durante horas, Celia reclamó un abrazo que recibió de inmediato. Besándola la
frente y moviendo sus manos a toda velocidad sobre su espalda, Aurora consiguió
que entrase en calor en apenas un par de minutos. El tiempo justo para que las
mantas decidieran hacer su función y convertir el interior de aquella cama en
un horno en el que sobraba todo menos su carne. </span><span style="margin: 0px;"><span style="font-family: "calibri";"> </span></span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Con un movimiento rápido, Celia las cubrió por completo. De
un saltito se deslizaron hacia abajo y, palpando la mesilla con cuidado, Aurora
apagó la luz para evitar que su brillo se colase por alguna rendija distrayendo
la atención de un tacto que ya ansiaba acariciar la piel de las piernas que con
habilidad se enredaban entre las suyas. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡No! —suplicó la enfermera al ver que Celia tenía intención
de sacar de su cálida cueva el camisón que acababa de quitarle —Déjalo por aquí
debajo que si no mañana me voy a morir de frío cuando me quiera levantar. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Mañana… —susurró la maestra deshaciéndose del suyo —…Cuando
te quieras levantar… —continuó mientras reptaba por el torso de Aurora en
dirección a su ombligo —…Te vas a morir… —aclaró cuando llegó al pubis de la
enfermera que inevitablemente le hizo un hueco entre sus piernas —… pero de
amor. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Un gemido que, al igual que la sonrisa que tenía cuando
Celia había entrado, no pudo contener, se escapó de la garganta de Aurora al
sentir como la lengua de la mujer que se amoldaba a ella y que se agarraba con
una fuerza comedida a su cadera, comenzaba a deslizarse entre sus labios enamorados.
Despacio, siguiendo el tempo que marcaban los latidos del clítoris endurecido
de Aurora, Celia pasó por encima de él una y otra y otra vez. La cintura de la
enfermera imploraba con su movimiento el cese de la dulce tortura a la que
estaba siendo sometida. Ella quería más, quería aumentar el ritmo, necesitaba
hacerlo, compensar con pasión la angustia de toda la semana. Celia la conocía
bien, sabía lo que estaba reclamando, pero ignoró la petición desviando hacia
los muslos sus besos. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Con el cuidado con el que se acarician los pétalos de una
rosa recién cortada, deslizó su mano izquierda hasta la que Aurora le entregaba
y se perdió entre ellos buscando un rubí que nunca podría llevarse y que, sin
embargo, sabía le pertenecía por completo. Tras atravesar con delicadeza la
cascada que lo custodiaba y recorrer con cautela el espacio que parecía estar
medido para su dedo índice, Celia llegó hasta el tesoro. Sus besos fueron
subiendo. Atravesaron el vientre de Aurora que, en un acto de contención se
aferró al colchón y se detuvieron en sus pechos erizados. Primero en uno, luego
en el otro y siguió subiendo con la misma tranquilidad con la que entraba y
salía de ella. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Tienes prisa? —preguntó la maestra mordiendo el lóbulo de
la oreja derecha de la enfermera al sentir como intentaba acelerar el
movimiento. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Ninguna, pero o me matas tú, o me muero yo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Celia recibió aquella respuesta como un desafío. Como un
reto que estaba segura podía ganar. Mordió la lengua inquieta de Aurora cuando
esta buscó con lujuria la suya y embistió con devoción al tiempo que dejaba que
el muslo de la enfermera se amoldase entre sus piernas. Aurora había reclamado
pasión y pasión puso en sus besos, en sus caricias y en la yema de un dedo que
la conocía como nunca antes lo había hecho nadie y que se alió con el pulgar provocando
una sacudida que, al contrario del gemido que había conseguido acallar tras
colocarse una de las almohadas sobre el rostro en previsión a lo que estaba
sintiendo, no consiguió disimular. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Estás bien? —preguntó la maestra mientras regresaba a su
lado de la cama. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Estoy en el cielo, aunque haya quienes piensen que por esto
deberíamos arder en el infierno. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Pues si tú vas al infierno —respondió Celia cogiendo la
mano derecha de Aurora mientras se giraba hacia el otro lado —, yo quiero ir contigo.
</span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Celia dejó la mano de Aurora apoyada sobre la cima de su
cadera y utilizó la suya para guiarla hacia su vientre. La enfermera sonrió al
pasar por encima del pequeño ombligo que tanto la gustaba y se escabulló para
buscar la entrada al camino a ese infierno al que la maestra estaba dispuesta a
acompañarla. Con cariño consiguió que sus dedos se abrieran paso entre los
carnosos labios que lo custodiaban y una vez en él, mientras su lengua se
deslizaba por la columna para morder después, y con cuidado, las costillas que
se marcaban con cada respiración, comenzó a avanzar en círculos. Pues a Celia,
lo de dar vueltas, le gustaba en todas partes. Con la presión justa, el ritmo
justo y un exquisito vaivén, la distancia fue acortándose. El calor bajo la
ropa de la cama cada vez era más intenso, pero ambas sabían que al final de ese
calor estaba su recompensa, igual que las gotas de sudor que se perdían entre
sus pechos buscaban en la piel la suya. Celia giró la cabeza buscando los besos
de Aurora. Los besos con los que la enfermera estaba cubriendo su cuello. Los
encontró de inmediato. Aurora sabía que sin ellos Celia se quedaría a medio
camino y, aunque le hubiera gustado devolverle la parsimonia, adoraba esos
besos. Irracionales y delirantes. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Un suspiro profundo dejó a Celia completamente rendida.
