martes, 19 de septiembre de 2017

El incendio de Incendios

Quiero hablaros de Incendios, pero tengo que reconocer que no sé ni por dónde empezar. No sé si empezar poniendo una rama seca en el suelo o directamente quemando el bosque. No sé si empezar por el elenco, por el decorado, por el guion o por el argumento. No sé por dónde empezar, así que empezaré diciendo que, si todavía no la has visto, no te lo pienses. No mires el argumento, no te preocupes por quienes actúan, no leas más. Abre la página en la que se venden las entradas y compra la primera que puedas, si es que aún puedes, porque Incendios es una de esas obras desgarradoras que se te meten dentro y se quedan contigo, en tu garganta, como un cuchillo. Que se apodera de tu piel porque hacen que sientas su piel, la piel de personas invisibles a las que la parca persigue por diversión. Que te hace inhalar el humo de la hoguera en la que arde cada uno de sus protagonistas. Que te obliga a mirar por la mira de lo más ruin de la naturaleza humana y después hace que te pierdas en un silencio que llegas a sentir como tuyo, aunque no entiendas a que es debido.

Incendios es una de esas obras que existen, pero que ojalá no existieran. Que ocurren encima de un escenario que abarca ciudades que se nos escapan, que dejamos que se escapen porque mirar hacia ellas hace que sintamos el temblor de los cimientos del mundo. De nuestros cimientos. De nuestro mundo impasible. De un mundo que sigue sin darse cuenta de que, sin amor, lo único que tiene cabida es el odio y el odio mata. Literalmente, o peor, no. Diversión.

Incendios es algo que no se puede contar. Algo sobre lo que no se puede escribir porque, aunque quieras imaginarlo no alcanzas. Porque, aunque te pares y le des miles de vueltas, seguirías sin comprender como puede ser que, sobre ese escenario que te transporta poco a poco al centro de un infierno en el que se escucha un silencio ensordecedor, el resultado de la suma más básica de todas, esté equivocado.

No puedo decir demasiado, porque a nada que diga llegaría al final de un incendio que hay que comenzar a ver arder desde el principio y no quiero, y tampoco sé si sé. Lo que sí os puedo decir, es que las tres horas que dura la obra, que son demasiado para sus protagonistas pero que fueron demasiado poco para mí, te llevan por un sinfín de sentimientos que llegan a hacerte dudar sobre tu propia respiración y es que a ratos sientes que el aire que debería llenar tus pulmones se está yendo con ellos y a ratos sientes que eres tú quien se lo está robando. Lo que si puedo decir es que Carlos Martos me hizo sentir la ira de quien no comprende nada, de quien no sabe que es lo que ha hecho mal para sentir que lo quieren tan poco. Que Jose Luis Alcobendas me mantuvo toda la obra preguntándome que era eso que Lebel sabía y yo no. Que sentí profundamente que Alberto Iglesias no me entregase a mí la caja con las quinientas horas porque hubiera perdido en ellas mi cordura con gusto. Que hubiera saltado al escenario para ir con Laia Marull y el corazón roto de la sonrisa de su Nawal hasta donde ella me hubiera querido llevar. Quizá de ese modo, lo hubiéramos encontrado a tiempo. Que me hubiera quedado toda la noche escuchando la voz de Lucia Barrado y de su Sawda, aunque tuviera que secar la lágrima que se me cayó cuando cantó. Que hubiera abrazado a Nuria Espert una y otra y otra vez, hasta que las manos de su Nawal hubieran dejado de temblar delante del jurado que se retorcía en sus butacas ante el dolor de ese talento añejo al que no le hace falta nadie más que ella. Que dejar de mirar a Candela Serrat se me hizo imposible, no por el cariño que le tengo, si no precisamente porque por más que la buscaba no la encontré en esa Jeanne que lo llenaba todo con el silencio incomprensible de la mujer dispuesta a perder por el camino el sentido de la vida para, precisamente, darle sentido a la vida. Que la fotografía que le hubiera sacado al Nihad de Germán Torres entre las dos cejas, no me hubiera pesado tanto como me pesa, cuando la recuerdo, la banda sonora que dejó tras su nariz de payaso.

Adriana Marquina


2 comentarios:

  1. Precioso Adriana yo no la habría descrito mejor

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  2. Despues de leer tu maravilloso comentario,lo que más siento es saber que no puedo tener la experiencia que tuviste.

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