Aurora, no sin antes robarle alguna caricia más, sacó su mano de entre las
piernas cerradas de la maestra, se abrazó a su espalda y dibujó en la oscuridad
su silueta. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Eres preciosa —susurró. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¡Pero si no me ves! —alegó Celia girándose hacia ella de
nuevo. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—¿Acaso crees que no me sé de memoria tu cuerpo? Eres
preciosa hasta cuando no estoy a tu lado. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Tu también cariño —respondió antes de darle el beso que
anunciaba que en apenas un par de minutos estaría dormida. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Adoro hacer el amor contigo… </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">—Y yo contigo mi amor, pero cuando vivamos los tres juntos,
vas a tener que controlar esos gemidos. A mí me vuelven loca, pero no me
gustaría que Velasco supiera cuando hacemos o dejamos de hacer el amor. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Dicho aquello, que Celia creyó inofensivo e incluso ocurrente,
cerró los ojos y se subió a la barca de Caronte con intención de llegar al
infierno prometido, pero Aurora… Aurora sintió que el fuego de aquellas
palabras ardía mucho más allá de lo soportable. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La cena con Velasco había ido bien, pero pensar que en el
momento en el que ambos se casasen sería así cada noche, la desveló por
completo. Eso era de lo que se estaba riendo cuando Celia entró en la habitación,
aunque fue en ese momento cuando se dio cuenta. Era ridículo. La idea parecía
buena, la intención de ambos era la mejor, pero, y a pesar de que le habían
prometido el lugar que le correspondía, algo le estaba diciendo que aquello no
iba a salir bien. Ella no quería compartir a Celia, no porque estuviera celosa
sino porque tenía la sensación de que todo lo que habían luchado se perdería
bajo el brillo de una alianza que ella no podría lucir. Les había costado mucho
aceptarse, salvarse de las redes de médicos que en su verdad absoluta a punto
estuvieron de matarlas. No había sido fácil dar el paso de irse juntas a
Arganzuela y habían sufrido demasiado por un matrimonio que nunca debería
haberse celebrado. Recordó que en ese mundo Celia no existía más que en sus
recuerdos y sabía que a la contra sería igual. Ella dejaría de existir para el
mundo, porque en el matrimonio Velasco-Silva, su apellido no tendría cabida. Estarían
cerca sí, pero estar cerca no era lo mismo que estar juntas y rompió a llorar
al pensar que de eso, solo se estaba dando cuenta ella. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La simbólica pedida de Velasco, esa en la que Celia utilizó
un plural en el que sobraba precisamente eso, el plural, la había hecho sonreír,
aceptar, acatar por pura necesidad que si siendo como eran en la sociedad no
tenían sitio, serían lo opuesto para encontrar su lugar. Pero Aurora no quería
formar parte de esa mentira, porque ya había mentido lo suficiente como para saber
que mentir no garantiza la felicidad y, aunque en la última semana había
ansiado formar parte de algo, sentía que aquella, no era la manera. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">Con la congoja anudada a la garganta y el amor revoloteándole
aun en el estómago, se secó lentamente las lágrimas y se quedó dormida junto a
la mujer que parecía hacer lo mismo y que, sin embargo, lloraba por dentro al
saber que las lágrimas que la habían desvelado y que habían empapado una
almohada que no sabía que decir, habían sido derramadas, en parte, por su
culpa. </span></div>
<br />
<div style="margin: 0px 0px 11px;">
<span style="font-family: "calibri";">La almohada, que lo mismo había servido para silenciar el
amor que para llorarlo, se quedó sin palabras. Aunque, si yo hubiera sido ella,
le hubiera dado la razón a Aurora sin dudarlo. Ser otro para que los demás, que
también son otros, aunque amen a quien se les dice tienen que amar, te abran
las puertas de un corazón inexistente, no es una buena idea. Y, puestos a hablar,
le hubiera explicado a Celia que sí, que tal vez se pueda sobrevivir al lado de
esas personas que se sienten moralmente superiores por el simple hecho de que caminan
hacia el cielo, pero que haciéndolo se muere despacio. Tan despacio que tal
vez, cuando quieras darte cuenta de que quieres regresar a tu infierno, el
aliento que te quede, te susurre que ya es demasiado tarde. </span></div>
<b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike>Adriana MarquinaAdriana Marquinahttp://www.blogger.com/profile/18405963374405193862noreply@blogger.com2